La crisis social que ya lleva más de un mes y medio ha dejado al desnudo profundas grietas estructurales en todo el sistema político chileno. Pero esta crisis también ha revelado el crítico nivel de polarización política que tenemos.
La constitución de un país es tremendamente importante porque tiene consecuencias prácticas. Es fundamental, sí, pero no será necesariamente el gran factor decisivo de nuestro futuro como sociedad.
Hoy se difunde por las redes mensajes del tenor de “somos la generación que -inserte alguna supuesta virtud- por eso no tenemos miedo”. Una generación que se ve al espejo y se considera a sí misma como virtuosa persé ¿existirá algo más soberbio en nuestros días? Es bueno recordarle a esta generación, un par de cuestiones.
El reencuentro como sociedad que se vivió en el acuerdo por la paz y la nueva Constitución parece eclipsarse por los vientos de violencia que han vuelto a azotar el país. No sólo hablo de la violencia que ha destruido más de 100 mil empleos producto de saqueos, caos, destrucción e incendios, sino también de la violencia política.
La situación de Concepción es deplorable, preocupante y de carácter urgente. Las movilizaciones efectuadas a raíz de la crisis social y política que atraviesa nuestro país, sí bien han tenido un componente pacífico absolutamente legítimo, tienen un lado B: la sistemática violencia, vandalismo y alteración del orden público.
Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs. Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas.
Hoy se difunde por las redes mensajes del tenor de “somos la generación que -inserte alguna supuesta virtud- por eso no tenemos miedo”. Es bueno recordarle a esta generación, un par de cuestiones.
El reencuentro como sociedad que se vivió en el acuerdo por la paz y la nueva Constitución parece eclipsarse por los vientos de violencia que han vuelto a azotar el país. No sólo hablo de la violencia que ha destruido más de 100 mil empleos producto de saqueos, caos, destrucción e incendios, sino también de la violencia política.
Las movilizaciones efectuadas a raíz de la crisis social y política que atraviesa nuestro país, sí bien han tenido un componente pacífico absolutamente legítimo, tienen un lado B: la sistemática violencia, vandalismo y alteración del orden público.
Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs.
Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas.
Más allá de si el Gobierno sea incapaz de resistir al chantaje de los propios y que, con esto, a Ossandón y su panda le salga a cuenta obrar al margen de la Constitución, lo hecho y dicho por la diputada debilita todavía más la frágil institucionalidad de nuestro país, víctima de la mediocridad y frivolidad de aquellos que juraron —o prometieron— desempeñar fiel y legalmente el cargo de diputado.
De partida, tuvimos un Presidente perdido, quien, a la Luis XVI, celebraba un cumpleaños en un restaurante mientras Santiago ardía. Y hasta hoy, luego de haber entregado todo, parece no entender que lo que enfrentó no fue una simple revuelta, sino un intento de derrocarlo llevado a cabo por la versión criolla de los jacobinos.
Comprenderemos, ojalá no demasiado tarde, que nuestro peor defecto ha estado en nuestra maltrecha cultura política, muy latinoamericana, que reduce la democracia a eso que llaman «el clamor popular», la mejor forma en que unos pocos ideólogos y manipuladores pueden aplastar a las minorías usando a las mayorías.
Muchos dirán que se exagera al colocar atención a estos fenómenos, pero en función de este tipo de acciones, las sociedades pueden entrar no solo en un espiral del silencio sino también en dinámicas populistas, dictatoriales e incluso totalitarias. En Chile podríamos estar pasando del únete al baile, al únete al baile, obligatoriamente, en nombre del pueblo. Es hora de que los demócratas despierten.
Las pandillas se conforman de individuos que ni quieren tener la razón y tampoco darla, es simplemente la imposición de sus opiniones.
Muchos dirán que estos actos son simples humoradas en medio de las manifestaciones, pero en términos estrictos ¿qué pasaría si alguien se niega a cumplir lo que el grupo desea? De seguro, no lo dejarán pasar y probablemente la masa incurrirá en insultos o agresiones.
El viernes 18, miles de personas se regocijaban con el Metro y Enel incendiados. Y ahora vienen a pedir paz. Quizás recién se iluminaron luego de hacer entrar al ranking otro libro, aunque en noveno lugar: '¿Cómo mueren las democracias?'.
Creo que hacer el contraste entre lo que sucede en un liceo con número de Chile con la realidad de nuestros colegios más acaudalados es un ejercicio retórico acertado que debería hacerse más a menudo. Sin embargo, el contraste ofrecido por la Defensora de la Niñez rezuma más resentimiento que honesta preocupación por los derechos de los niños.
No estamos frente a una disputa política, un desentendimiento o un rechazo a una medida. Se trata de una crisis política que ha puesto en tensión nuestra propia democracia.
Lo de hoy es diferente; no se pelea por vida o muerte, y estamos en democracia. No se justifica dividir ni violentarse así. Diferencias siempre van a existir, pero hoy tenemos políticos e instituciones para eso.
«La libertad no es un regalo de Dios,
sino una conquista humana»