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Crisis de fecundidad y las amenazas antiliberales Publicado en El Líbero, 09.05.2025

Crisis de fecundidad y las amenazas antiliberales

imagen autor Autor: Antonia Russi

Sabemos que la crisis de la natalidad en Chile amenaza con traernos serios problemas, no solo demográficos sino que también sociales y económicos. En el caso chileno la tasa de fecundidad se encuentra alrededor de 1,2 hijos por mujer, muy por debajo del índice de reemplazo, convirtiéndonos en uno de los países con las tasas de natalidad más bajas del mundo . Las explicaciones a este complejo fenómeno son varias, pero una de las más interesantes es aquella que lo atribuye a un cambio de mentalidad, sobre todo de la femenina. Se alude constantemente a que en la actualidad, para las mujeres, la maternidad ha dejado de ser atractiva. Expertos como Martina Yopo, socióloga y académica de la Universidad Católica, consideran que se está privilegiando una vida profesional por sobre la maternidad, lo que hace sentido viendo la mayor participación femenina en el mercado laboral. Sugiere también que los roles de género han cambiado, influyendo en que hoy en día «ser mujer no significa ser madre y hacer familia no significa tener hijos», entregando más opciones de sentido de vida a las mujeres, antes reservados en la maternidad. Si bien esta aproximación puede ser cierta y es sin duda muy interesante para el análisis, se configura desde la consigna de que hoy los jóvenes, y sobre todo las mujeres, no desean tener tantos hijos como en el pasado.

«Si el análisis se enfocara en mejorar las condiciones para que los adultos jóvenes puedan tener los hijos que anhelan sin postergarse profesionalmente, el diseño de políticas de fertilidad se abordaría de formas más adecuadas»

Esta tesis no es necesariamente cierta. Si bien encuestas chilenas, como la Bicentenario (2024), muestran una disminución en la decisión de procrear respecto del 2009, al contrastarlas con las de países desarrollados, esta caída parece ser parte del proceso normal cuando empiezan a salir del subdesarrollo. Con todo, estos índices no indican necesariamente el rechazo por procrear sino la decisión final de traer niños al mundo, de alguna manera no sabemos cuántos de aquellos que deciden no tener hijos lo hicieron condicionados por las circunstancias. En este sentido, asumir con estos datos que los jóvenes (o las mujeres) ya no quieren tener hijos es una conclusión apresurada. Por ejemplo, un reconocido estudio del 2013 (Newport & Wilke, 2013) sobre fertilidad en Estados Unidos grafica que las actitudes estadounidenses frente a la paternidad no habían cambiado en los últimos 23 años, a pesar de las drásticas caídas en la fertilidad. Esto quiere decir que incluso a pesar que los deseos por tener hijos aumente, la fertilidad sigue disminuyendo, provocando una grieta cada vez mayor entre los ideales de los jóvenes y sus posibilidades reales de paternidad. De alguna manera, esta brecha se explica en la diferencia de los niños que una mujer promedio quiere tener (2.1) y los que terminará teniendo (1.8) (Stone, 2018).Una de las conclusiones de esta línea de estudios es que las sociedades en vías de desarrollo o desarrolladas son más eficientes en evitar embarazos no deseados que en obtener embarazos deseados. Además, como se demuestra en el Censo 2024, aumenta la postergación de la maternidad dado que, felizmente, hay más participación femenina en la educación superior y en el mercado laboral; produciendo una baja en la probabilidad en los embarazos (en Chile por primera vez lideran las mujeres de 40 años dentro de las que tienen hijos). Por lo tanto, el foco del problema muchas veces estaría desviado si asumimos que las caídas en la natalidad se explican simplemente por el rechazo a la procreación en las nuevas generaciones. Sin el análisis se enfocara en mejorar las condiciones para que los adultos jóvenes puedan tener los hijos que anhelan sin postergarse profesionalmente, el diseño de políticas de fertilidad se abordaría de formas más adecuadas.

Con todo, los impulsos de la política siempre serán de intervenir impositivamente para lograr los cambios. Sin embargo, los países que han sido más exitosos en las políticas de natalidad han demostrado (por el momento) que las mejores medidas son aquellas direccionadas a cambios integrales en la cultura laboral. Esto quiere decir, aquellas iniciativas que atacan diferentes puntos del problema y que generan cambios estructurales y a largo plazo. Por ejemplo, se ha visto que medidas como las trasferencias de dinero directas no son tan eficientes como aquellas que promueven un mejor sistema de cuidados infantiles y permiten una mejor compatibilización maternidad/paternidad y carrera (Bersgsvik et al, 2021). Esto implicaría un mejor diseño de políticas de sala cuna y postnatal para los hombres. Ahora bien, el peligro de estas conclusiones está en que se le cargue todo el costo a las empresas y se siga afectando la productividad. Este punto es relevante si se considera que la fertilidad no mejorará si Chile se transforma en un peor país para vivir económicamente.

De alguna manera, sabemos dónde estarían las mejores soluciones pero éstas también implican amenazas, sobre todo en la forma de implementarlas. Por ello, es necesario pensar en políticas que incentiven la oferta de sistemas de cuidados y la posibilidad de que los padres puedan elegir el que más les acomode. Respecto de las políticas de postnatales universales, también sería interesante estudiar el caso de incentivos tributarios a las empresas con mejores iniciativas de apoyo a las familias. En este sentido el llamado es el de considerar cambios eficientes, que apoyen a las familias, y sobre todo a las mujeres, a compatibilizar carrera y familia, sin perjudicar el mercado laboral. Encontrar soluciones para este problema es sin duda urgente, pero el apremio no puede nublarnos el juicio incentivando proyectos políticos que asfixien la inversión, la formalidad laboral, el emprendimiento y el progreso. De ser así, las primeras afectadas serán las mujeres, que verán retroceder sus avances en igualdad y libertad.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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