Escombros comunistas
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Publicado en El Líbero, 01.08.2025
Publicado en El Líbero, 01.08.2025
Autor: Antonia Russi
Dentro de las primeras semanas de julio, retornó la exposición de la obra Rostros del Bicentenario emplazada en la estación de metro Baquedano. Esta se compone de una serie de seis retratos bajo la autoría del artista chileno, Guillermo Lorca García-Huidobro. Se trata de una intervención que fue tapiada en el contexto de los desórdenes de octubre de 2019, con el objetivo de protegerla de los desmanes. Estas magníficas pinturas corresponden a seis imágenes de hombres y mujeres que transitaban comúnmente por la estación. El artista nos comenta que su metodología radicó en fotografiar aleatoriamente a los transeúntes de la parada del metro, para luego escoger ciertos rostros que representaran fenotípicamente al chileno. Como ya se comentaba, estas fueron protegidas por latones con fotografías de las obras, para lograr resguardar los ejemplares del vandalismo. Pero este año han vuelto a ver la luz, mostrándose con esplendor en uno de los espacios más transitados de la capital chilena.
Una de las historias más interesante de semejante intervención artística, es que los retratados nunca fueron informados, los cuales se mantuvieron en el anonimato hasta ocho años más tarde, cuando se impulsó la iniciativa «Rostros de Baquedano», para encontrar a sus protagonistas, quienes nos regalan sus testimonios de honor y orgullo en la página de Metroarte.
«Los retratos de Guillermo Lorca, su creación, su protección y regreso, representan la prueba de que los chilenos merecen excelencia, para continuar su camino hacia el progreso de la institucionalidad, la conquista de libertades y el dominio del propio destino vital»
La excelente noticia de su restauración nos permite leer algunos elementos implícitos, pero profundos, que dan cuenta de lo que ha pasado nuestra sociedad en los últimos años. Es difícil olvidar que en aquellos años la violencia y la destrucción azoló nuestra ciudad, acabando con gran parte del patrimonio público y privado del epicentro citadino, afectando directamente a aquellos cuya consigna decía querer proteger. Se dijo e insistió en la reconstrucción de un nuevo país, que permitiera erigir, ex nihilo, una sociedad más igualitaria, empática y dignificadora. Sin embargo, estas manifestaciones resultaron instituyéndose sobre la base de relatos divisores y hostiles, que fomentaron altos índices de animosidad cívica.
La obra de Lorca fue testigo del resultado de motivaciones perversas, que, bajo el noble anhelo de la dignidad humana, persiguió la división como un peldaño hacia el poder. Se insistió, con ello, en que nuestra nación fue construida bajo la sombra de sectores privilegiados en desmedro de los sectores subalternos, abusados por quienes hoy se reconocen como quienes ostentan injustamente ciertos privilegios. Esta narrativa propició una de las instancias más riesgosas para nuestra democracia, catapultando a un grupo político al poder, que sigue sin entender la relevancia de la institucionalidad, tradición y respeto por la tradición de orden y republicanismo chileno.
Lo más llamativo es que al interrogar al artista sobre sus objetos de inspiración, responde con sencillez que la iniciativa se gestionó en torno a la celebración del Bicentenario, momento, a mi parecer, reflexivo pero constructivo de la conciencia y unidad nacional. Con ello, el autor propuso una instalación de retratos de grandes dimensiones en base a personajes que frecuentaran dicho espacio público. De alguna manera, comenta Guillermo Lorca, el retrato, y no así la fotografía, se asocia a la dignidad de retratado, dado que se compone de técnicas más complejas, especiales y más duraderas. Pero, además, en el mundo artístico, los retratos se asocian a una práctica reservada para una élite. El retrato comunica, sin duda, exclusividad. Por ello, para Lorca era fundamental utilizar dicha técnica para promover la identificación del chileno con las obras, y hacer de su disfrute algo más accesible y cotidiano, una posibilidad de ser parte de un elemento dignificador que, en las futuras décadas, todos pudiesen gozar.
El «destape» de Rostros del Bicentenario de alguna manera viene a confrontarnos sobre su posible reinterpretación y necesaria resignificación. Justo en una ubicación que simboliza un punto de inflexión en nuestra historia política y cívica, se nos presenta la posibilidad de redactar un proyecto nacional que defina, con coraje y solidez, los conceptos de progreso, libertad y, sin duda, dignidad. Los retratos de Guillermo Lorca, su creación, su protección y regreso, representan la prueba de que los chilenos merecen excelencia, para continuar su camino hacia el progreso de la institucionalidad, la conquista de libertades y el dominio del propio destino vital. Esta alegre noticia advierte que el patrimonio, al ser estandarte de continuidad, otorga unidad y cohesión; también comprueba que el arte y la belleza siempre prevalecerán por sobre el culto de la frivolidad, el odio y la barbarie.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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