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Leyes para los malos, no los buenos Publicado en La Segunda, 11.12.2019

Leyes para los malos, no los buenos

El regocijo frente al movimiento desde el mismo 18 de octubre refleja tres torcidas actitudes humanas —además del simple odio irrestricto al Presidente Piñera—: la condescendencia, la eliminación del significado de las palabras y las asimetrías de pensamiento. La primera es vaga y confusa, pero más generalizada. Es aceptar, por conveniencia, culpa imaginaria o corrección política, cualquier voluntad de otro renunciando a los principios propios. Así, a pesar de que creo en la democracia, acepto que los que no la entiendan sean antidemócratas —y no los puedo catalogar como tales—. Es una actitud que emana desde una superioridad y comodidad que no se reconoce —aunque algunos la reconocen, piden perdón, pero delirantemente siguen siendo y viviendo donde mismo, sin rectificar nada—.

"La máxima del condescendiente es confundir el «aceptar» con «entender» acciones".

La máxima del condescendiente es confundir el «aceptar» con «entender» acciones. Así, quien cree en la libertad e igualdad de la mujer, ¿debería silenciarse y «entender» también la mutilación genital femenina de los musulmanes? En Europa igual abundan los silentes, quizás porque «entienden». La segunda representa la «primera fase del asalto del totalitarismo a la imaginación» que tipificó Orwell: eliminar el significado de las palabras para así eliminar el pensamiento y el juicio. El sistema es violento, por lo que todo es violento, justificando así cualquier acto violento. «Ese pueblo tiene el derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido», dijo el cura Puga. Si le han destruido todo al pueblo, imagino que debe haber más villas y pobres a donde él pueda irse a vivir. Autoproclamándose profeta, dijo, además, «voy a poner ese espíritu en ustedes y ustedes vivirán, y volverán a su tierra y la cultivarán para germinar en una sociedad nueva más linda que la de Allende». La tercera es renunciar a pensar de manera simétrica en política, tanto justificando acciones como imaginando instituciones. Al justificar la violencia se olvida que ello legitima que esta pueda llegar en unos años de vuelta. Barricadas por causas justas de unos —menos mercado— legitima barricadas por causas justas de otros —menos Estado—.

Lo mismo al imaginar instituciones: más poder y control del Estado cuando gobierno yo, implica el mismo poder y control cuando llegue otro. El problema real no es gobernar con «los mejores» o «los gerentes», sino que, como decía Karl Popper, este «nuevo enfoque del problema de la política, nos obliga a sustituir la pregunta ¿Quién debe gobernar? con esta nueva pregunta: ¿Cómo podemos organizar las instituciones políticas de tal manera que se impida a los gobernantes malos o incompetentes hacer demasiado daño?». Antes lo había dicho John Stuart Mill: «Las leyes y las instituciones han de ser adaptadas no a los hombres buenos, sino a los malos». A Brasil ya llegó Bolsonaro; a EE.UU., Trump.

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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