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Por qué se jodió Chile… y cómo rescatarlo Publicado en El Mercurio, 28.07.2020

Por qué se jodió Chile… y cómo rescatarlo

imagen autor Autor: Axel Kaiser

Cualquier intento por rescatar a Chile del pantano tercermundista en el que se está hundiendo pasa necesariamente por tener un diagnóstico adecuado acerca de las causas que lo han llevado a la crisis actual. Por su puesto, los factores son múltiples, pero si hubiera que llegar al núcleo del mal que nos aqueja, no podemos evadir el hecho de que este es, ante todo, de origen intelectual. Se trata de la tradicional derrota ideológica de una centroderecha política, económica y empresarial que cayó en la fatal ignorancia de no entender que, como advirtió tantas veces Friedrich Hayek, son las ideas aquello que define el curso de la evolución social de las naciones. Una centroizquierda que jamás creyó realmente en el sistema de libre mercado, pero que lo abrazó porque entendió su utilidad, fue tan responsable del hundimiento del país como la centroderecha.

Hay pocas dudas de que la Nueva Mayoría jamás habría existido si la Concertación se hubiera plantado firme junto a las ideas de economía social de mercado, defendiendo el éxito que con ellas permitió alcanzar a la población de este país. Si hubiera mantenido convicciones sólidas, nunca habría desconectado por completo el ideal de igualdad —que la terminó por someter completamente— de los valores del esfuerzo individual y de creación de riqueza del sector privado. Así, producto de un problema intelectual, la centroderecha y la centroizquierda fueron abriendo el camino para que la izquierda extrema instalara, gradualmente, primero sus categorías de análisis y luego, su proyecto político. La economía comenzó a sufrir los daños de un Estado creciente hace ya tiempo, llegando a su clímax con el segundo gobierno de Michelle Bachelet, cuyas reformas y política migratoria irresponsable devastaron de tal forma el bienestar económico de la población que activaron la bomba de tiempo que le explotó a Piñera en octubre de 2019.

Nuevamente, aquí no se debe olvidar que el daño hecho a los chilenos se hizo en nombre de la igualdad y con el fin de desmantelar el sistema 'neoliberal', como lo confesó la misma presidenta Bachelet. Lo peor es que incluso después del desastre de las reformas de Bachelet, basadas en esos errores intelectuales, se cree que el problema sigue siendo el 'modelo neoliberal', cuando lo cierto es que nuestros males económicos y sociales se derivan de un alejamiento de políticas económicas liberales y de un Estado cada vez más grande y capturado por grupos de interés. Ahora bien, ya que es imposible competir con los populistas de ambos bandos en materia de ofertones —los que pronto arruinarán definitivamente el país—, en realidad no existe ninguna alternativa al camino de cambiar el paradigma intelectual.

O se da un giro en la opinión pública escapando del discurso igualitario y del Estado todo proveedor, o el país no tendrá otro destino que la ruina. Lo que vivimos hoy, es necesario señalar, no era imposible de prever. Algunos venimos advirtiendo hace más de una década que el país iba a terminar en lo que está si seguíamos insistiendo en el discurso de que Chile era un infierno de desigualdad e injusticia, y que era el rol del Estado encargarse del bienestar de la población. Hoy, esta falsa lectura está generalizada al punto de que el gobierno de Piñera repite una y otra vez que el Estado debe 'hacerse cargo de la clase media'. No se requiere ser un genio para saber cómo terminará un Estado benefactor a la chilena. Hay que insistir: si queremos rescatar a Chile de lo peor —o reconstruirlo luego de que ello ocurra—, debemos quebrar con el paradigma intelectual que nos llevó a la crisis que nos aqueja y reemplazarlo por el que nos permitirá salir de ella.

En otras palabras, frente a un paradigma de la división, del resentimiento y de la irresponsabilidad, debemos ofrecer un proyecto de futuro inspirado en una filosofía de la unidad, de la responsabilidad pública y privada, y de la pasión por el éxito individual y social. Eso es lo que ha permitido a países como Nueva Zelandia ser lo que son, y ese es el horizonte al que deberíamos aspirar. Sabemos cuál es la filosofía que nos acercará a él. La pregunta es si estamos dispuestos a abrazarla o persistiremos, como buena cultura latinoamericana, en los errores intelectuales que una y otra vez nos han condenado al fracaso.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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