Si ni siquiera personas supuestamente razonables dentro de la izquierda, como Carolina Tohá, son capaces de oponerse claramente al terrorismo, la violencia y el crimen, como queda en evidencia a propósito de la ley de usurpaciones, solo queda concluir que, en nuestro país, no existen mínimos comunes civilizatorios compartidos por la clase política. La tragedia resultante la estamos viendo en cámara lenta, pues, sin lo anterior, ni el país ni la democracia resultan viables.
No es casualidad que el apoyo a esta última vaya en caída libre y las preferencias por soluciones autoritarias suban como la espuma. Cuando la reacción autoritaria finalmente llegue, no olvidemos quiénes fueron los que, una vez más, trabajaron por destruir el sistema que tanto dicen adorar.
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