En Chile algunos parecen mirar con cierta condescendencia las dictaduras socialistas, considerándolas como simples tropiezos, como una perversión de su ideal, y no como clara y brutal expresión del mismo.
Es por supuesto legítimo hacer petición a la autoridad. Lo que no corresponde es que esta quiebre el principio central del estado de derecho según el cual las reglas del juego deben ser siempre imparciales y abstractas, es decir, no pueden privilegiar a nadie en especial.
Si el Gobierno tiene una propuesta de reforma, que sea honesto y la someta al procedimiento del Capítulo XV de la Constitución, pero que no la disfrace como la opinión del pueblo.
Muchos hablan de descentralizar pero quieren mantener la dependencia con respecto al centro político administrativo.
Muchos se llenan la boca con la libertad de expresión, pero respetan poco la libertad de disentir. Al rato quieren censurar o dirimir qué es lo políticamente correcto, como si fueran dueños de la verdad o de una moral superior.
¿Corresponde a un exiliado chileno callar ante los abusos por haber recibido un departamento, una beca, un puesto de trabajo, un seguro de salud o una visa de salida múltiple de la RDA?
Mientras los escandinavos llevan más de una década liberalizando su burocrática estructura clientelar; innovando y adaptándose a las nuevas tecnologías, en Chile seguimos en discusiones decimonónicas como el reemplazo en huelga o la prohibición de Uber.
La reforma laboral es un proyecto económicamente demencial que busca traspasar un enorme poder a los sindicatos y, así, indirectamente, al Partido Comunista.
¿Qué pasará cuando la automatización, la robótica y el «Internet de las cosas» avancen aún más en la industria, la enseñanza, el hogar y en el propio Estado?
Las reflexiones de Nima Sanandaji no solo permiten desmitificar el modelo escandinavo, sino que nos sirven para que en Chile comencemos a hablar en serio de desarrollo y bienestar.
Los empresarios no pueden permitir que se les deshumanice en la imagen pública, pues es mucho más fácil odiar a una caricatura sin voz ni rostro conocido que a otro ser humano.
Urge una flexibilización y perfeccionamiento del sistema que regula la donación de órganos en nuestro país.
La grandeza de Aylwin estriba en que supo reconocer que se equivocó al suponer que los militares devolverían pronto el poder a los civiles, y en que rectificó y luchó por la democracia sin rencores ni sed de venganza.
Aylwin demostró su alta vocación política, esa mezcla entre pasión y mesura, en la forma en que contribuyó a terminar con la dictadura de Pinochet.
La sustitución de empleos humanos por maquinaria ya está efectivamente ocurriendo en Chile y, en especial, en la industria agrícola.
Resulta decepcionante ver cómo la derecha vuelve a abrazar un misticismo estatal parecido al de la izquierda que le hace imposible plantear una alternativa real a la social democracia.
Cuesta concebir que en medio de un mundo que transforman vertiginosamente las nuevas tecnologías que en Chile prosperen el retrogresismo, este back to the past, esta obsesión por convertir a Chile en un parque temático político.
Los países nórdicos se han transformado en la última gran utopía socialista. No los países reales, sino un mito construido a partir de la distancia y la ignorancia.
El Banco Central se encuentra atravesando una noche fría de invierno. La situación económica le envía señales para reducir la tasa de interés y, al mismo tiempo, para subirla.
Al gobierno se le dijo primero, se le explicó después y se le advirtió al final, que la reforma tributaria afectaría el crecimiento y el empleo, lo que perjudicaría a los más pobres
«La libertad no es un regalo de Dios,
sino una conquista humana»