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Ayaan Hirsi Ali: Publicado en la Revista Caras, 25.01.2019

Ayaan Hirsi Ali: "Aquí no hay islamofobia"

Esta entrevista se realizó en una ubicación que, por razones de seguridad, debe permanecer en secreto. Así es la vida de Ayaan Hirsi Ali, quien por años ha vivido resguardada las 24 horas del día. ¿La razón? Está amenazada de muerte por sus críticas a los abusos y a la violencia en nombre del islam, y por proponer una profunda reforma a la religión. Es una sobreviviente, una activista y una intelectual dedicada a la defensa de los derechos humanos.

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Ayaan nació en 1969 en Somalia, un país apenas conocido en Occidente por razones infames: la piratería, la pobreza, las enfermedades, la inestabilidad. Ayaan vivió —o sufrió— todo esto, así como ciertas prácticas de su cultura. A los cinco años fue sometida a la mutilación genital. En su adolescencia, su guía espiritual le partió el cráneo por cuestionar la religión. Apenas se convirtió en adulta, su familia intentó casarla con su primo, pero escapó a Holanda, donde primero se dedicó a traducir del somalí al holandés. Ahí estudió y se convirtió en parlamentaria. Uno de sus momentos más difíciles fue cuando mataron a su amigo Theo van Gogh por un documental titulado "Sumisión" (crítico de la religión), realizado en conjunto con ella.

Con estas experiencias, Ayaan se enfrenta, directa y sin tapujos, al abuso y a la influencia extremista musulmana en Occidente. Hoy se declara atea. Estudia la radicalización y sus motivaciones ideológico-religiosas. Su objetivo es, aunque suene ambicioso, promover una reforma del islam, así como ocurrió con el cristianismo siglos atrás.

Muchos hemos escuchado sobre los crímenes de honor, la mutilación genital o los matrimonios forzados en sociedades musulmanas, pero algunas de estas prácticas existían antes de la era de Mahoma. ¿Es esto correcto?

— En efecto, todas existían antes de la llegada de Mahoma. Tenemos que fijarnos dónde nació el islam: en una región geográfica determinada. La tribu de los árabes no era pacífica; asaltaban a las esposas de los otros, asaltaban los camellos de otros; atacaban las plantaciones del resto. No había ninguna noción de derechos sobre la propiedad. Si te estabas quedando sin comida, pero tu clan era más fuerte, ibas y tomabas la del resto. Esa forma de vivir se convirtió en la base para la fundación de la religión. Porque cuando mandas como rey, la gente puede rebelarse, pero si hablas por Dios, es muy distinto. Creo que lo que diferencia a la filosofía musulmana del comunismo o el nazismo es que habla por Dios. Entonces, cuando los mullah (estudiosos de la religión, consejeros) se sientan a discutir en Irán, ellos hablan por Dios, y como mujer e individuo esto me aterra, porque cuando hablas por Dios tarde o temprano te conviertes en Dios, pues no se contradice tu voluntad.

En tu libro, "Reformemos el Islam", dices que el islam no es una religión de paz. Esta es una declaración muy controversial.

—El islam no es una religión de paz. La religión es producto de la cultura, no al revés. Te doy un ejemplo de esto. Ayaan explica que en el islam están prohibidas todas las representaciones de Mahoma, Dios y elementos sagrados. Así, las mezquitas están revestidas de patrones y mosaicos. El arte en general es haram, prohibido.

"Mahoma separó el arte de Dios. Entonces, cuando yo era niña jamás me enseñaron de música porque era producto de Satanás. Incluso mi mamá, que no sabía leer ni escribir, sabía que tener imágenes en la pared era malo. Pero la gente que es educada también se aferra a estas cosas. Si quieren llamarlo islamismo o radicalismo, perfecto. No me interesa cómo lo llamemos, pero lo cierto es que, desde un punto de vista filosófico, el islam responde distinto que el cristianismo a la modernidad. Le declaran la guerra a la modernidad y solo te quedan dos caminos: te conviertes al islam o estás muerto. Hemos visto una muestra de eso en ISIS".

Pero ¿porqué no todos los musulmanes actúan así?

—Porque son seres humanos. Y, como dije antes, el islam se fundó en una era y lugar determinados. Luego se difundió a todo el resto de los pueblos y todas esas culturas conservaron algo de su origen. Si vas a Indonesia, vas a practicar el islam de forma distinta a alguien de Malasia. Yo vengo del África subsahariana. Mi abuela aún le rezaba a sus ancestros y creía en la magia. Esto no es islámico. Pero, si los más puritanos le dijeran que eso está mal, el espíritu de mi abuela les respondería, "¡largo de aquí, creo en lo que quiera!", —Ayaan ríe— Ella se consideraba la mejor musulmana del planeta.

Algunos dicen que hay demasiada ignorancia en Occidente respecto del Islam, y que fallamos al intentar comprenderlo desde una perspectiva occidental. ¿Cómo se debe entender a las sociedades musulmanas?

—Quiero defender a Occidente. Una cosa que encuentro asombrosa de Occidente es que, cada mañana, admitimos que somos ignorantes. Admitir que no sé algo no es malo. Significa que puedo aprenderlo.

