La libertad de expresión es intuitivamente molesta, porque nos obliga a escuchar, leer y hasta presenciar expresiones que nos pueden ofender.
El resultado de esta histeria protectora es infantes eternos, incapaces de desarrollar la resiliencia que la vida adulta requiere.
Si queremos una sociedad civilizada debemos poner a la razón como el instrumento central de juicio y desplazar el sentimentalismo del debate público.
«La libertad no se pierde por quienes se esmeran en atacarla, sino por quienes no son capaces de defenderla»
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