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Tres lecciones de Colombia para Chile Publicado en El Libero, 04.10.2016

Tres lecciones de Colombia para Chile

Fue un sorpresivo y potente mensaje el que lanzaron este domingo los colombianos a su gobierno, las FARC y la comunidad internacional. Los que rechazaron los acuerdos de paz superaron por escaso margen a quienes los aprobaban, y aunque la abstención fue elevada, se estimaba que sería mucho mayor. En esencia, la inmensa mayoría de los colombianos desea la paz para su patria pero, y he ahí un aspecto crucial, no todos consideran que sea justo obtenerla a cualquier precio.

Creo que Colombia le enseña a Chile en estos días al menos tres lecciones. La primera es que una república democrática tiene derecho a discrepar de la “comunidad internacional” cuando se trata de temas nacionales. Nadie lo expresó con tanta claridad como el ex vicepresidente Francisco Santos. En su opinión, los colombianos manifestaron a la comunidad internacional (se refería al secretario general de Naciones Unidas y los presidentes que asistieron en La Habana a celebrar la firma de los acuerdos entre el Presidente Juan Manuel Santos y “Timochenko”, jefe máximo de las FARC) que no compartían su visión sobre Colombia y que su standard de democracia y justicia supera al de esa comunidad allí representada.

En efecto, para los colombianos resultó inaceptable que mediante los acuerdos, a los guerrilleros responsables de crímenes de lesa humanidad se les ofreciese la posibilidad de transitar de la lucha armada a la política sin pasar un día en prisión, recibir curules en el Parlamento y postular hasta a la presidencia de la república.

Otros dirigentes del “No” fueron más asertivos: señalaron que los mandatarios que viajaron a La Habana no aceptarían para sus países que culpables de secuestros, terrorismo, asesinatos, narcotráfico y violencia armada disfrutasen de impunidad. En La Habana estuvieron los presidentes de Chile, Cuba, El Salvador, México, República Dominicana y Venezuela, y Ban Ki-moon.

Si bien todo acuerdo de paz suele ser motivo de alegría, nadie tiene más autoridad moral para aprobarlos finalmente que aquellos que sufrieron la guerra. En ese sentido la decisión de los colombianos es incuestionable y plantea, entre otros asuntos, uno singular y de vasto alcance: ¿corresponde y conviene que presidentes de otros países den por hecho y celebren acuerdos de este tipo sin que el soberano nacional los haya ratificado previamente? ¿En qué situación quedan ahora los gobernantes -y en particular, Ban Ki-moon- que se anticiparon a la decisión de los colombianos?

Como ciudadano de Chile (país al que le preocupa mucho lo que se piensa sobre él en el extranjero) me impresionó comprobar cómo los colombianos, al tanto de la presión de la comunidad internacional, no tuvieron empacho en hacer oír su voz con gran valentía cívica. Y tenían razón: Nadie puede definir mejor que ellos, que sufrieron los embates de la guerrilla, las condiciones bajo las cuales se debe firmar la paz con las FARC. El trágico saldo de los 52 años de acción de esa impopular guerrilla asciende a aproximadamente 250.000 muertos, 46.000 desaparecidos y siete millones de desplazados. Todo esto sin contar los daños materiales. Es entendible que, ante este infinito cuadro de dolor, destrucción y horror, muchos colombianos dijesen queremos la paz pero sin impunidad ni ventajas para los victimarios.

Hay una segunda lección colombiana para Chile en estos días: Colombia no se acompleja a la hora de defender sus intereses y fronteras. Por el contrario, basada en un amplio y transversal respaldo ciudadano, defiende con vehemencia la integridad de su territorio. Recordemos lo mucho que sorprendió al mundo el Presidente Santos cuando, en marzo de este año, anunció que su país “no seguirá compareciendo” ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para tratar el litigio marítimo con Nicaragua. ¿La razón? Bogotá considera “cosa juzgada” aquel tema. Punto. “Los temas bilaterales entre Nicaragua y Colombia no van a seguir sujetos a la decisión de un tercero y deberán abordarse mediante negociaciones directas entre las partes, de conformidad con el derecho internacional”, precisó Santos. Al igual que los colombianos que votaron “No”, para dar ese paso Santos se basó en una convicción nacional profunda, no en las supuestas expectativas de la “comunidad internacional”.

Y la tercera lección colombiana en estos días dice relación con La Araucanía y con la necesidad de buscar allá una solución basada en el diálogo y en el marco del Estado de derecho. Colombia nos advierte que una república democrática que funciona como tal tiene el deber de buscar, proponer e implementar soluciones que garanticen justicia, respeto a los derechos humanos, seguridad y paz. Y el último medio siglo de Colombia nos enseña que lo peor es cuando el Estado de derecho se inhibe de actuar, o por diversas circunstancias no quiere o no logra actuar, y tolera que las tensiones escalen y se amplíen. El empeoramiento de las circunstancias, como lo muestra La Araucanía, acarrea destrucción y muerte, más pobreza, arbitrariedad y un aumento de la violencia, y debilita al mismo tiempo la convivencia cívica.

Pese a las diferencias entre ambos países, Colombia está más cerca de nosotros de lo que pensamos y nos enseña bastante en estos días.

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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