Que el ministro de Hacienda en persona reconozca la actual desdichada e ineficiente realidad de nuestro Estado chileno debería ser el sano inicio de una profunda reevaluación intelectual.
Hace más de 700 años, el gran poeta florentino Dante Alighieri escribió su famoso poema la Divina comedia, que cambió para siempre la poesía y la lengua italiana.
Poco a poco parece estar esparciéndose sobre la sociedad chilena un profundo cuestionamiento a los pilares de nuestra justicia.
Por momentos, a ratos, este país parece estar de cabeza.
Al igual que lo sucedido con el proyecto del retiro del 10% de los fondos previsionales, los técnicos hoy llaman a no aprobar un posible impuesto a los «súper ricos».
Es triste que no podamos siquiera discutir sobre los fueguinos: los selk'nam y los haush fueron exterminados por colonos magallánicos, que hasta pagaban por las orejas de selk'nam.
Una de las notas más alarmantes de la crisis desatada por el coronavirus fue la ausencia de voces de intelectuales afines al liberalismo.
Una autoridad democrática sabe que todo el poder que ejerce se lo debe a las normas.
Han pasado casi ya diez meses desde una de las crisis sociales más graves que ha experimentado el país en su historia y sin duda la más difícil desde el regreso a la democracia.
Nuestros esfuerzos deben concentrarse en superar la pobreza y no en combatir la desigualdad.
De la lectura de la iniciativa sobre los “súper-ricos” , la experiencia internacional y el estudio de su impacto, queda claro que, con la loable intención de generar alivio en el corto plazo, esta idea puede acarrear graves consecuencias para Chile.
Su maleabilidad política con carisma de alto voltaje e instinto político asesino la colocan a la vanguardia de la nueva camada de fiscales generales.
Nadie está obligado a lo imposible, versa el dicho popular, a nadie se le puede exigir realizar una labor que no le agrada o ya no le motiva, así como estar en un lugar donde no se siente útil.
Estos últimos días hemos visto como el covid-19 comienza a permitir desplegar ciertas actividades, tomando los resguardos pertinentes del caso, con alguna tranquilidad.
No debiese sorprendernos tanto el prepotente e injustificado actuar del Diputado Gutiérrez frente al control sanitario al cual fue sometido.
No son pocos los jóvenes que, con mucho orgullo y poca humildad, se sienten parte de una epopeya, de una épica refundacional y novedosa que el mundo no ha conocido y que son ellos -cuales redentores– los que nos van a explicar a los más viejos cómo se construye una sociedad más justa.
Cuando un liberal clásico habla de la importancia de las instituciones, no lo hace de manera trivial. En realidad, se refiere a algo más profundo: las instituciones son «el resultado de actos humanos y no la ejecución de un designio humano», como bien señaló Adam Ferguson siglos atrás.
A propósito de lo ocurrido en Curacautín, desde Santiago se ha intentado mostrar la situación como un conflicto racial. Falso.
Usando las palabras de Edward Coke les pregunto: ¿qué prefieren? ¿«la vara dorada y absoluta de las leyes» o «la incierta y torcida cuerda de lo discrecional»?
“Lo que el Estado no puede hacer es prohibirnos crear cosas que no dañen a otros, como fundar un colegio”.
«La libertad es un derecho humano fundamental,
sin él no hay vida digna.»