¿Quién se escandaliza por una motosierra?

Autor: Juan Lagos

La visita del presidente electo José Antonio Kast a Argentina, en sus primeros días tras la elección, es una señal clara de un cambio de tono en la relación con un país hermano con el que Chile no ha atravesado su mejor momento diplomático. Los comentarios destemplados del presidente Boric, sumados al desaire de no ponerse de pie para saludar a Javier Milei en Bolivia, llevo a una escena insólita: el presidente argentino pasó por Chile en privado, sin protocolo ni expectativa alguna. Visto el trato dispensado al secretario de Estado de Estados Unidos o al embajador de Israel, la cautela parece razonable.

Junto con el estreno internacional del presidente electo, también ha debutado una «oposición no electa» desorientada, que reaccionó en coro ante un supuesto escándalo que ningún observador de buena fe alcanzaría a identificar. La exembajadora Bárbara Figueroa vio en la visita a Argentina una señal de sumisión ideológica global; Carolina Tohá advirtió riesgos y lecturas impropias a partir de un gesto que, según ella, proyectaría una imagen equivocada del país; y Paulina Vodanovic llegó a sostener que el viaje constituía una afrenta para los millones que votaron por Jeannette Jara. Todo el revuelo, sin embargo, tiene un origen tan simple como revelador: una fotografía. Una imagen fue suficiente para construir una polémica completamente estéril, carente de consecuencias reales y sostenida más en la necesidad de escandalizarse que en un análisis mínimamente serio de los hechos.

«El artificioso escándalo en torno a la motosierra revela, en realidad, algo distinto de lo que sus críticos pretenden: no que el presidente electo José Antonio Kast vaya a parecerse a Javier Milei, sino que la oposición chilena comienza a adoptar rasgos propios de la oposición argentina».

El artificioso escándalo en torno a la motosierra revela, en realidad, algo distinto de lo que sus críticos pretenden: no que el presidente electo José Antonio Kast vaya a parecerse a Javier Milei, sino que la oposición chilena comienza a adoptar rasgos propios de la oposición argentina. Kast y Milei tienen estilos propios y marcadamente distintos, y entre ambos existe un respeto mutuo que reconoce esas diferencias, las que reflejan con bastante fidelidad el carácter de cada pueblo. No podría haber un Milei en Chile, como tampoco un Kast en Argentina. Chile no cultiva el nivel de espectáculo político que caracteriza a la escena trasandina, del mismo modo en que Argentina no cuenta con una derecha que tenga la tradición, el peso político y la densidad intelectual de la chilena. Lo preocupante es otra cosa: todo indica que la oposición chilena promete replicar los peores vicios del libreto argentino, con escenas ya conocidas, como sectores de izquierda rasgando vestiduras por el estado de hospitales o universidades públicas, después de haber guardado silencio frente a los millonarios recortes a la educación superior durante la gestión de Sergio Massa, o frente a la abultada deuda hospitalaria acumulada en la provincia de Buenos Aires bajo el gobierno de Axel Kicillof.

Además, ¿quién en su sano juicio podría escandalizarse por una fotografía con una motosierra? Esa reacción solo parece comprensible en quienes reducen cualquier símbolo a una caricatura o en quienes necesitan forzar asociaciones para sostener un relato de alarma permanente. La motosierra, más allá del histrionismo que algunos le atribuyen, no representa otra cosa que una discusión legítima sobre el tamaño, el alcance y la eficiencia del Estado. Resulta más inquietante la incomodidad de quienes se sienten plenamente a gusto con un aparato público elefantiásico, inmune a la evaluación de resultados y resistente a cualquier intento de racionalización. ¿Qué tiene de escandaloso revisar organismos que no cumplen funciones claras, eliminar duplicidades, ordenar el gasto o poner fin a estructuras que sobreviven por inercia burocrática? Convertir ese debate en una amenaza moral dice mucho más sobre la resistencia al cambio que sobre el símbolo que se pretende demonizar.

Confiado en la prudencia y la templanza del presidente Kast, no cabe duda de que será capaz de recoger lo mejor de distintos liderazgos internacionales, tomando de cada uno aquello que ha resultado beneficioso para sus pueblos. De Javier Milei, por ejemplo, hay lecciones evidentes: la decisión de restablecer el orden frente a la protesta violenta mediante incentivos claros en materia de seguridad pública, el esfuerzo por recuperar la paz en una provincia de Santa Fe largamente capturada por el narcotráfico y la conducción de un proceso de estabilización económica que, contra todo pronóstico, comienza a mostrar resultados inéditos. Algo similar deberá ocurrir con otros referentes, siempre desde la comprensión de la realidad chilena y de sus particularidades institucionales y culturales. Estos procesos no ofrecen recetas automáticas, pero sí una enseñanza relevante: incluso en escenarios más adversos que el nuestro, es posible avanzar con decisión cuando existe claridad de rumbo y la voluntad de ejercer un verdadero gobierno de emergencia nacional.