Soñábamos con una Convención Constituyente de juristas y ciudadanos de excepción, pero de esos elegimos pocos. En cambio impostores, diletantes y charlatanes elegimos varios. Nos faltará vida para arrepentirnos de ese error. Ojalá no lo repitamos con la presidencia.
En Chile estamos ante formas de hacer política claramente irresponsables y demagógicas. El supuesto chantaje de la DC a una de sus senadoras, que se opone a un cuarto retiro de las AFP, denota el nivel deplorable de la política chilena.
Dado que los hechos molestaban, había que cambiarlos estableciendo una verdad oficial. Con leyes de negacionismo, por ejemplo, u hoy, más sutilmente, cambiando el significado de las palabras: donar es lo que antiguamente era “ahorrar en mi cuenta corriente” y los presos políticos eran los antiguos “delincuentes”.
Hoy en día se puede percibir una narrativa que castiga la individualidad. Pareciera que buscar el bienestar individual se asociara al egoísmo, avaricia y otros tantos pecados que amenazan la vida en sociedad.
En estas últimas décadas se ha manifestado una creciente preocupación por el aumento de inversiones y de flujos de capitales de países no democráticos (como Rusia y China), en otros países de distintas regiones.
La aparente, y no tan aparente, disposición de diversos actores a romper reglas o sortearlas contribuye con fuerza a esta sensación de incerteza.
En época de campañas políticas comienzan a aparecer los ofertones y los famosos candidatos barbie.
Hace un mes se publicó el informe de la libertad económica en el mundo, conocido como el Economic Freedom of the World Index 2021, donde se constanta una preocupante caída en picada de Chile en dicho índice de libertad económica.
Parte importante de la élite global se desconectó de la realidad de la ciudadanía común y corriente. Sumergidos en sus burbujas, estos grupos del establishment, de izquierda y de derecha, repiten en todos lados eslóganes parecidos.
A dos años del 18 de octubre de 2019, hay un dato de la última Encuesta CEP que debería preocupar a muchos, especialmente, a los más entusiastas de este proceso revolucionario.
La desaparición del ‘neoliberalismo' implicaría por definición el fin de los anti-neoliberales.
La novela de Dickens “Historia de dos ciudades” (libro que descubrí de niño en la biblioteca de mi abuelo), transcurre entre la pacífica vida en la reformista Londres y la violenta vida en la revolucionaria Paris.
Durante estos días se cumplen ya dos años desde el estallido social iniciado el 18 de octubre del 2019, y del cual todavía estamos viviendo sus repercusiones en distintos aspectos, como lo político, lo constitucional, y así como también sus consecuencias en materia de violencia y destrucción del espacio público.
Está enredada la elección presidencial. Pocos saben por quién votar y menos quién va a ganar. Además, la esquizofrenia electoral que nos ataca hace todo más complicado y volátil. Y los candidatos no ayudan mucho en todo caso. Empeoran todo la verdad.
Se dice que Danton, uno de los impulsores de la revolución en Francia, le dijo a su amigo Lacroix camino al cadalso: "Amigo, si en el país al que vamos hay revoluciones, hazme caso, no nos mezclemos".
Algo poco mencionado cuando se recuerda la caída de la UP es que los afanes insurreccionales de una parte importante de la izquierda de ese entonces quitó enjundia a la promesa democrática de "la empanada y vino tinto" de Allende.
Estando a meses de una elección presidencial me parece lamentable que el tema de la semana pasada haya sido si un candidato retiró o no parte de los fondos destinados a su pensión, sobre todo en estas elecciones.
Nos hemos “latinoamericanizado” en materia financiera, dejando de ser el país símbolo de la seriedad y de la responsabilidad fiscal, tomando el camino derecho hacia un subdesarrollo económico-financiero de la mano de los retiros.
Hay que tener particular atención en aquellas candidaturas presidenciales que prometen más gasto público, un mayor rol del Estado en la economía y mayor gasto para la ciudadanía a punta de impuestos, ya que estas propuestas no resuelven el problema fiscal de fondo, sino que lo podrían acrecentar aún más.
He seguido las propuestas de Gabriel Boric y vi a Nicolás Grau, su jefe programático, en el CEP. Es admirable el desenfado y elocuencia con que expresan malas ideas.
«La libertad no se pierde por
quienes se esmeran en atacarla, sino por quienes
no son capaces de defenderla»