Universidades, sueldos y prestigio
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Según Pablo Salvat en Ética nacional: un doloroso viaje de la república al mercado, el golpe de 1973 tenía como objetivo barrer con el espíritu republicano. Pero surgen algunas dudas ante esa afirmación. Si efectivamente existía un ethos republicano como pretende Salvat, ¿por qué diversos sectores de la izquierda planteaban en los 60que era necesario destruir la democracia chilena por ser eminentemente burguesa? ¿Acaso la vía armada, adscrita por el MIR en el año 64 y el PS en el año 67, era parte del espíritu republicano que añora Salvat? O por otro lado, ¿por qué desde la derecha se culpaba a la Constitución del 25 y el sistema político de contribuir a la debacle institucional?
Salvat idealiza una democracia pluralista y republicana que no existía a mediados de los 60 en Chile. Porque el discurso beligerante, donde la violencia era vista como una forma legítima de acción política para acabar con los enemigos (lo que a todas luces contradice un ethos republicano basado en adversarios y no enemigos), ya estaba instalado en Chile antes de 1973. La desconfianza y la polarización ya se habían instalado en la sociedad chilena muchos antes que los militares ejecutarán su monopolio de la violencia.
Salvat, en su idealización, olvida u omite que fue la aceptación de la violencia política lo que sacó del ámbito público los valores más altos como la justicia, la dignidad, la fraternidad y la compasión. Omite además que detrás de aquella aceptación de la violencia revolucionaria se escondía el nefasto principio de que el individuo, la persona, importa menos que el colectivo.
La sociedad chilena no era una república al modo ateniense donde prima el diálogo y los ciudadanos se reconocen como iguales en tanto libres. No, señor, la democracia chilena sufrió los embates de una polarización antipolítica propiciada por una izquierda obnubilada con la violencia revolucionaria y una derecha obtusa bajo las lógicas reaccionarias. ¿De qué ethos republicano habla entonces Salvat?
No es raro que desde su fantasía, trate de dar un salto lógico desde las tensiones coactivas en torno al poder político (da lo mismo quien lo ejerza, si es de izquierda o derecha) contra el ámbito de los acuerdos voluntarios, el mercado. Así, Salvat le imputa al mercado lo que las disputas por el poder político generaron en Chile. Acusándolo de ser el causante de convertir al pueblo chileno en una mera suma de idiotas en el sentido clásico de la palabra, es decir, aislados y fuera de lo político. Pero se equivoca rotundamente.
El pueblo chileno había dejado de ser ciudadano cuando las élites políticas chilenas –de derecha e izquierda una vez más– aceptaron de una manera u otra la entrada de la violencia en el ámbito político, en ambos casos para deshacerse de sus adversarios e imponer su voluntarismo. Es decir, fue la aceptación de la violencia política a mediados de los 60 lo que atomizó a los ciudadanos, no fue el mercado. Porque, bien lo sabrá Salvat, una masa reunida pretendiendo aniquilar a otros sin pretender transar nada y queriendo ejercer los instrumentos de la violencia, no es un grupo de ciudadanos sino una banda de bárbaros. Nuevamente, da lo mismo si se dicen de derecha o izquierda.
Salvat, en su idealización, olvida u omite que fue la aceptación de la violencia política lo que sacó del ámbito público los valores más altos como la justicia, la dignidad, la fraternidad y la compasión. Omite además que detrás de aquella aceptación de la violencia revolucionaria se escondía el nefasto principio de que el individuo, la persona, importa menos que el colectivo. Es decir, que podemos ser medios para los fines de otros. Fines que bajo discursos justicieros, finalmente esconden las personales ansias de poder de algunos líderes. Fue eso lo que instauró un ethos donde los medios utilizados no importan tanto, si están en función del fin.
No es el mercado, como pretende Salvat, el que ha propiciado los escándalos políticos empresariales, sino la previa aceptación, durante los años 60, de que los medios importan un comino a la hora de cumplir fines personales. Porque, contrario a lo que plantea Salvat, el mercado, el intercambio, funcionan sobre la base de la reciprocidad y el mutuo beneficio. Es eso lo que ha permitido a los pueblos salir del estado de barbarie –donde el saqueo y el pillaje son la norma– hacia una fase algo más civilizada donde los derechos de cada individuo son respetados y no sometidos al capricho de una banda de bárbaros. Tan civilizada que el propio Salvat puede comprar ropa, libros, un café, el pan o un pasaje al extranjero para dar unas clases, sin miedo a ser saqueado o asaltado por un grupo de bárbaros.
Fuente: El Mostrador
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