Murió Roger Scruton, uno de los intelectuales más influyentes del último tiempo. A pesar de que no compartimos muchas de sus ideas, leerlo será siempre un placer, por su sabiduría, agudeza y fina ironía. Era un férreo defensor de la supremacía del individuo por sobre cualquier colectivo y, como tal, defendió fuertemente las bondades de la tradición occidental.
La política está entrando seriamente en un revés. Se ha provocado un antes y después de lo ocurrido en los últimos meses en nuestro país. Aquello quedó graficado en la última encuesta CEP. No hay líder político que salga ileso, o bien, que capitalice parte de lo sucedido en su currículum.
Concepción está ad portas de sumirse en una serie de problemas añadidos a los que ya ostenta. La propuesta de modificación del Plan Regulador Comunal, en lo relativo a la alturas mínimas y máximas de edificación, está lejos de traer bienaventuranzas como tanto se ha dicho.
Mientras crecíamos y nuestro bienestar aumentaba, fueron desapareciendo los vínculos simbólicos entre los ciudadanos y las instituciones que cimientan cualquier orden político. Que no tienen que ver con que los ciudadanos dependan de los políticos apunta de asistencialismo, sino con aquello que se visualiza como un horizonte común.
Los empresarios van a tener que meterse la mano al bolsillo, los intelectuales abandonar su torre de marfil y asumir posturas claras y no políticamente correctas o timoratas, y los políticos deberán marcar una línea categórica sin tomarse demasiado tiempo para reflexionar.
Desde el inicio de la crisis política hasta nuestros días, hemos comenzado a experimentar un parlamentarismo a la chilena. El poder se ha trasladado simbólicamente desde La Moneda a calle Pedro Montt s/n en Valparaíso.
Vivimos días complejos, marcados por la intolerancia, la burla, el sacar a propósito de contexto, malinterpretar, leer lo que se quiere leer y actuar en base a ello de mala fe. Pensar distinto a mi interlocutor comenzó a ser mal visto hace bastante tiempo y prueba de ello es la antipatía a la diversidad de opiniones imperante en el debate público.
Los amigos de Edwards añoraban entonces la política chilena actual, sin líderes que defiendan cuánto hemos avanzado en libertades políticas, oportunidades y cultura; con alcaldes que jaquean al Estado —o montan uno paralelo— levantando consultas ciudadanas ajenas a su ámbito.
No corren buenos tiempos para la desobediencia civil. Somos testigos de cientos de fechorías que se realizan en su nombre y que poco tienen que ver con las luchas y actos que hicieron famosos a ilustres personajes como Rosa Parks, Martin Luther King o Gandhi. Es hoy, donde la violencia se ha convertido en el principal modo de solución de controversias.
The free market didn’t fail Chile, whatever its politicians might say, and the state doesn’t lack the means to restore the rule of law. The central problem is that a large proportion of the elites who run key institutions—especially the media, the National Congress and the judiciary—no longer believe in the principles that made the country successful.
Poco y nada se ha dicho al respecto. Si bien es cierto, la discusión constitucional se ha dedicado más a las reglas del procedimiento que a alguna cuestión de fondo, no es menos cierto que es una buena oportunidad para tocar la efectiva descentralización del país.
En estos momentos tormentosos para Chile, hay de Havel al menos dos cosas que, líderes y ciudadanos, deberíamos hacer parte de nuestra cultura política.
No hay nada más contrario a la democracia que presumir que se posee una verdad revelada y que por ello se está en el lado de los buenos, porque se está del lado correcto de la Historia. Bajo esa presunción arrogante, la concepción de la democracia pierde sentido totalmente, porque los adversarios, quienes discrepan, se convierten no solo en herejes, sino también en enemigos radicales.
Si hay algo de lo que la democracia necesita es prescindir del historicismo que profesa la diputada Cariola. Porque la democracia, contrario a las concepciones historicistas descritas antes, es un espacio inconquistable e indefinido que solo es posible cuando se sostiene la deliberación abierta respecto a los asuntos.
La democracia, explicó Friedrich Hayek, en línea con el pensamiento liberal clásico, no es un fin en sí mismo, sino un medio. Su objetivo es determinar el modo en que se obtiene el poder. El liberalismo, en cambio, es una doctrina sobre los límites del poder y, como tal, es un fin en sí mismo, pues tiene por objetivo proteger la soberanía y propiedad del individuo.
El peronismo recuperó la Casa Rosada. El cambio de mando de Mauricio Macri a Alberto Fernández supone todo un récord, debido a que es el primer Presidente no peronista en culminar un período presidencial en casi 90 años.
Si hay algo que dejó en evidencia la reciente implosión es cómo diversas instituciones han sido colonizadas por activistas de izquierda. Los peores fueron los medios de prensa televisivos, donde hubo pocos periodistas que no estuvieran claramente alineados con la ideología subversiva que buscaba destruir nuestra democracia.
Lo que diferencia a la democracia liberal de otros sistemas de gobierno, es su capacidad de limitar y dividir el poder para evitar los abusos sobre este.
Mucho se habla de una crisis de autoridad presente en las nuevas generaciones y poco de la innegable cuota de responsabilidad que tienen las autoridades en las causas de dicho trance y lo poco que hacen para superarla.
La democracia se encuentra en jaque en nuestro país. Se ha tensado la relación que la población posee con ella. Según Cadem, un 13% de los encuestados (en algunas circunstancias) prefiere un gobierno autoritario y un 10% considera irrelevante la distinción entre un régimen autoritario y uno democrático[1].
«El progreso es imposible sin cambio, y aquellos
que no pueden cambiar sus mentes,
no pueden cambiar nada»