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Jeannette Jara y el pueblo Publicado en El Líbero, 11.07.2025

Jeannette Jara y el pueblo

imagen autor Autor: Juan Lagos

Sabiendo que con la bandera del Partido Comunista es imposible convocar a las mayorías, los partidarios de Jeannette Jara han optado por presentarla como una figura cercana, surgida desde abajo. Han tratado de instalar la idea de que su origen social, por sí solo, la convierte en una representante legítima del Chile profundo. Pero detrás de esa puesta en escena hay una verdad incómoda: Jeannette Jara no es una outsider que emergió desde abajo, sino una figura que ha hecho toda su carrera dentro de la maquinaria del Partido Comunista, respaldada por redes políticas y cargos públicos. Ha sido parte de esa casta privilegiada de funcionarios que ha convertido el Estado en su plataforma personal, viviendo a costa de los millones de chilenos que, con su esfuerzo diario, financian el aparato que la sostiene.

El encargado de resumir esta operación de blanqueo fue Eugenio Tironi, quien afirmó: «Jara es Conchalí, clase baja que logra salir adelante, que trabaja en el Estado, que es dirigente sindical y que representa —desde el momento en que no la ve, cómo se para y cómo se peina— al mundo popular chileno y lo que fue la historia de esfuerzo, de solidaridad y de mérito de los comunistas, todo lo demás: arroz graneado». De esta afirmación se pueden sacar al menos dos conclusiones: una falsa apreciación de lo popular, proveniente de una visión profundamente clasista, y una idealización distorsionada que romantiza el historial del Partido Comunista.

«Jeannette Jara no es una outsider que emergió desde abajo, sino una figura que ha hecho toda su carrera dentro de la maquinaria del Partido Comunista, respaldada por redes políticas y cargos públicos. Ha sido parte de esa casta privilegiada de funcionarios que ha convertido el Estado en su plataforma personal, viviendo a costa de los millones de chilenos que, con su esfuerzo diario, financian el aparato que la sostiene»

El clasismo de esta frase es evidente. Para Tironi, basta con que una persona sea de una comuna distinta a las cuatro por las que debe deambular para convertirse en símbolo del pueblo chileno. No debería sorprendernos esta mirada, viniendo de quien hace años no encontró mejor forma de destacar la masificación del uso de las carreteras que escribiendo que le costaba encontrar las figuras rubias, esbeltas y con dockers de antaño, porque ahora la mayoría eran —en sus palabras— morenos, bajos, algo entrados en carnes, con camisetas de la U o de Colo-Colo, que salían de los baños con la cabeza mojada antes de reingresar a sus pequeños vehículos. Una postal que, lejos de retratar una masificación de los espacios, delata una incomodidad clasista ante la presencia de compatriotas en lugares que antes se consideraban reservados para otros.

Se trata de una mirada condescendiente que reduce la identidad popular a rasgos estéticos y a clichés biográficos. Como si representar a millones de chilenos fuera cosa de actitud corporal o dirección de nacimiento. Las clases bajas y medias de nuestro país son tan complejas como las clases altas, y están compuestas por individuos libres con distintas visiones de mundo. El rol de la política no debería ser reducirlos a una caricatura, sino representar sus inquietudes, solucionar sus problemas y —lo más importante— dejar de causar más problemas de los que ya tienen. No se trata de imponer figuras artificiales que pretendan representar algo tan amplio y dinámico como las clases bajas y medias chilenas, cuya diversidad no cabe en ninguna biografía prefabricada por una consultora.

Todavía más grave es la falsificación del Partido Comunista. Tironi nos quiere hacer creer que la historia del PC chileno es una historia de «esfuerzo, solidaridad y mérito». Pero esta idealización no resiste el menor escrutinio. El PC ha sido siempre una estructura vertical, disciplinada, donde el ascenso depende más de la obediencia que del talento. En su historia reciente, ha perfeccionado el arte de tomarse espacios del Estado como chiringuitos donde repartir cargos, como bien lo ejemplifican las escandalosas contrataciones de Irací Hassler en la Municipalidad de Santiago. ¿De qué esfuerzo, solidaridad y mérito nos habla Tironi cuando se refiere al partido que llevó a la quiebra a la Universidad ARCIS sin pagarle a sus trabajadores? Esa no es una historia de superación ni de sacrificio colectivo: es una historia de captura institucional, cuoteo político y fracaso administrativo.

Jeannette Jara es un ejemplo perfecto de eso. Al finalizar su carrera, rápidamente ingresó al Servicio de Impuestos Internos, un conocido bastión del PC entre las asociaciones de funcionarios —que sigue dominando a través de Carlos Insunza Rojas, hijo del dirigente comunista Jorge Insunza Becker—. Luego fue jefa de gabinete de Marcos Barraza en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, y al ser promovida a subsecretaria de Previsión Social, su cargo fue ocupado nada menos que por su pareja, Claudio Rodríguez, también comunista, con un sueldo de más de cinco millones de pesos. Fuera del Gobierno tras la segunda llegada de Sebastián Piñera a La Moneda, primero formó parte de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, un histórico reducto comunista, y más tarde, se desempeñó como administradora municipal en la alcaldía de Irací Hassler en la Municipalidad de Santiago, espacio que también terminó convertido en un enclave del Partido Comunista. La hoja de vida de Jeannette Jara es el fiel reflejo de la inserción privilegiada en una red de poder partidario que se mantiene gracias a mecanismos internos de cooptación y lealtades políticas, muy alejada de la experiencia común de quienes se abren paso sin padrinos políticos ni acceso al aparato estatal.

Frente a esta impostura, alimentada por el paternalismo clasista de algunos, es fundamental que las candidaturas de José Antonio Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser hagan dos cosas. Primero, reivindicar a los talentos que dentro de sus propios partidos encarnan historias todavía más meritorias que la de Jeannette Jara. Esas personas existen, precisamente porque Chile fue, durante años, el país con mayor movilidad social de la OCDE. El progreso asociado al libre mercado permitió que miles de personas, sin redes políticas ni cargos públicos, formen parte de la élite empresarial, intelectual y política de nuestro país.

Lo segundo es demostrar que las ideas que generan movilidad social son las que promueven el empleo, el ahorro y la inversión. No las políticas de «sueldo vital» o negociación ramal que propone Jeannette Jara, diseñadas para beneficiar a una casta privilegiada de funcionarios públicos y dirigentes sindicales, pero que terminan siendo un martirio para los chilenos que, con esfuerzo y sacrificio, sostienen el Estado y han financiado la buena vida de personajes como Jeannette Jara.

La gran mayoría de los chilenos no construye su vida en función de un cargo público ni necesita relatos épicos para justificar su lugar en la sociedad. Trabajan, emprenden, educan a sus hijos y sacan adelante sus proyectos con esfuerzo y responsabilidad. Lo que exigen de la política no es representación simbólica, sino que se les respete su libertad y no se les ponga trabas. Esa es la tarea: defender las condiciones que hacen posible el ascenso social, no reemplazarlas por privilegios corporativos disfrazados de justicia.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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