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La canción del inmigrante Publicado en Cooperativa, 14.12.2016

La canción del inmigrante

imagen autor Autor: Jorge Gomez

Recuerdo la vez en que mi abuela Corina O´Elckers Almonacid, hija de un alemán y una chilena, se atendió por primera vez con un médico cubano. Ella era una anciana hermosa de casi 90 años, cuyos ojos azules aún brillaban pero que ya sufría los estragos de los años. El hombre ingresó a su habitación y al verla de sopetón, sorpresivamente cayó en llanto como un niño pequeño. Nos contó que años atrás había decidido salir de Cuba. La búsqueda de un futuro mejor lo llevó a asumir el alto costo de la prohibición de volver, impuesta por el gobierno cubano, no ver a su madre nunca más. En estos días, no he podido evitar recordar aquel episodio al ver cómo se está abordando el tema de la migración en Chile.

El migrante es una búsqueda y una renuncia a la vez, voluntaria generalmente, pero a veces forzada por gobiernos, guerras o crisis económicas. Cuando se migra no solo se llega a un lugar sino que se deja mucho atrás. Todo con el propósito de buscar un mejor destino. Nadie migra a lugares donde cree que estará peor. La migración siempre conlleva altas expectativas, sueños. Sin embargo, en esa búsqueda también se arriesga mucho. El fracaso y la decepción son latentes para cualquier patiperro. No obstante, los migrantes afrontan aquello pues comparten, por lo general, una ética común: la del esfuerzo. Por eso, quien migra está dispuesto a salir de la zona de “confort”.

El migrante, donde llega, no lo hace pidiendo limosnas ni caridad, sino que ofreciendo su trabajo. Esa fue la ética con que llegaron a América del sur miles de migrantes europeos, sin títulos nobiliarios, ni riquezas ni grandes apellidos. Solo con una maleta y el deseo de forjarse un mejor destino.

Eso convirtió a un monte considerado un calvario, en Capitán Pastene. En ese sentido, el migrante no busca  la gracia del pueblo que lo recibe sino su respeto, su reconocimiento. Tampoco busca parasitar del Estado y sus supuestos beneficios sociales, sino que busca insertarse como un ciudadano más, como un sujeto capaz de ejercer su libertad para poder trabajar y forjarse un futuro. Es decir, ser dueños de su propio destino sin que la sociedad o el Estado les digan cómo debe ser aquello. Eso explica que el médico cubano de mi abuela decidiera sacrificar sus afectos y que cada vez más haitianos elijan trabajar en Chile, aunque los propios chilenos crean que están en el peor país del mundo.

La reciente discusión en torno a la inmigración se ha ensuciado de instrumentalizacióny reduccionismo. Algunos pretenden utilizar el tema de los inmigrantes como la excusa perfecta para extender la burocracia estatal bajo el pretexto de los derechos sociales y de pasada promover políticas contrarias a la libertad de empresa y emprendimiento.

Se olvidan que Chile, con todos sus bemoles, se ha convertido en el asilo contra la falta de libertad económica y política de alrededor de 9 mil venezolanos, los cuales han aumentado en más de un 1000% en los últimos años.

Personas que han escapado de la burocracia corrupta y asfixiante que se construyó en nombre del socialismo del siglo XXI en Venezuela, que irónicamente, algunos de estos supuestos paladines del migrante avalan como un modelo a seguir para Chile. Lo que olvidan es que los migrantes votan con los pies y viajan a países que les garantizan más libertad política y económica, por tanto más posibilidades de trabajo y mejores opciones para emprender y salir adelante.

Otros han intentado apelar a una relación dudosa entre migrante y delincuente, cuyo trasfondo parece ser la idea de que un Chile habitado solo por “nativos chilenos”sería más seguro. Lo que olvida este punto de vista es que incluso los fenotipos raciales se desvanecen en un mundo cada vez más globalizado.

Lo irónico es que el discurso anti inmigrantes promovido por sectores conservadores inevitablemente se cruza con el alegato contra el libre flujo de capitales promovido por las izquierdas, bajo un factor común: el resguardo de nuestro acervo cultural.

Así, la lucha contra el capital foráneo y la inversión extranjera que las izquierdas enarbolan apelando al proteccionismo económico y cultural, rápidamente se liga con la xenofobia anti inmigrante ligada al proteccionismo laboral. Combinación anti libre empresa y anti libertad de trabajo, no vieja por lo demás. No nos olvidemos que en Chile, en favor de resguardar una supuesta identidad nacional y en favor de proteger la industria musical chilena, años atrás se aprobó el proyecto de 20% de la música chilena en las radios, impulsado por diputados de derecha y ratificado por los de izquierda. Patriotismo puro y duro. Ni pensar cómo legislarán sobre migración nuestros honorables.

Lo que olvidan las dos posiciones antes mencionadas, es que el aumento de inmigrantes es reflejo de que Chile aún ofrece condiciones favorables para la libertad de trabajo y emprendimiento, que es lo que busca todo migrante al ejercer su libertad de movimiento. Eso, a pesar del mal gobierno de la Nueva Mayoría, la desaceleración económica, las retroexcavadoras y los flagelantes que consideran a Chile como el peor país del continente.

Y también a pesar del racismo transversalmente arraigado en la sociedad chilena, que sin embargo, de a poco, ha ido disminuyendo gracias a la presencia de los migrantes. Las futuras generaciones ya comienzan a entender que el color de la piel o el acento son solo detalles. Quizás, en un futuro no lejano, tendremos muchos más jugadores de origen haitiano o colombiano jugando por la Roja. Tal como me dijo un amigo colombiano al pensar en aquello, serán imbatibles.

"Lo que están diciendo los migrantes al votar a Chile con sus pies, es que ven en el país un lugar que ofrece oportunidades, donde aún es posible intentar forjarse un futuro."

Chile tiene bemoles y hay muchas cosas que se deben mejorar sin duda, pero lo que ha permitido progresar a este país y encaminarse hacia el desarrollo, es lo que está atrayendo también a los migrantes de diversos países.

De 107 mil migrantes en 1990 pasamos a 400 mil en 2014. Así, según la ONU, Chile se convirtió en el país donde más creció el número de migrantes en los últimos años. Porque la migración en masa no es hacia Venezuela o Cuba, donde supuestamente los trabajadores están más protegidos y tienen derechos sociales. Es hacia Chile, donde existe uno de los salarios mínimos más altos de la región.

Los migrantes deberían ser vistos como símbolo de la libertad política y económica que aún impera en Chile. No como delincuentes. Porque el problema de la delincuencia en nuestro país no se debe al aumento en la llegada de migrantes, sino a la creciente desidia de nuestras autoridades frente a la acción de los criminales, a su falta de visión política con respecto a la complejidad del problema delictivo. La vergüenza del SENAME basta para ejemplificar aquello. No culpemos a los migrantes de nuestras propias carencias.

Los migrantes, sin quererlo, nos están poniendo a prueba en muchos sentidos. Llegó el momento de hacer honor al espíritu liberal con que fue fundado Chile, ese que inspiró a José Miguel Infante, liberal incomprendido, a abolir la esclavitud y a Manuel de Salas a declarar la libertad de vientre. Llegó el momento de hacer honor a la idea de ser la tumba de los libres o el asilo contra la opresión. El desafío es enorme pues nos obliga a mirarnos a nosotros mismos con respecto a otros que también son parte nuestro hoy día, cada día. Y nos están invitando a hacerlo mucho mejor.

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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