No pain, no gain
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Publicada en Cooperativa, 12.09.2024A propósito de los 51 años del quiebre de la democracia en Chile, el gobierno de Gabriel Boric ha impulsado una serie de acciones al respecto. Pero hay una que llama la atención. Es un documento emitido por el Ministerio de Educación, titulado Orientaciones para el Mes de la Memoria y la Democracia, que se plantea como una invitación a las comunidades educativas para posibilitar el diálogo y el encuentro en torno a los derechos humanos a través de una serie de directrices respecto al uso de los Sitios de Memoria.
A modo de recomendación, y con el fin de generar una reflexión situada y empática, esta especie de guía ministerial plantea una estructura didáctica compuesta de cuatro fases frente a los Sitios de Memoria: La sensibilización en el tema, la reflexión y diálogo, la creación de murales u obras y la vinculación con el resto de la comunidad educativa a través de ferias, muestras o exposiciones.
El problema es que el documento no propone una reflexión histórica respecto al pasado, sino que apunta a construir una liturgia memorial basada en los sentimientos de los estudiantes. Ello queda en evidencia cuando se describen las sugerencias durante las visitas a los lugares de memoria, donde la invitación es a percibir y registrar emociones.
«Apelar a las emociones de los estudiantes para vindicar la memoria se aproxima más a la propaganda política y evidencia una instrumentalización del pasado cuyo fin no es promover un aprendizaje pedagógico y ejemplar, sino cooptar el presente».
Las directrices propuestas por el Ministerio de Educación son un claro ejemplo de psicologización de la memoria. Como es evidente, bajo esa situación el recuerdo no es usado como lección, donde debe existir una trazabilidad histórica, sino como memorización mecánica en base a la experiencia traumática pasada, vivida por otros y plasmada en los lugares de memoria.
El problema es que con ello se conforma una memoria más bien litúrgica donde predomina lo emocional por sobre el juicio histórico. Y de eso pueden surgir varios problemas. Primero, la memoria se convierte en una especie de tabú liberado de toda crítica que impide la necesaria comprensión histórica bajo la errada presunción de que aquella conlleva la exculpación de los victimarios. En segundo lugar, una memoria litúrgica conlleva una narrativa sacralizada que trae consigo el riesgo de deformar la transferencia experiencial, lo que se traduce en deformaciones históricas donde sujetos del presente, sin ser víctimas ni verdugos, son considerados como tales, tal como ocurrió tiempo atrás con un sujeto llamado José Barrera, quien decía ser nieto de un detenido desaparecido sin serlo.
Así, bajo una narrativa sacralizada, que bajo la excusa de impedir el olvido reprime cualquier juicio crítico, la memoria se presta para una serie de situaciones, algunas al borde de lo fetiche, que no buscan una comprensión pedagógica del pasado, sino que simples manifestaciones estéticas y repetitivas. Algunas narcisistas como la del supuesto nieto de José Barrera, pero también institucionalizadas y que se traducen en lo que el historiador Pierre Nora llamó bulimia conmemorativa, como el proyecto «los árboles por la Memoria», desarrollado en 2023 por el Ministerio de Agricultura.
¿Cuál es el límite entre el deber de memoria y la manipulación de la memoria en ese sentido? Claramente, apelar a las emociones de los estudiantes para vindicar la memoria se aproxima más a la propaganda política y evidencia una instrumentalización del pasado cuyo fin no es promover un aprendizaje pedagógico y ejemplar, sino cooptar el presente. Todo mediante una narrativa oficial que, entre otras cosas, busca hacer olvidar que septiembre siempre ha sido el mes de la patria, para convertirlo en el mes de la memoria.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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