Héroes y villanos: no nos olvidemos
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Publicado en El Mostrador, 25.07.2021Para Jorge Millas el ejercicio del pensar y filosofar debe ser honesto, humano y transparente, por lo que debe despojarse de ideologías y dejar de justificar medios espurios (las máscaras de la violencia) para poder realizar fines políticos. Para Millas, un pensador honesto debe despojarse de los fetiches ideológicos y, por ende, contribuir a desenmascarar la violencia y denunciar sus trampas filosóficas, en vez de enmascararla y ocultarla por aparentes objetivos nobles. Justificar la violencia y proporcionarle un fundamento político, como lo hace con sus declaraciones el Constituyente Fernando Atria, equivaldría, según Millas, a “apagar la postrera y débil lucidez frente a la inhumanidad de la violencia.” Proteger aquella “débil lucidez” de cara a la inhumanidad que nos asecha, es una de las tareas más importantes de nuestro presente.
Durante estas últimas semanas, mientras se conformaba la Convención Constitucional (CC), hemos vuelto a ver un fenómeno peligroso que ha rondado la esfera pública desde el 18-O: las distintas formas de tratar de legitimar y justificar la violencia callejera.
El fenómeno se ha venido acrecentando desde el estallido social y fue un tema relevante de discusión durante todo el 2020. Esta vez, intelectuales y gente como el constituyente Fernando Atria, han dado un vuelco en su discurso con respecto a la violencia. El el 19 de octubre del 2020, Fernando Atria declaraba en su cuenta de Twitter: “La violencia es inaceptable. Que mueran manifestantes, que quemen una iglesia, son acciones delictuales que no pueden quedar impunes. Ellas además juegan en beneficio de las fuerzas más oscuras”.
No obstante, apenas asumido como constituyente Atria, en un acto de enmascarar la violencia, declaró en una sesión de la CC: “Es incoherente celebrar el proceso constituyente y al mismo tiempo pretender tratar, sin más, como delitos a los hechos que lo hicieron posible”. De esta forma, Atria, y otros intelectuales, han tratado de justificar la violencia cuando les conviene políticamente, otorgando así un piso moral o político a la ola de violencia que se desató durante el 2019-2020.
Esta lógica es preocupante, ya que deja en evidencia que algunos, lejos de mostrar una férrea defensa por la democracia y por el Estado de Derecho, buscan distorsionan los hechos para revindicar el uso de la violencia en general, cuando esta es empleada por ciertos sectores ideológicos con fines políticos. Dichas declaraciones, entonces, muestran claramente cómo algunos siguen dispuestos a enmascarar a la violencia cuando les conviene, y en cuanto les genere réditos y sirva como instrumento de validación política para sus propias causas, horadando con dicha justificación, las bases de la convivencia en democracia y el Estado de Derecho.
En la medida en que muchos compatriotas, haciendo eco de las lógicas para justificar la violencia que se desató en el país, sigan aceptando y adjudicándole un rol provechoso o político a la violencia callejera, romantizándola a través de la cultura popular y justificándola de forma oblicua, no podremos salir de nuestros pantanos morales e intelectuales en los cuales nos encontramos. ¿Cómo poder salir de estos pantanos morales a los cuales las lógicas de los discursos, como los de Atria, pretenden llevarnos? Una posible vía de escape la puede proporcionar releer y prestar atención a nuestro gran filósofo nacional Jorge Millas y su ensayo “Las máscaras filosóficas de la violencia”, publicado originalmente en 1975 y hoy reditado en el libro La Filosofía de la Violencia, publicado este mes.
En dicho lucido ensayo, Millas reflexiona acerca del sufrimiento humano y del daño moral y físico que ocasiona la violencia política y sus justificaciones, y el como dicho daño trata de ser ocultado a través de distintas máscaras justificadoras de la violencia. Pues bien, las reflexiones de Jorge Millas son particularmente relevantes para nuestros tiempos, en los cuales intelectuales como Fernando Atria están buscando enmascarar filosóficamente a la violencia con fines políticos y en la Araucanía tenemos conflictos armados en donde la violencia —y sus máscaras—están acabando con la paz social.
