No hay libertad de expresión plena donde se teme, no solo ofender a un gobierno, sino además transgredir preceptos religiosos que pueden «ameritar» condena social, tortura, prisión y muerte por los métodos más terribles.
Lo interesante en el caso de la izquierda es que se muestra totalmente incapaz de hacer una autocrítica para entender por qué ha perdido de manera masiva el apoyo que históricamente obtuvo entre las clases obreras.
Un reciente estudio mostró que en el país hay una importante inclusión de la mujer a nivel educacional y social […]
Hay entonces que ponerse de acuerdo: o dejamos que sólo existan empresas chilenas, rentistas y regalonas o abrimos los mercados para que compitan.
¿No estamos ante una expresión más de esa supuesta violencia estructural cuando las mujeres que se arrogan el mando contra la violencia ejercida hacia su sexo, agreden e insultan a otras por no compartir su visión y métodos?
Hay que obligar al empresario a gastar plata como uno quiere. Esas son las ideas raras que se les ocurren a las personas hoy. Y ahora le tocó a lansa.
La distancia entre las expectativas generadas y las condenas obtenidas se transforma en un problema político, pues deslegitima a la institucionalidad completa, y pone en duda la utilidad de los tribunales de justicia.
El feminismo predominante hoy en día es un proyecto intolerante y anticientífico, cuyas principales víctimas son las mismas mujeres.
En Chile, el debate público, sereno y racional ha muerto. Todo lo que importa hoy en día es la pose moralista, es decir, la competencia que realizan opinólogos, políticos, periodistas y otros por incrementar su estatus moral frente al público.
Mucho se habla de cambiar las formas de hacer política, de renovarla, de hacerla más comprometida y sin embargo, a nivel subterráneo, se mantienen prácticas reñidas no solo con la probidad y transparencia sino también con la responsabilidad política en sus formas éticas.
Aquellos que firmaron la carta de apoyo a Lula da Silva menosprecian la justicia tanto como la democracia cuando no les son serviles a sus justificaciones.
Baradit, el escritor que ha hecho de la moralina una profesión en las redes sociales al ubicarse en el pedestal imaginario que éstas otorgan para juzgar todo, absolutamente todo, sin matices ni contextos.
La cultura no avanza por tener o no un Ministerio, o si el Estado pone o no el dinero, sino cuando la sociedad permite desarrollar ambientes propicios para la creatividad, la libertad de expresión y el desarrollo económico.
Reivindicaciones femeninas completamente justificadas quedan en manos de voceras y monigotes que son un insulto a la inteligencia humana. No adherir a ellos no sería un error, sino una herejía.
La prevalencia del prejuicio y la necesidad de odiar algo es tal en los tiempos actuales, que las personas pierden la perspectiva frente a su propia realidad y con respecto a los otros.
No es la desigualdad lo que debiera importar desde el punto de vista moral, sino la pobreza.
El camino hacia la modernización no es inmediato, sino un proceso de larga data que necesita seguimiento, constancia y conocimiento acerca de las características sociodemográficas de nuestro país.
Lejos de ayudar, la burbuja de sobreprotección dentro de la cual padres y autoridades de todo tipo encapsulan a niños y jóvenes incrementa su fragilidad psicológica, contribuyendo a crear una cultura intolerante y proclive al autoritarismo.
Es la culpa y no la inocencia la que debe ser probada, y es el Estado el que debe destruir dicha presunción y nunca al revés.
El problema de Macri es el de todas las derechas: creen que ganar la elección es ganar la contienda política.
«El progreso no es una bendición ininterrumpida.
A menudo viene con sacrificios y luchas»