El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en El Libero, 14.08.2020Su maleabilidad política con carisma de alto voltaje e instinto político asesino la colocan a la vanguardia de la nueva camada de fiscales generales progresistas que usan su poder de acusación contra sus oponentes políticos.
Al elegir a Kamala Harris como su compañera de fórmula el martes pasado, Joe Biden completó los casilleros que su partido había exigido: mujer, minoría y progresista. Esta decisión era especialmente importante porque, de ganar, será el presidente de mayor edad al asumir con 78 años, lo que sugiere que, de mínima, no se postulará para la reelección. Los estadounidenses que lo han observado en la campaña electoral y la forma en que sus asesores lo protegen de los cuestionamientos de los medios son lo suficientemente inteligentes como para saber que al votar por Biden votan también por su compañero de fórmula como probable presidente.
Kamala Harris es muy atractiva como ejemplo de movilidad ascendente, especialmente para los inmigrantes. Su padre es un economista de Stanford nacido en Jamaica. Su autoinvocada descendencia de colonos propietarios de esclavos no parece haber salpicado el nombre de su hija, hasta ahora. Su madre, nacida en India, era investigadora de cáncer de mama en la Universidad de California en Berkeley, y a quien debe su nombre (Kamala Devi, Diosa Kamala, es sinónimo de Lakshmi, la deidad hindú de la riqueza y la fortuna). Al igual que Barack Obama, el éxito de Harris es una refutación viva de la crítica de la izquierda a Estados Unidos como una tierra racista y opresiva, incluso cuando el país era racialmente menos tolerante de lo que es ahora.
Hay que recordar, también, que el Partido Demócrata de hoy no se parece a Joe Biden; es joven y étnicamente diverso, lo que planteaba la necesidad de encontrar a alguien más joven y menos blanco para tener una boleta que refleje a quienes votarán por él. Kamala Harris se convierte, así, tanto en la primera mujer negra como en la primera asiática en postularse para una candidatura presidencial de un partido importante, y aunque a los 55 años no es exactamente joven, en comparación con Joe Biden es francamente vivaz.
Su historial político, por otro lado, tranquilizará a los demócratas más que a los independientes o republicanos blandos. Es progresista, pero maleable: se apresuró a respaldar Medicare para todos y el Green New Deal como candidata presidencial, pero dio marcha atrás cuando las posturas empezaron a parecer demasiado extremistas. Es una activista política que surgió gracias a la maquinaria de patrocinio del ex alcalde de San Francisco, Willie Brown. Fue fiscal local (DA), fiscal general del estado durante seis años (AG) y senadora desde 2016, lo que no representa un currículum extenso para un cargo ejecutivo, pero ello no pareciera estar en juego en esta elección. Su historial como fiscal molestará a algunos de Black Lives Matter, pero su identidad como minoría mitigará esa preocupación. Y es una partisana feroz. Como AG de California anuló un acuerdo que habría rescatado a algunos hospitales católicos en dificultades debido a la oposición del Sindicato de Empleados de Servicios Hospitalarios. En el Senado fue una de las más desagradables interrogadoras del juez de la Corte Brett Kavanaugh. Como candidata, Harris estará encantada de pelear con Donald Trump. Uno de los roles tradicionales de un compañero de fórmula a la vicepresidencia es, justamente, ensuciarse con la oposición. Mientras que el candidato en la parte superior de la boleta toma el camino de la alta retórica, el número dos se rompe los puños con la oposición.
Kamala Harris ha pasado su carrera política cortejando a diferentes distritos electorales dentro del Partido Demócrata, un acto de equilibrio que perjudicó su propia campaña presidencial pero que ahora puede operar como ventaja. Tanto estrategas republicanos como demócratas concuerdan que una de las características más definitorias de la senadora de California, y ahora una fortaleza potencial, es que es difícil de definir: en un momento una fiscal que carga con dureza y en otro, una defensora de causas progresistas. Para Charlie Gerow, estratega republicano en Pensilvania donde Biden tiene una ligera ventaja sobre Trump en las encuestas, Harris era “probablemente la elección más segura entre otras elecciones bastante poco halagadoras”. Su historial será sometido a un escrutinio severo de parte de los republicanos, pero por lo que está a la vista, el Partido Republicano carece de una potente línea de ataque general, como sí lo tenía contra la senadora de Massachusetts Elizabeth Warren o contra la ex asesora de Seguridad Nacional de Obama, Susan Rice, por el ataque terrorista de 2012 en Bengasi.
