Postas, retenes y escuelas
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Publicado en Diario Financiero, 21.11.2024El economista Finis Welch observó hace mucho tiempo que «sin desigualdad de prioridades y capacidades, no habría comercio, ni especialización, ni excedentes producidos por la cooperación. Por cierto, no habría economía…». Si todos fuéramos iguales en todo sentido no existirían las diferencias que nos impulsan a crear cosas distintas, a querer ser como otros, a diferenciarnos de los demás y a producir bienes y servicios para intercambiarlos por otros distintos que han sido producidos por personas que ni siquiera conocemos. De lo anterior se sigue que la desigualdad es, fundamentalmente, causa de progreso en un contexto de personas libres.
«Una cosa es la igualdad ante la ley y otra muy diferente e incluso opuesta, con la que se obsesionó Chile, es la igualdad a través de la ley».
Tal como afirmó el economista francés del siglo XIX Jean Gustave Courcelle-Seneuil, quien fuera invitado por el gobierno de Manuel Montt, la desigualdad es «causa de imitación y de progreso». En la misma línea, Friedrich Hayek argumentaría en el siglo siguiente que la igualdad ante la ley y la igualdad material eran «no solo diferentes», sino que también estaban «en conflicto entre sí». Para Hayek, «podemos lograr lo uno o lo otro, pero no ambos al mismo tiempo. La igualdad ante la ley que exige la libertad conduce a la desigualdad material». En otras palabras, una cosa es la igualdad ante la ley y otra muy diferente e incluso opuesta, con la que se obsesionó Chile, es la igualdad a través de la ley.
Desafortunadamente, la tesis que se ha instalado es aquella según la cual hay una contradicción entre el interés público y la desigualdad, lo que no es necesariamente correcto. Un caso reciente y emblemático que ilustra este punto es China, que ha experimentado una disminución masiva de las tasas de pobreza en las últimas décadas, mientras que la desigualdad de ingresos ha aumentado sustancialmente. La razón de esto es que el progreso económico nunca beneficia a todas las personas al mismo tiempo y al mismo ritmo. Como ha explicado Deirdre McCloskey, si bien «los pobres han sido los principales beneficiarios del capitalismo», los beneficios que provienen de la innovación en un mercado abierto en línea con las instituciones liberales van primero a los ricos que los generaron. Luego benefician a los menos privilegiados al hacer que los precios bajen en relación con los salarios, generando más oportunidades de trabajo. Así, incluso las desigualdades naturales y sociales, cuando se dan en el marco de instituciones más liberales, permiten que los más privilegiados beneficien a los menos privilegiados.
En la misma línea, el Nobel de economía Angus Deaton ha argumentado que las desigualdades en salud, por ejemplo, deben tolerarse durante algún tiempo para permitir la masificación de nuevos tratamientos y tecnologías costosas. Según Deaton, sería absurdo, desde la perspectiva del interés público, impedir que unos pocos se beneficien primero para lograr una mayor igualdad. Lo mismo se aplica, a la desigualdad salarial.
Como concluyó Welch, el aumento de la desigualdad producido por mayores retornos salariales educativos creó nuevas oportunidades para las personas y un mercado laboral más educado con salarios más altos.
Esto se explica porque más individuos, al ver el éxito de sus semejantes, buscaron educarse para así obtener mejores salarios llevando como consecuencia a un aumento del ingreso promedio de sus grupos de pertenencia. La demonizada desigualad, entonces, juega un rol esencial en el progreso de los menos aventajados.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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