La política como profesión
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Publicado en El Mercurio, 20.07.2024Este año han subido en 22% los homicidios violentos en nuestro país. Agrego «violento» para llamar la atención de la ministra del Interior que distingue entre delitos pacíficos (en las «tomas», por ejemplo) y los violentos. En la famosa matanza de San Valentín —que ha inspirado libros y películas— asesinaron a 7 gángsters. En los últimos 10 días han asesinado a 17 personas en la RM, con lo que suman 256 homicidios en lo que va del año (ninguno «pacífico» por cierto).
Eso pasa cuando se justifica la violencia. Se parte por debilitar a las policías moralmente, tratándolas de violadores de derechos humanos; materialmente, votando en contra de darle recursos; jurídicamente, persiguiéndolos injustamente y políticamente, homenajeando a los maleantes de la primera línea en el Congreso.
«Estamos gobernados por una coalición que nació de la violencia, que privilegia la política sobre la ley, el aplauso sobre el deber y que fue elegida con más resignación que entusiasmo».
Eso pasa cuando se debilita el sentido de la autoridad, permitiendo que los alumnos se tomen los colegios; amenacen a sus profesores; rocíen de bencina a sus inspectores; lancen bombas molotov a los carabineros; «acampen» en la sede de la U. de Chile (recientemente levantada en la víspera de vacaciones, porque Gaza puede esperar, pero las vacaciones no), etc… Eso pasa cuando uno ve dignidad en un saqueo, justicia en un incendio y heroísmo en los matones.
Eso pasa cuando, en la coalición de gobierno, el PC se declara ofendido porque en un allanamiento a su radio le incautan un arsenal de guerra o porque a uno de sus líderes lo detiene la justicia por corrupción. O cuando celebra la dictadura de Venezuela que manda a matar a uno de sus disidentes en Chile o cuando vota en contra de la ley anti-barricadas o anti-usurpaciones. Pero lo peor no es que aleguen, sino que el partido siga a cargo de nuestra educación, pensiones, defensa y vocería.
Eso pasa cuando se mandan señales contradictorias a la ciudadanía, como condenar la violencia mientras se honra con el Premio Nacional de Arquitectura a un señor que justifica las tomas. O cuando el presidente advierte que perseguirán como perros a la delincuencia y nombra delegado presidencial a un admirador del perro matapacos. O cuando se nombra ministra de la Cultura a una dama que tweeteaba: «Put… marac... pero nunca paca». Eso pasa cuando agarran a balazos a la ex ministra del Interior en Temucuicui y no pasa nada. O cuando el ministro Elizalde infringe la Constitución, la ministra Vallejo lo defiende y el presidente Boric calla.
Eso pasa cuando no se persiguen las licencias médicas fraudulentas o la exdefensora de la Niñez llama a que se salten los torniquetes. Eso pasa cuando nuestros jóvenes del Frente Amplio montan una máquina defraudadora para birlarles recursos a los más pobres para vivir sin trabajar. También cuando los encargados de seguridad mienten diciendo que necesitan subir impuestos y levantar el secreto bancario para pillar a los malos, como si los bancos chilenos hicieran cola para abrirles cuenta a los sicarios venezolanos.
Eso pasa cuando la Fiscalía se dedica a perseguir carabineros inocentes mientras deja libres a los facinerosos. Eso pasa cuando los organismos dedicados a la defensa de los DDHH y de la niñez se avocan al activismo político.
Eso pasa cuando el presidente, que debiera dar ejemplo de dedicación a la seguridad, se dedica a viajar por el mundo, como si gobernar fuera responsabilidad de otros. Ahora se va a las Olimpíadas. Ojalá vaya a la competencia de tiro al blanco para que vea lo que están padeciendo los chilenos de a pie.
El orden, la paz y la disciplina se imponen desde arriba. No son los niños los que disciplinan a los padres, ni la gente a las autoridades, sino que al revés. Poner orden requiere señales inequívocas, sanciones ejemplares y consistencia entre las palabras y los actos. Estamos gobernados por una coalición que nació de la violencia, que privilegia la política sobre la ley, el aplauso sobre el deber y que fue elegida con más resignación que entusiasmo. Ellos no tienen la credibilidad, la estatura ni la convicción para poner orden. Es hora de castigarlos en las urnas y votar por los que creen en la no violencia, la democracia y el respeto a la ley.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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