El espíritu del 5 de octubre
El 5 de octubre de 1988 significó el triunfo de la democracia, incluso mucho antes de que se dieran a […]
Publicado en La Estrella de Concepción, 02.05.2024Hace una década, observábamos con lástima ingenua y cierto grado de alivio, que la realidad delincuencial de los países latinoamericanos no era la nuestra. Así, la generación nacida en los noventa, creció pensando que la seguridad era algo dado, natural y obvio.
Hoy día nos encontramos ante una sociedad inerte, como un boxeador aturdido al borde del knock-out. Casos espeluznantes, que antes estaban más cerca de la ficción que de la realidad, ahora son tristemente cercanos a la vida de todos nuestros compatriotas.
De esta manera, la capacidad de asombro se desvanece, nuestra institucionalidad se debilita mientras una nueva familia de mártires se viste de luto. Con profunda tristeza, miles de familias llorarán en la soledad por una nueva persona asesinada, víctima de la delincuencia y el terrorismo.
Stalin dijo: «La muerte de una persona es una tragedia; la de un millón, una estadística». Para mi generación, que creció en un país seguro, es crucial que la nueva generación no asuma la violencia como algo normal en nuestra sociedad.
Porque las personas, sus vidas y sus familias no son una estadística, son la esencia misma de nuestra humanidad.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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