Siguiendo a Millas entonces, el primer concepto que debemos recuperar para salir de este entuerto moral y desenmascarar a la violencia, es el concepto mismo de violencia y sus límites de categorización. Desde el 18-O, mucha gente ha callado e incluso ha llegado hasta justificar tácitamente tanto la violencia callejera que destruyó nuestras ciudades y espacios públicos, como graves atentados contra el Estado de derecho, en base a un engaño (o una máscara filosófica como bien diría Millas): la falacia del género sumo. Es decir, el tratar de igualar conceptualmente (empatar) todo uso de fuerza organizada como si fuera, lisa y llanamente, violencia. Así, se crea una mascara filosófica que justificaría la violencia: toda violencia callejera puede justificarse moralmente como una forma legítima de responder a otras fuentes de violencias precedentes.
Ante este enmascaramiento, Millas señala que: “es preciso distinguir conceptualmente entre la fuerza [ad hoc] con la que se valen los violentos para sus fines políticos, del legítimo [y circunscrito] monopolio por parte del Estado.” Como también lo señalaba el pensador italiano Giovanni Sartori, “se ha comenzado por traducir mal, o por entender mal, a Max Weber, en especial, su conocidísima definición del Estado que lo instituye como titular del ‘monopolio del uso legítimo de la fuerza física’. Pero admitamos que la traducción puede ser también la siguiente: ‘monopolio [...] del uso de la violencia’. Incluso así́, ¿cómo se llega a ignorar la cualificación de ‘uso legítimo?’ El uso legítimo es la subordinación de la fuerza y/o de la violencia al Estado de derecho y a la jurisdicción de la política”.
En otras palabras, si seguimos a Millas y Sartori, podemos entender que el Estado no es violencia discrecional sin más, sino que es la concentración predecible de la capacidad de ejercer fuerza circunscrita, de manera que se ajuste a reglas pre-establecidas por términos legales y legítimos. Dicha legalidad y legitimidad se sustentan en un marco normativo, de reglas y jurídico que las ciñen y las fiscalizan. Esto genera la incapacidad, por parte del Estado, del uso discrecional de la violencia —a diferencia de la violencia callejera que es siempre discrecional, volátil, e impredecible—, por lo que Millas y Sartori, distinguen conceptual y moralmente entre ambas.
"Para Millas, un pensador honesto debe despojarse de los fetiches ideológicos y, por ende, contribuir a desenmascarar la violencia y denunciar sus trampas filosóficas, en vez de ocultarla por aparentes objetivos nobles"
De esta gran falacia y confusión, que hoy pareciera afectar a tantas personas en Chile, Jorge Millas concluye el absurdo que supone hablar de “violencia institucionalizada”. En palabras de Millas: “el concepto de ‘violencia institucionalizada’ es una incoherencia. Desde el momento en que la violencia se institucionaliza —esto es, se somete a un sistema normativo, o, con más precisión, al orden jurídico—, ya no es violencia. Tiene sentido hablar de la fuerza institucionalizada, mas no de la ‘violencia institucionalizada’.” Las reflexiones de Millas entorno a la violencia entonces pueden ser un muy bienvenido bálsamo intelectual ante las nuevas máscaras de la violencia que se han levantado para ocultarla y justificarla, como por ejemplo: 1) que los actos de destrucción, violencia y la serie de delitos callejeros ocurridos durante el estallido social, no serían en realidad delitos —como arguye Fernando Atria— sino que, más bien, supuestos actos necesarios para (vaya la paradoja!) poder reanimar nuestra democracia y el cambio Constitucional; y, 2) que todos aquellos bárbaros que quemaron iglesias, bibliotecas públicas, el metro y que destruyeron otros espacios públicos a lo largo del país, serían supuestamente “presos políticos”. En consecuencia, como lo reconociera casi proféticamente Millas casi 50 años atrás, “muchas de las ideas que sobre la violencia propone la filosofía [contemporánea], parecen destinadas no a comprenderla, sino a promoverla, y ello, enmascarándola”.
En conclusión, para Jorge Millas el ejercicio del pensar y filosofar debe ser honesto, humano y transparente, por lo que debe despojarse de ideologías y dejar de justificar medios espurios (las máscaras de la violencia) para poder realizar fines políticos. Para Millas, un pensador honesto debe despojarse de los fetiches ideológicos y, por ende, contribuir a desenmascarar la violencia y denunciar sus trampas filosóficas, en vez de enmascararla y ocultarla por aparentes objetivos nobles. Justificar la violencia y proporcionarle un fundamento político, como lo hace con sus declaraciones el Constituyente Fernando Atria, equivaldría, según Millas, a “apagar la postrera y débil lucidez frente a la inhumanidad de la violencia.” Proteger aquella “débil lucidez” de cara a la inhumanidad que nos asecha, es una de las tareas más importantes de nuestro presente.
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