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25 años de la caída del muro de Berlín

25 años de la caída del muro de Berlín

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Poco de simbolismo hay en los millones de testimonios y cientos de vidas entregadas en sus alambradas, poco de metafórico había en las ametralladoras, minas antipersonales, perros y guardias que tenían como objetivo impedir el transitar al mundo libre, y muy poco de metafórico hay en quienes justifican una de los totalitarismos más sanguinarios de la historia.

“Para mí, la República Democrática Alemana era mi vida. Yo trabajé, colaboré, desde el primer momento, por la construcción de ese país. Dediqué toda mi vida a ello y es verdaderamente trágico que ya no exista”, Margot Honecker señalaba el año 2012.

Lo que muchos suelen olvidar es que la atrocidad del sistema totalitario establecido en la República Democrática Alemana, para nuestros jóvenes lectores más conocida como Alemania Oriental, no eran metáforas, sino crudas realidades.

La construcción de un muro, que algunos denominaron el “muro de la vergüenza” y otros, con aires de orgullo, “muro de defensa antifascista”, era una de las tangibles pruebas de que cuando el Estado no puede suprimir la libertad de las personas debe encerrarlas.

El muro de Berlín, de una u otra forma, representa la terrible herencia de una época en la que se trató de reemplazar a las personas por la voluntad del Estado, aquel que unos pocos burócratas planificaban y aspiraban a decidir por las personas.

Cuando el libre tránsito nos es común, la opción de elegir parece algo inalterable y la aspiración a proyectos propios parece a la mano, debemos reflexionar en la importancia de la libertad y de qué manera la humanidad aspira a ella.

No es casualidad que los flujos migratorios de personas se dirijan a países con mayor libertad y mejores condiciones de vida, es lo que se denomina “democracia de los pies”, y hace un poco más de 25 años en Alemania Oriental eso literalmente costaba la vida y muchos estuvieron dispuestos a entregarla. Es por esto que la “caída del muro de Berlín” representa un hito tan relevante en la historia de la humanidad, pues no es tan solo el derrumbe de una estructura, sino que es el triunfo de la humanidad en donde la libertad no pudo ser encerrada ni contenida por el Estado.

En efecto, el hito acaecido hace 25 años reafirma el valor de la libertad y confianza entre las personas, la reunificación alemana que tan lejana se vio para una generación, es una realidad que ha traído un sinnúmero de desafíos no tan solo en la reconstrucción de ciudades como Dresden, sino también en la integración de sus ciudadanos. Es por eso no menor la afirmación de que el “muro se abrió”, manteniéndose presente en algunas facetas del quehacer alemán, los desafíos por mantener la memoria en torno a tan trágico episodio y fortalecer la democracia, tolerancia en vista de un relato terapéutico no tan solo en torno a los horrores del nazismo, sino también del socialismo que mantuvo oprimidas a millones de personas.

Para las nuevas generaciones, lo sucedido en el siglo XX parece ser una historia de ciencia ficción. Fue un siglo que nos legó un largo expediente de crueldad pero, al mismo tiempo, de esperanza en el ser humano, de creer en su capacidad creadora, un siglo donde la libertad tuvo una vez más expresiones y defensores que nunca se han callado, que no claudicaron a la comodidad ni al odio fratricida que muchos propagaban a los cuatro vientos. Nos demostró que la humanidad venció a la guerra y que la libertad no puede ser contenida por el árbitro deseo de quienes temen a la capacidad de las personas y su legítima capacidad de forjar su propio destino.

Quienes, de una u otra forma, sienten nostalgia por aquel sistema inhumano, suelen señalar que todo esto era simbólico. Poco de simbolismo hay en los millones de testimonios y cientos de vidas entregadas en sus alambradas, poco de metafórico había en las ametralladoras, minas antipersonales, perros y guardias que tenían como objetivo impedir el transitar al mundo libre, y muy poco de metafórico hay en quienes justifican uno de los totalitarismos más sanguinarios de la historia.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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