El derecho a ofender
Sin excepción las sociedades occidentales se están convirtiendo en espacios cada vez más histéricos de corrección política y emotivismo irreflexivo. La nueva teoría es que no deberíamos decir cosas que resulten ofensivas a determinados grupos, especialmente a minorías que se consideran históricamente desaventajadas.
Según esta forma de entender el mundo, nuestra comunicación debería verse restringida social e incluso legalmente por lo que el receptor de un cierto mensaje pueda llegar a sentir al recibir el mensaje, independientemente de si lo transmitido es verdadero o falso. Las emociones, serían así, el criterio para dirimir lo que es justo decir o informar y lo que no lo es pues la fría racionalidad hiere una y otra vez a diversos grupos sociales.
El problema de todo este razonamiento es que es totalmente incompatible con una sociedad libre y civilizada. Y es que la libertad de expresarnos necesariamente implica ofender e incomodar a otros, ya que nuestro mensaje siempre se encuentra abierto a interpretaciones subjetivas. Peor aún, muchas formas de vida que incluyen cosas como vestirse, hablar, crear arte, entre otras, resultan ofensivas a diversos grupos de personas que no las comparten, lo cual bajo la lógica emotiva implicaría que deben ser censuradas. De hecho, en Inglaterra una famosa galería de arte retiró un cuadro del pintor del siglo XIX John Waterhouse en el que retrataba mujeres desnudas por considerarlo potencialmente ofensivo.
La medida fue luego revertida, pero mostró al punto absurdo al que puede llegar la corrección política en sociedades donde el victimismo se ha convertido en un símbolo de estatus social y la pose humanitaria en la fuente de autoridad para perseguir herejes y quemarlos en la hoguera de las redes sociales y los medios de comunicación.
"Si queremos una sociedad civilizada debemos poner a la razón como el instrumento central de juicio y desplazar el sentimentalismo del debate público."
Pero la libertad de expresarnos no solo implica el derecho a ofender sino el deber de ofender si lo que queremos es buscar el progreso desafiando las convenciones y estructuras de poder establecidas que lo obstaculizan. La lucha contra la esclavitud, contra el dogmatismo religioso, la defensa de los derechos civiles de minorías, el desarrollo de la ciencia, todo eso resultó ofensivo para mayorías y minorías de distinto tipo. El caso más famoso fue el de Galileo que refutó la teoría geocéntrica y fue obligado a retractarse por haber ofendiendo a los católicos. Del mismo modo, hoy en día, científicos que prueban que las diferencias de género entre hombre y mujer están en buena medida ancladas en el cerebro y no son un producto cultural son perseguidos por hordas de pseudo académicos e ideólogos normalmente de izquierda que buscan liquidar sus carreras e imagen. En la misma línea, miembros de minorías de diverso tipo apoyadas por líderes culturales, intelectuales y políticos, pretenden censurar socialmente, e incluso por la vía legal, a aquellos que expresen opiniones que ellos sientan ofensivas pretendiendo así clausurar el debate de una vez.
Un caso patológico de lo anterior lo constituye el feminismo predominante, el que en realidad no es más que la lucha de clases del marxismo aplicado a las relaciones entre hombre y mujer. Lamentablemente, la agresividad de este y otros grupos han puesto de rodillas a empresas y gobiernos, que no han tenido la integridad ni el coraje de defender el derecho de las otras mujeres a decidir.
Si queremos una sociedad civilizada debemos poner a la razón como el instrumento central de juicio y desplazar el sentimentalismo del debate público. Pues si nos quedamos con la emoción y mera subjetividad ¿con qué criterio objetivo podremos comunicarnos? La lógica y la evidencia permiten acercarnos a la verdad y resolver los conflictos sobre una base universal de reglas del juego.
Los sentimientos, como criterio de justicia, por ser inconmensurables entre sí y enteramente subjetivos, solo dejan un camino abierto para zanjar diferencias: la violencia. Ese es el camino en que tan peligrosamente estamos avanzando.
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