Necesaria humillación
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Publicado en El Líbero, 23.03.2018Karl Popper está de moda. Su imagen, en un meme que intenta explicar burdamente la paradoja de la tolerancia, circula en diversas redes sociales y ha sido compulsivamente difundida por parte de la izquierda estudiantil. Irónicamente, ésta recurre a lo planteado por el liberal austríaco para explicar sus claras pretensiones de censura ―como ocurrió en la Udec― y para justificar el linchamiento callejero de aquellos a los que consideran como promotores de discursos de odio, tal como ocurrió esta semana con un ex candidato presidencial en la Universidad Arturo Prat.
De manera irracional, varios han intentado justificar a la horda rabiosa y violenta golpeando a un sujeto indefenso al que considera “enemigo de la humanidad”. Entre los argumentos hay de todo, desde sutiles formas de condenar al ostracismo las opiniones disidentes (como que la víctima no debió dar la charla a la que había sido invitado) hasta explicaciones similares a las que justificaban la masacre en la revista Charlie Hébdo, en base a las supuestas ofensas a una religión que habría hecho la publicación satírica.
Aquellos que justifican el linchamiento en base a supuestas ofensas olvidan que hay una enorme distancia entre la expresión a través de las palabras y la violencia brutal de las piedras. Desconocen que “si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”, como decía Orwell. Y entonces olvidan que la “ofensa simbólica” ha sido la excusa usada por siglos para perseguir a minorías religiosas, culturales y raciales; para silenciar a artistas, literatos y científicos; y para fustigar conductas privadas como la promiscuidad, el adulterio o la homosexualidad.
Bajo la acusación de blasfemia se ha perseguido todo aquello que ha ofendido las opiniones de otros. Muchos disidentes terminaban en la hoguera o la plaza pública bajo la acusación de ofender. Siguiendo esa lógica, muchos pensadores liberales que pusieron en duda el derecho divino de los reyes habrían sido linchados. Eso lo olvida el diputado Vlado Mirosevic.
El poeta irónico Heinrich Heine decía que allí “donde se queman libros se terminan quemando también personas”. Paradojalmente, la izquierda chilena parece creer que la censura es favorable a la promoción de la tolerancia. Ello explica su burda apelación a la paradoja planteada por Popper, olvidando que el filósofo liberal decía que eso no significaba que algunos se arroguen la facultad de censurar las opiniones que consideran intolerantes, tal como pretende hacerlo un grupo de universitarios chilenos. No es su facultad ni su derecho.
"Popper advierte que las filosofías intolerantes, como el nazismo y el comunismo, debían ser derrotadas usando argumentos racionales, para así mantenerlas en jaque en la opinión pública."
Popper advierte lo inadecuado de presumir lo anterior diciendo que las filosofías intolerantes, como el nazismo y el comunismo, debían ser derrotadas usando argumentos racionales, para así mantenerlas en jaque en la opinión pública. La izquierda universitaria, sin embargo, como sólo se basa en un burdo meme, olvida esto y en su pregonada lucha contra el supuesto fascismo de Kast está usando métodos propios de las SA de Hitler y las camisas negras de Mussolini. Son ellos, y no Kast, los que están yendo contra el uso público de la razón y los fundamentos más básicos de cualquier sistema democrático decente.
Una izquierda totalitaria e irracional se incuba en las aulas universitarias chilenas. Se presume a sí misma como guardiana de la tolerancia y se arroga el carácter de Santa Inquisición. Lo peor es que una parte de la izquierda política y de las autoridades universitarias aceptan aquello e indirectamente justifican frenar a palos cualquier cosa que les huela a discurso de odio.
Civilización versus barbarie. La palabra versus el garrote. Esa era la tensión que veía Karl Popper. La izquierda universitaria es hoy la primera enemiga de la sociedad abierta. Son ellos los que promueven el odio hacia la libertad de conciencia.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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