Es curioso que los defensores de la autonomía individual como fundamento del derecho a terminar la propia vida no hayan recordado este principio cuando a los mayores de 75 años se les sometió a humillantes y arbitrarias restricciones, bajo el pretexto de evitar riesgos para su salud. En ese caso simplemente se asumió que la libertad individual y el derecho a atribuir significado a la propia existencia son de una jerarquía moral incuestionablemente inferior a la probable preservación de la vida.
Esta mudez liberal no fue sacudida ni siquiera con el dramático llamado de múltiples personas afectadas, algunas de las cuales en estas mismas páginas reclamaron el derecho a tener algo que decir respecto de la forma en que deseaban recordar y experimentar un porcentaje significativo —y en algunos casos absoluto— de su remanente de vida.
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