Postas, retenes y escuelas
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Publicado en El Líbero, 08.11.2024Confieso que los analistas políticos que abusan del término «moderación» me aburren soberanamente. En sus discursos, «moderación» es una palabra comodín para justificar su propio sesgo, y, generalmente, no aportan mucho más que latiguillos como «la valentía es ceder todo lo que pide el contrario» o «me opongo a quienes ven la política como un juego de amigo-enemigo». Con esta última frase, no hacen más que confirmar la máxima schmittiana al declarar enemigos («hostis») a quienes consideran que miran la política de ese modo.
«No son los consensos los que construyen un país, sino los buenos consensos. Y para lograrlos, muchas veces es necesario, como dijo Chesterton, sacar la espada para defender que el pasto es verde».
Más allá del tedio que me provoca este tipo de discurso, hay una preocupación de fondo. Asignarles el mote de «moderados» a ciertos políticos es peligroso para nuestras libertades, pues nunca debemos perder de vista que cualquier político, con independencia de su etiqueta, puede restringir nuestras garantías. El disfraz de «moderado» puede encubrir lobos bajo piel de oveja, siempre listos para atacar. Ejemplos abundan: Macron, Trudeau, Lula y otros «moderaditos» ante la prensa que han demostrado un potencial liberticida que debería alertarnos.
Además de la mediocridad en el análisis, el mote de «moderado» es efímero. No hace mucho, en Argentina, Alberto Fernández fue catalogado de «moderado» y ahora se encuentra sumido en la miseria política y personal que merece un hombre que ha demostrado tan poca estatura moral. En Chile, algo similar: ¿recuerdan cuando se hablaba de las «dos almas del Gobierno»? Pues bien, hoy nadie menciona esa frase, ya que uno de los supuestos estandartes del «alma moderada» del oficialismo enfrenta acusaciones de violación, abuso sexual y otros delitos.
Así que, si algún editorialista o charlista le viene con el cuento de la moderación en sus análisis, es preferible que huya, a menos que extrañamente le diviertan los lugares comunes. Las elecciones regionales y municipales, más que un «triunfo de los moderados», nos mostraron realidades mucho más significativas.
Primero, destacaría el acierto de Renovación Nacional y la UDI al presentar figuras de nivel nacional en las municipales, lo que rompe de una vez con el abandono en que la centroderecha tenía sumida la política municipal (Cathy Barriga en Maipú es el ejemplo más claro de esto último). Este cambio, probablemente, también es fruto de la orfandad que dejó el fallecimiento de Sebastián Piñera, forzando a muchos de sus protegidos a competir por cuotas de poder que, bajo la fresca sombra de Piñera, ni siquiera habrían considerado.
Segundo, el Partido Republicano triunfó en algo tan crucial como ocupar cargos: logró imponer una idea. Hace unos años, eran prácticamente los únicos que hablaban de seguridad. Los «moderados» de entonces insistían en priorizar una nueva Constitución, mientras el Tren de Aragua se instalaba en el país. Ahora, el «moderado» es quien aboga firmemente por el imperio de la ley y el respaldo a Carabineros. Bienvenido sea este cambio, aunque no deja de ser irónico que, en su momento, pocos escuchaban a quienes defendían esta visión.
Tercero, el nacimiento de una nueva derecha no convencional, encabezada por el Partido Social Cristiano, que demostró tener un peso relevante en votos, incluso superando a fuerzas como Amarillos y Demócratas. Quienes promuevan candidaturas únicas en la oposición deberían considerar esta fuerza emergente, que puede representar a un segmento de la ciudadanía similar al que en sus inicios impulsó al Partido Republicano.
Podría seguir enumerando puntos -incluyendo la capacidad del oficialismo de mantener un número considerable de municipios-, pero quiero regresar al tema de los «moderados». Muchas veces, detrás de la etiqueta de «moderación» se oculta una pretensión de superioridad moral, e incluso un clasismo evidente. Basta observar la campaña en contra de figuras como Francisco Orrego, un hombre que en toda medida supera a Gabriel Boric; de hecho, Pancho sabe ponerse corbata cuando la ocasión lo amerita.
Huyan de los mediocres etiquetadores de la política y exijan análisis que se centren en las ideas. Porque, al final, no son los consensos los que construyen un país, sino los buenos consensos. Y para lograrlos, muchas veces es necesario, como dijo Chesterton, sacar la espada para defender que el pasto es verde.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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