El batatazo que la lista del Pueblo dio en la elección de constituyentes responde claramente a la crisis que los partidos políticos arrastran desde hace tiempo y que mostró una de sus tantas caras en la inscripción de las candidaturas a primarias de la centro izquierda, el miércoles pasado.
La efervescencia producida por la marea de elecciones políticas que se avecinan en Chile, sumado a la próxima instalación de la Convención Constitucional (CC), han provocado el resurgimiento de múltiples voces que reclaman por una democracia más representativa o más “directa”, en donde la supuesta “voz del pueblo” pueda ser finalmente escuchada a través de cabildos comunales o asambleas varias.
Se acerca el momento de decidir si se prefiere un país con libertad, sensatez política y económica, o uno arruinado por el engaño del autoritarismo y del populismo.
La democracia está en riesgo de concentrarse más en la votación que en los valores democráticos, la cultura política y resguardos institucionales que debieran acompañar al sistema democrático.
Lo que diferencia a la democracia liberal de otros sistemas de gobierno, es su capacidad de limitar y dividir el poder para evitar los abusos sobre este.
La democracia se encuentra en jaque en nuestro país. Se ha tensado la relación que la población posee con ella. Según Cadem, un 13% de los encuestados (en algunas circunstancias) prefiere un gobierno autoritario y un 10% considera irrelevante la distinción entre un régimen autoritario y uno democrático[1].
En las crisis de las democracias occidentales, existe una colisión entre la idea de universalidad encarnada en el modelo de la democracia liberal y la idea de la particularidad inserta en el ascenso del populismo.
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