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El hombre más solo Publicado en El Mercurio, 03.11.2024

El hombre más solo

Ministro, parlamentario, militar, literato, marino, miembro alternativamente de los partidos Liberal y Conservador, imperialista, antitotalitario (anticomunista y antinazi por igual), ha sido calificado como el ciudadano británico más ilustre de toda la historia. Honor que no es menor si consideramos que esa isla nos dio a reyes como Enrique VIII, Isabel I y la reina Victoria; a genios militares como Wellington, Nelson y Marlborough y a brillantes científicos como Darwin, Newton o Touring. Sin embargo, sir Winston se empina por sobre los demás. ¿Qué lo hace tan especial?

«Churchill se negó a negociar la paz, continuó la guerra y salvó a la civilización occidental de los totalitarismos. Eso lo hace el británico más grande de la historia».

Ganó el Premio Nobel de Literatura, escribiendo más palabras que Dickens y Shakespeare juntos. Antes de los 25 años había peleado cinco guerras en cuatro continentes; fue jugador de polo y pintor aficionado, pero antes que todo fue el último político victoriano. Un hombre que consideraba que el mundo anglosajón tenía una misión civilizatoria que cumplir con el resto del mundo, buscando que los principios de la Ilustración: avance de la ciencia, respeto por las personas y sus derechos, promoción de la democracia y el libre comercio se impusieran en el mundo.

Como político era decidido, y eso lo llevó a tener grandes aciertos, como la modernización de la Marina de Guerra, cambiando su combustible de carbón al petróleo, y a grandes errores, como la vuelta al patrón oro o la invasión de los Dardanelos. Hombre de familia, amante de su mujer y padre de cinco hijos, descendiente de uno de los más grandes genios militares de Inglaterra, sir John Churchill, duke of Marlborough (Mambrú para los españoles), de quien escribió su biografía.

Pero ni su alcurnia, ni su genio, ni su coraje personal son los que lo hacen destacar. Su fama viene de su visión política en un mes específico de su extensa vida. En mayo de 1940, el nazismo se ha impuesto en Europa, Francia ha caído, el ejército inglés ha sido derrotado, ha abandonado su equipamiento militar en las costas normandas y ha sido evacuado en Dunkerque. La Unión Soviética está aliada con Hitler, EE.UU. no quiere saber de otra guerra europea y se enorgullece de su aislacionismo. Italia y Japón están aliados con Hitler, y él preside como Primer Ministro un gobierno débil y en un partido donde él es minoría. Es, definitivamente, el hombre más solo de la historia. En ese momento le ofrecen la paz negociada, sus socios políticos lo presionan, pero él tiene la visión de que lo que estaba en juego era mucho más que un pacto político. La Segunda Guerra Mundial es la primera guerra ideológica, y Churchill es el primero que la ve así y entiende que la democracia no puede pactar con la tiranía y, por eso, en uno de los famosos tres discursos que se despacha en 1941 dice: «Me preguntan cuál es nuestro objetivo y es la victoria, cualquiera que sea su costo, a pesar de todo el terror y no importando las dificultades y rigores del camino, porque sin victoria no hay sobrevivencia». Así, Churchill se negó a negociar la paz, continuó la guerra y salvó a la civilización occidental de los totalitarismos. Eso lo hace el británico más grande de la historia.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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