Por el lado de sus debilidades, tiene una historia preocupante en cuestiones de orden público y muchos jóvenes de izquierda la desprecian por ello; constantemente eligió proteger las prerrogativas de las fuerzas del orden pero persiguiendo delitos menores como el consumo privado de drogas, y de allí su apodo de “cop”, que pretende evocar algo más que la historia de Harris como una fiscal dura de San Francisco. Es coloquial: etiquetar a alguien como “policía” implica que se trata del tipo de persona que cierra puestos callejeros de limonada ofrecidos por niños; es alguien que cederá ante la autoridad y el status quo, que no rinde cuentas y en quien no se puede confiar. Llamar a alguien “cop” invoca el peor tipo de extralimitación policial, un autoritarismo legalista que existe por sí mismo. Esa es una desventaja particular, ya que las calles de los estadounidenses todavía están llenas de protestas por la violencia policial y pedidos de reforma de la justicia penal.
Es posible que Biden se haya arrinconado en la esquina de tener que elegir a Kamala Harris. Limitó sus opciones prometiendo seleccionar a una mujer, y los demócratas negros que lo salvaron en Carolina del Sur presionaron por una mujer negra. Luego, el ala de Sanders presionó por un progresivo, y Harris es una opción mucho más segura que Warren. Comenzó con la elección obvia y luego se convirtió en la elección esperada. De hecho, si no la hubiera elegido, muchos hubieran preguntado: ¿Por qué no Harris? Pero ahora la historia es por qué Harris. Y la razón es clara: su maleabilidad política con carisma de alto voltaje e instinto político asesino que la colocan a la vanguardia de la nueva camada de fiscales generales progresistas que usan su poder de acusación contra sus oponentes políticos.
Nota sobre el voto por mail
El tuit de Trump de la semana pasada sobre una posible demora en las elecciones del 3 de noviembre fue interpretado como una amenaza de posponerlas. Pero eso no es lo que decía su tuit y, en cualquier caso, ningún presidente tiene el poder de retrasar el día de las elecciones. El Congreso podría retrasar las elecciones de noviembre si aprueba una enmienda a la ley federal y el presidente la firma, pero la probabilidad de que eso suceda es prácticamente nula. Nunca ha retrasado una elección federal, ni siquiera durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Hacerlo sería un error, y está claro que no va a suceder. Pero tampoco es posible una elección enteramente por correo como pretenden los demócratas.
Las preocupaciones que Trump ha planteado sobre la votación por correo se basan en problemas documentados con dicho tipo de votación. Las boletas por correo son más susceptibles de ser alteradas, robadas o falsificadas; basta mirar los problemas en Paterson, Nueva Jersey, sobre una elección municipal reciente realizada completamente por correo. Tiene también una tasa de anulabilidad más alta que los votos emitidos en persona. Luego está el problema de que las boletas se pierdan o no sean entregadas por el Servicio Postal: los estados con primarias recientes, incluidos Wisconsin y Maryland, han informado que los votantes no recibieron sus boletas o no las recibieron a tiempo para ser votadas y devueltas. Finalmente, ha habido problemas con el Servicio Postal al no marcar las boletas, lo que hace imposible que los funcionarios electorales determinen si se enviaron a tiempo para ser contadas.
La Comisión de Asistencia Electoral informa que en las últimas cuatro elecciones federales se entregaron incorrectamente 2.7 millones de boletas por correo y que los funcionarios electorales rechazaron 1.3 millones. En las elecciones de 2016, votaron casi 130 millones de estadounidenses. ¿Se puede pensar seriamente que el Servicio Postal podría manejar repentinamente 260 millones de piezas de correo adicional, resultantes del ida y vuelta de las boletas? Eso equivale a pedir caos y privación masiva del derecho a voto. Nadie discute que los que están en mayor riesgo por la pandemia del coronavirus pueden querer votar en ausencia. Pero, como dijo correctamente The New York Times en 2012, “los votos emitidos por correo tienen menos probabilidades de ser contados, más probabilidades de verse comprometidos y son más propensos a ser impugnados que los emitidos en una cabina de votación”. Esa evaluación es tan cierta hoy como lo era hace ocho años.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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