The free market didn’t fail Chile, whatever its politicians might say, and the state doesn’t lack the means to restore the rule of law. The central problem is that a large proportion of the elites who run key institutions—especially the media, the National Congress and the judiciary—no longer believe in the principles that made the country successful.
Poco y nada se ha dicho al respecto. Si bien es cierto, la discusión constitucional se ha dedicado más a las reglas del procedimiento que a alguna cuestión de fondo, no es menos cierto que es una buena oportunidad para tocar la efectiva descentralización del país.
No hay nada más contrario a la democracia que presumir que se posee una verdad revelada y que por ello se está en el lado de los buenos, porque se está del lado correcto de la Historia. Bajo esa presunción arrogante, la concepción de la democracia pierde sentido totalmente, porque los adversarios, quienes discrepan, se convierten no solo en herejes, sino también en enemigos radicales.
Si hay algo de lo que la democracia necesita es prescindir del historicismo que profesa la diputada Cariola. Porque la democracia, contrario a las concepciones historicistas descritas antes, es un espacio inconquistable e indefinido que solo es posible cuando se sostiene la deliberación abierta respecto a los asuntos.
La democracia, explicó Friedrich Hayek, en línea con el pensamiento liberal clásico, no es un fin en sí mismo, sino un medio. Su objetivo es determinar el modo en que se obtiene el poder. El liberalismo, en cambio, es una doctrina sobre los límites del poder y, como tal, es un fin en sí mismo, pues tiene por objetivo proteger la soberanía y propiedad del individuo.
El peronismo recuperó la Casa Rosada. El cambio de mando de Mauricio Macri a Alberto Fernández supone todo un récord, debido a que es el primer Presidente no peronista en culminar un período presidencial en casi 90 años.
Si hay algo que dejó en evidencia la reciente implosión es cómo diversas instituciones han sido colonizadas por activistas de izquierda. Los peores fueron los medios de prensa televisivos, donde hubo pocos periodistas que no estuvieran claramente alineados con la ideología subversiva que buscaba destruir nuestra democracia.
Ha sido una semana vertiginosa para la política. Un vaivén que ha puesto en tela de juicio los pilares de nuestra democracia, erosionándola desde su interior, relativizando el abuso del relato político por sobre las instituciones, el Estado de Derecho y la tan famosa, pero hoy un tanto desierta, cultura democrática chilena.
La irrupción del ministro de Hacienda en la arena política lo señala como un revulsivo necesario para el durísimo segundo tiempo que se viene para el presidente Piñera y su Gobierno.
El regocijo frente al movimiento desde el mismo 18 de octubre refleja tres torcidas actitudes humanas —además del simple odio irrestricto al Presidente Piñera—: la condescendencia, la eliminación del significado de las palabras y las asimetrías de pensamiento.
Si la violencia logró imponer una refundación del orden institucional chileno, es razonable pensar que podrá inclinarlo en la dirección que grupos extremistas anhelan, especialmente si se tiene presente que Chile es un Estado fallido cuando de orden público se trata.
La crisis social que ya lleva más de un mes y medio ha dejado al desnudo profundas grietas estructurales en todo el sistema político chileno. Pero esta crisis también ha revelado el crítico nivel de polarización política que tenemos.
La constitución de un país es tremendamente importante porque tiene consecuencias prácticas. Es fundamental, sí, pero no será necesariamente el gran factor decisivo de nuestro futuro como sociedad.
Hoy se difunde por las redes mensajes del tenor de “somos la generación que -inserte alguna supuesta virtud- por eso no tenemos miedo”. Una generación que se ve al espejo y se considera a sí misma como virtuosa persé ¿existirá algo más soberbio en nuestros días? Es bueno recordarle a esta generación, un par de cuestiones.
El reencuentro como sociedad que se vivió en el acuerdo por la paz y la nueva Constitución parece eclipsarse por los vientos de violencia que han vuelto a azotar el país. No sólo hablo de la violencia que ha destruido más de 100 mil empleos producto de saqueos, caos, destrucción e incendios, sino también de la violencia política.
La situación de Concepción es deplorable, preocupante y de carácter urgente. Las movilizaciones efectuadas a raíz de la crisis social y política que atraviesa nuestro país, sí bien han tenido un componente pacífico absolutamente legítimo, tienen un lado B: la sistemática violencia, vandalismo y alteración del orden público.
Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs. Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas.
Hoy se difunde por las redes mensajes del tenor de “somos la generación que -inserte alguna supuesta virtud- por eso no tenemos miedo”. Es bueno recordarle a esta generación, un par de cuestiones.
El reencuentro como sociedad que se vivió en el acuerdo por la paz y la nueva Constitución parece eclipsarse por los vientos de violencia que han vuelto a azotar el país. No sólo hablo de la violencia que ha destruido más de 100 mil empleos producto de saqueos, caos, destrucción e incendios, sino también de la violencia política.
Las movilizaciones efectuadas a raíz de la crisis social y política que atraviesa nuestro país, sí bien han tenido un componente pacífico absolutamente legítimo, tienen un lado B: la sistemática violencia, vandalismo y alteración del orden público.
«El progreso no es una bendición ininterrumpida.
A menudo viene con sacrificios y luchas»