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El desequilibrio detrás del temor Publicado en La Tercera - Pulso, 20.04.2025

El desequilibrio detrás del temor

En lo que va corrido de este siglo hay sólo dos momentos con volatilidades tan enormes como la actual generada por la guerra arancelaria: la crisis financiera global y la pandemia del Covid. El 2 de abril, cuando Estados Unidos comunicó el alza de tarifas a todos sus socios comerciales, el indicador de volatilidad VIX, cuyo nivel «normal» es de 15, se empinó hasta 60, sólo superado por el peak de 89 que alcanzó tras la caída de Lehman Brothers en 2008, y el de 82 registrado en medio de las cuarentenas de 2020.

Lo ocurrido con las tarifas no es nuevo. Vimos algo similar en la década de 1930, cuando EE.UU. quiso proteger su industria durante la Gran Depresión, generando una fuerte contracción del comercio internacional. Y mucho más cerca en el tiempo, en 2018, durante el primer gobierno de Donald Trump, cuando la tensión comercial entre ese país y China generó también una escalada arancelaria, aunque muy inferior a la actual (menor al 5%).

«Si bien el anuncio de mayores aranceles podría tener un fin recaudatorio para bajar el déficit fiscal, el mayor costo de las importaciones limitará su efecto, por el impacto que el mayor arancel tiene sobre las cantidades importadas».

El economista de Global Financial Data, Bryan Taylor, afirma que existen cuatro caballos en un apocalipsis financiero: la inflación, las guerras, el estatismo (socialismo, como lo llama él) y la globalización de la autarquía que es la aspiración de ser autosuficiente. El riesgo de esta última variable es el que está creciendo con la intensificación de la guerra comercial entre EE.UU. y China, y explica, en parte, el nerviosismo de los mercados.

Digo «en parte», porque hay otra semilla de la cual emerge el problema actual: el desequilibrio entre gasto e ingresos de la principal potencia mundial. En efecto, el déficit fiscal de EE.UU. en 2024 llegó a 1,8 trillions (billones en español), equivalentes al 6,4% del PIB; la deuda pública alcanzó el 120% del PIB, lo que equivale a tener obligaciones por US$ 106.110 por cada ciudadano norteamericano; y el déficit comercial llegó a US$ 1,2 trillions, desbalance que se reduce a nivel de la cuenta corriente al incorporar los servicios exportados.

Ante tal desequilibrio, no debiera sorprendernos que una autoridad, en especial una que acaba de asumir, se sienta llamada a resolver el problema, aunque las herramientas escogidas para enfrentarlo no sean efectivas y su implementación desate la incertidumbre global. Hay que recordar que el déficit comercial de un país es una forma de financiar el déficit fiscal, pues ambos son hermanos que suelen andar de la mano. Si bien en una red global el tipo y origen de las importaciones, así como el destino de las exportaciones, puede relacionarse con barreras arancelarias y paraarancelarias, la cuantía de un eventual déficit suele ser consecuencia de un exceso de gasto.

En ese contexto, si bien el anuncio de mayores aranceles podría tener un fin recaudatorio para bajar el déficit fiscal, el mayor costo de las importaciones limitará su efecto, por el impacto que el mayor arancel tiene sobre las cantidades importadas. Y si lo buscado es reducir el déficit comercial, estas medidas traerán un fuerte costo de eficiencia, pues el mundo funciona en redes sin que esté claro, a priori, quiénes ganan y quiénes pierden.

Visto así, el generalizado temor de los mercados provendría no sólo de las medidas anunciadas por la administración americana, sino también del problema que dejan al descubierto, que ha provocado esta semana un alza inesperada de las tasas de largo plazo. El punto es que Estados Unidos, en un contexto post Covid, destinó una buena parte del ahorro externo (deuda) a consumo (gasto) del gobierno federal, en lugar de a inversión. Una deuda que en algún momento hay que pagar. El problema es que, si el déficit comercial se reduce prontamente, se importará menos ahorro externo, lo que implicaría que el déficit fiscal también deba ajustarse, por la vía de menor gasto o incluso de recaudación por mayores impuestos, o de una caída de la inversión o aumento del ahorro, lo que significa menos consumo.

De ahí que muchos, dentro de los cuales destaca el presidente de JP Morgan, Jamie Dimon, estén pensando que la probabilidad de recesión, tanto en EE.UU. como en el mundo, haya aumentado, y con ello la volatilidad o riesgo. Lo que hay que tener claro, en cualquier caso, es que una buena parte del costo de este ajuste estaba esperándonos hace rato a la vuelta de la esquina.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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