Una vez estuve en China y ordené algo en un restaurante. La camarera no entendió lo que le pedí, me sonrió y desapareció por 25 minutos. Llamé a un encargado y le pregunté: "mire, esto es lo que pedí hace 25 minutos". Él llamó a la camarera y comenzó a gritarle frente a mí. Fue terrible. En esa cultura no se permite cometer errores. Entonces, es mejor pretender que aceptar que uno no sabe. Esto cierra la oportunidad de decir "aprendamos de nuestros errores". Hay que defender la idea de que está bien no saber algo, errar.

Sin embargo, hoy soy crítica de Occidente y su falta de liderazgo. Por ejemplo, cuando ocurrió el atentado del 11 de septiembre de 2001, hubo que descubrir qué había pasado. Estados Unidos despertó y tuvo que percatarse de la idea del islam. Pero ahora que saben qué pasó, parece que decidieron ignorarlo. Ese es mi principal problema hoy con el Islam en Occidente. Y se nota en casos como el del periodista saudí, Khashoggi. Todos estos años la CIA ha estado reportando los miles de millones de dólares que Arabia Saudita ha invertido alrededor del mundo para incubar el islam político, para establecer madrasas o escuelas coránicas...

Eso es parte de la dawa...

—Ayaan sonríe y asiente. Su último libro se llama The ChaIlenge of Dawa y fue publicado por Hoover Institution. El texto trata justamente de cómo algunas organizaciones han difundido y financiado la ideología del radicalismo islámico en el mundo, con el objetivo de destruir las instituciones de las sociedades libres e imponer la ley islámica.
Los saudíes establecieron una organización de centros islámicos. Han expandido la dawa y considero que la radicalización ideológica, tarde o temprano, lleva al terrorismo denominado "yihadista", es decir, en nombre del islam. En el caso de Khashoggi, ¿sabes lo que ha desconcertado más al Congreso de Estados Unidos, lo que ha enfurecido más a la prensa? La muerte de este individuo que fue asesinado en la forma en que Arabia Saudita mata personas regularmente. El periodista no es una excepción, es lo que se acostumbra, y ahora pretendemos estar horrorizados. "¡Oh Dios, si el Príncipe hizo esto, es horrible!". E incluso, hay una paradoja, porque, de hecho, el príncipe dice que es un innovador. Tiene esta visión de que para 2030 Arabia Saudita deje de invertir solo en petróleo y se enfoque en diversificar su economía, lo que va a quitarle fondos a los financistas del radicalismo. Pero, de repente, nos horrorizamos porque se asesinó a un saudí. Todo esto me molesta de Occidente. Queremos respuestas, pero cuando las tenemos y no nos gustan, decidimos fingir que no sabemos nada.

Pero, ¿cuál es la diferencia entre creer en el peligro de la dawa, y estar en alerta con el terrorismo, y ser islamofóbicos? Porque muchos musulmanes acusan que en Occidente estamos generalizando y mezclando cosas y por eso le hacemos daño a la religión.

—Aquí no hay islamofobia porque la religión es una elección. Entonces, si yo elijo no creer en el islam y cuento mi historia, puedo ser islamofóbica de acuerdo a su definición. Mi crítica es que los musulmanes han acaparado la palabra islamofobia como si fuera lo mismo que el racismo, el antisemitismo o la homofobia. Si no te gustan la manera o el lugar en que alguien nació, si no te gustan los homosexuales, debes ser considerado homofóbico. Pero con el cristianismo, el islam, las ideologías, cuando se trata de ideas y de interpretaciones del mundo, es distinto. Yo nací negra y nací mujer. Son mis características biológicas. No podemos decir que el islam es una característica biológica porque entonces estamos tratando de confundir y manipular el lenguaje y a la gente. Si soy mujer y me dicen que use mi burka y me quede en mi casa y yo me niego y lo denuncio, ¿es eso islamofobia? Porque a mí me dicen islamofóbica por eso.

Has dicho que, tal como el cristianismo se reformó en su momento, el islam necesita una reforma. Pero ya no formas parte de esa religión. ¿No te parece que la reforma debería venir desde adentro?

—Yo vengo de adentro, pero los miembros de la Hermandad Musulmana dicen que yo abandoné el islam, entonces estoy afuera y no puedo decir nada.

Claramente una reforma tiene que venir desde dentro, porque tienes que haber vivido el islam y visto qué ocurre en las comunidades. Pero también tiene que venir desde afuera, porque hay una ola migratoria que ha desplazado los límites que había. Entonces, si existe presión y contacto entre musulmanes y no musulmanes, aquellos que lo ven desde fuera tienen derecho a tomar interés en lo que está pasando. Y, volviendo a lo que te dije antes, en Occidente, una vez que entendemos algo, se lo cuestiona y critica. Creo que eso es lo que está pasando. Debemos mirar el centro de la religión y cuestionarlo para reformarlo. Para mí es una inversión en la humanidad, la capacidad de poder decir "si no criticamos estas cosas, vamos a permanecer congelados en el siglo séptimo". Eso es lo que quiere el Estado Islámico, que aceptemos la lectura literal. Pero el problema es que aún lo vemos como algo religioso, cuando debemos entenderlo como algo ideológico. En la Guerra Fría, Occidente ganó con hechos, con el sistema. Y aún se ven los ejemplos: miremos a Corea del Norte y Corea del Sur.

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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