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La ciudadanía aleccionando a la política Publicado en El Mostrador, 08.11.2020

La ciudadanía aleccionando a la política

Con la participación masiva en el histórico plebiscito del 25 de octubre, los chilenos han dado muestra, una vez más, de su amplio compromiso pacífico con las formas institucionales y representativas de la democracia como único método para resolver los problemas comunes. Esto tiene aún más valor a la luz del último año vivido, en donde grupos radicalizados se valieron de la acción violenta y destructiva, pretendiendo revindicar la destrucción del patrimonio urbano y nuestros barrios como supuesto motor legítimo de cambios. A dicha violencia descontrolada y rabiosa, todos los chilenos —tanto los que votaron Apruebo como Rechazo— le hemos dicho ¡basta! Y nos hemos contrapuesto a ella unidos en democracia con un simple gesto de votación en las urnas. La democracia y el lápiz Bic finalmente triunfan sobre el fuego y la destrucción. ¡Enhorabuena! Esperemos que este mensaje perdure y haga eco en los más jóvenes.

El triunfo del Apruebo fue contundente: casi 8 de cada 10 votantes anhela una nueva constitución. Si bien hay una mitad de los chilenos que no participó y no votó, el hecho de que haya habido tan alta participación, aún bajo un contexto de pandemia mundial y riesgos para la salud, da cuenta de la legitimidad del proceso. La contundencia del resultado es también evidencia del éxito de quienes promovían la opción Apruebo, ya que esta opción se perfilaba —obviamente— como un canal de positividad y de expresión de cambio que supuestamente respondería a todos los malestares de la ciudadanía expresados de forma multifacética desde octubre del 2019. No cabe duda de que la constitución adquirió un carácter simbólico y una forma de “cordero de sacrificio” en donde la ciudadanía veía una expresión ritualista para lavar nuestros pecados y nuestros errores como sociedad y así poder purificarnos de un pasado problemático. Estos rituales y símbolos —como tantas veces sucede en Latinoamérica— terminaron imponiéndose por sobre el debate acerca de los contenidos efectivos de la constitución y sus reales efectos en la vida social y económica del país.

De todas formas, el carácter pacífico, la magnitud del apoyo de la ciudadanía al proceso y el contundente resultado del Apruebo confieren indudable legitimidad a los siguientes pasos del proceso constituyente. Además, el enorme resultado del Apruebo, que acaparó un 78,27% de las preferencias, debería ser un mensaje para todos respecto a que este número no significa una pugna clásica o ideológica de izquierda contra derecha. De hecho, dentro de los sectores de centroderecha, figuras como Joaquín Lavín e Ignacio Briones están dentro del grupo del Apruebo. El Apruebo entonces es una amalgama de voces variopintas de distintos espectros socioeconómicos y políticos que incluye al menos un tercio de la autodefinida derecha criolla. Como bien lo señaló Loreto Cox, “el Apruebo no pertenece ni a una generación determinada, ni a un sector político, ni a una cierta clase. Es que 78% es, sencillamente, un número muy grande”. Estos resultados entonces nos deberían recordar que ningún sector político o ideológico puede pretender arrogarse para sí el resultado del plebiscito, que, de forma evidente, no tuvo a ningún dirigente o ideólogo jugando un rol articulador relevante, ni durante todo el proceso ni tampoco durante las celebraciones. El Apruebo entonces deja la cancha completamente abierta para que se disputen con ideas serias y constructivas los contenidos de la nueva Constitución.

Así, el resultado y el pacífico proceso del plebiscito no le pertenecen ni a los violentistas que destruyen nuestras ciudades, ni a los políticos que están ensimismados tratando de sacarse los ojos, ni a un sector ideológico de izquierda específico, sino más bien, esto le pertenece a toda la ciudadanía respetuosa que quiere utilizar los mecanismos pacíficos de la democracia representativa para sentarse a una mesa y ponerse finalmente de acuerdo para poder salir de nuestro agujero. Paradigmático de lo anterior es el hecho de que el 25 de octubre, millones de chilenos participamos de forma ordenada y pacífica en un plebiscito para cambiar profundamente nuestras reglas del juego, mientras que dos semanas después nuestros políticos en el Congreso vuelven a sacarse los ojos con acusaciones constitucionales infundadas y con medidas profundamente populistas e innecesarias, como un segundo retiro de un 10% de los fondos de pensiones. Mientras las élites políticas están en una pugna de suma cero descarnada entre facciones que buscan hacerse sólo daño entre ellas, la ciudadanía, por su parte, está dando el verdadero ejemplo de democracia y de civilidad. Los políticos realmente están en una estratósfera destructiva y populista, mientras la ciudadanía está aquí, en el Planeta Tierra, reclamando acuerdos y racionalidad.

Finalmente, podemos señalar que la cosa que realmente une y aglutina a ese gran número que representa el Apruebo, es que una mayoría maciza de la ciudadanía expresó reales anhelos de mejoras en el deplorable estado de las cosas nacionales y en nuestras agrietadas instituciones políticas y económicas. El 78,27% representa altas expectativas de que —a diferencia de nuestros actuales e insensatos congresistas— sí podamos resolver nuestras diferencias a través del diálogo y a través de una nueva Constitución que arremeta contra las carencias y problemas que tenemos como sociedad y que se han exacerbado producto de un nulo crecimiento económico y una odiosa pugna entre élites políticas que se asemeja cada día más a una versión “flaite” de Twitter. Si hay algo elocuente que nos dice el resultado del plebiscito, es que hay un gran sector honesto y democrático de la población que busca ser reformista y mejorar nuestra alicaída realidad, pero al mismo tiempo siendo responsables y buscando formas pacíficas de acuerdo y pactos amplios. El hecho de que la ciudadanía siga siendo aún civilizada, estando a la altura de la democracia y no se haya comportado como lo hacen hoy nuestros políticos, es una buena señal que nos sugiere con optimismo —y como bien nos recordaba Ortega y Gasset—, que “no hay destino tan desfavorable que no podamos fertilizarlo aceptándolo con jovialidad y decisión. De él, de su áspero roce, de su ineludible angustia, sacan los pueblos la capacidad para las grandes verdades históricas”.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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