No debiese sorprendernos tanto el prepotente e injustificado actuar del Diputado Gutiérrez frente al control sanitario al cual fue sometido.
No son pocos los jóvenes que, con mucho orgullo y poca humildad, se sienten parte de una epopeya, de una épica refundacional y novedosa que el mundo no ha conocido y que son ellos -cuales redentores– los que nos van a explicar a los más viejos cómo se construye una sociedad más justa.
Cuando un liberal clásico habla de la importancia de las instituciones, no lo hace de manera trivial. En realidad, se refiere a algo más profundo: las instituciones son «el resultado de actos humanos y no la ejecución de un designio humano», como bien señaló Adam Ferguson siglos atrás.
A propósito de lo ocurrido en Curacautín, desde Santiago se ha intentado mostrar la situación como un conflicto racial. Falso.
Usando las palabras de Edward Coke les pregunto: ¿qué prefieren? ¿«la vara dorada y absoluta de las leyes» o «la incierta y torcida cuerda de lo discrecional»?
“Lo que el Estado no puede hacer es prohibirnos crear cosas que no dañen a otros, como fundar un colegio”.
El pasado 8 de julio del 2020, el día en que se viabilizó la aprobación de la reforma constitucional para permitir el retiro de parte de los fondos de pensiones, es un día clave que quedará escrito en los libros de historia nacionales.
En el marco del caso de Antonia Barra, parlamentarios de oposición y oficialismo presentaron, junto a la familia de la joven, un proyecto.
Se ha debatido respecto al uso y mal uso de ciertos resquicios legales para que el Parlamento pueda adjudicarse facultades claves que, en nuestro sistema presidencial, debían ser potestades exclusivas del Presidente de la República.
Las tendencias y las dinámicas políticas ya están establecidas hacia un rápido proceso de descomposición de la democracia representativa.
A pesar de las obvias consecuencias catastróficas y antinaturales de las medidas para controlar el coronavirus, no se permitió a nadie opinar en contra o poner en práctica una estrategia distinta.
De un tiempo a esta parte, hemos asistido a un fenómeno preocupante y que debería hacernos volver tras nuestros pasos o al menos reflexionar hacía donde nos dirigimos.
Cualquier intento por rescatar a Chile del pantano tercermundista en el que se está hundiendo pasa necesariamente por tener un diagnóstico adecuado acerca de las causas que lo han llevado a la crisis actual.
Los últimos días han sido verdaderamente convulsos, no precisamente por lo acontecido en materia legislativa desde el Congreso Nacional y la abrupta derrota propinada por el propio oficialismo a La Moneda -aunque hacen mérito para incorporarse a la categoría-, sino que más bien por los hechos acontecidos en la Provincia de Arauco.
La Nueva Mayoría, en su afán por transformar Chile, supo desde un principio que “el modelo neoliberal”, antes de salir de las instituciones debía ser arrancado del alma de los chilenos.
iene razón el rector Carlos Peña al plantear que la semilla de lo que ocurre hoy en la UDI está en el cosismo impulsado por una de sus figuras más emblemáticas, Joaquín Lavín.
El liberalismo es un conjunto de ideas más bien descriptivo. El socialismo, por el contrario, es un sistema prescriptivo.
El país está siendo testigo de los cantos de sirena. En la Odisea, Ulises se aferró al mástil de su barco y para oír los cantos de sirena, tapó con cera los oídos de su tripulación. Aquí parece suceder algo similar, pero al revés.
“Somos las nietas de las brujas que nunca pudiste quemar” reza una de las consignas más populares del feminismo contemporáneo, aludiendo a la época en que la Iglesia Católica suprimió la herejía o cualquier tipo de desviación de la fe verdadera. Un periodo indudablemente oscuro donde el fanatismo, el control y el miedo rigieron a Europa y algunos países de América.
Las viejas verdades se olvidan, especialmente si no se inoculan en el lenguaje de las nuevas generaciones, insistía un viejo austríaco de la posguerra. Fernando Atria lo tuvo claro y evaporó estas verdades esparciendo mitos en matinales y universidades. Otros, en cambio, hacen de bisagras, y especialmente en la élite. Andrea Repetto, Jorge Correa o Rodrigo Vergara, por ejemplo, empujan las ideas que caminan inestables por cornisas.
«El progreso es imposible sin cambio, y aquellos
que no pueden cambiar sus mentes,
no pueden cambiar nada»