El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en El Líbero, 11.06.2021Ahora que disponemos de mucha más información, las autoridades deberían aprender la lección y garantizar que nunca más se va a repetir el error, porque esta incertidumbre está lastrando la recuperación y amenaza con convertir la crisis creada por la acción gubernamental en una depresión de inquietantes consecuencias.
Las medidas de emergencia aprobadas durante el pasado otoño e invierno boreal para frenar la pandemia de Covid-19 han sido retiradas en casi todos países de la Unión Europea. Solo siete de los 27 socios de la Unión mantienen en vigor el estado de alarma o de emergencia sanitaria y de ellos, solo Italia prevé prolongarlo el 31 de julio. El Parlamento Europeo ya pidió, en una resolución a finales del año pasado, que los Estados “se planteen la posibilidad de abandonar el estado de emergencia o, de no ser posible, la opción de limitar su impacto en la democracia, el Estado de derecho y los derechos fundamentales”.
La pregunta que inspira tal declaración es simple: ¿desde cuándo hace falta sacrificar la libertad y suspender el Estado de Derecho para enfrentarse a un virus respiratorio? La medida de encerrar a toda la población en sus casas es una anormalidad. Desde el asedio de los mongoles a Caffa en 1347, cuando se originó la peste bubónica esparcida a Europa por los italianos, en lo que resulta ser la primera epidemia registrada de la humanidad, hasta la tercera pandemia de gripe en 1968 que mató al menos a un millón de personas en todo el mundo -la mitad de ellos menores de 65-, nadie recuerda un confinamiento como el vivido en el último tiempo, porque nunca antes ningún gobierno encerró a sus ciudadanos, ni los vigiló con un estado policial bajo normas draconianas y contradictorias, ni hubo pánico, ni cierres de empresas, ni depresión, ni desempleo masivo frente a la aparición de un virus. El confinamiento indiscriminado ha aislado a quienes no hacía falta aislar mientras abandonaba a los más débiles. Contrariamente a la propaganda, y aunque todo juicio sea necesariamente prematuro, es dudoso que a largo plazo y a nivel global haya salvado vidas, quizá cueste vidas, pero es seguro que ha sido un desastre psicológico, social y económico.
A pesar de ello el gobierno de Chile evalúa para fin de junio la renovación del estado de excepción que rige desde el 18 de marzo del 2020. Pero si entonces la cuarentena y los toques de queda podían tener sentido ante la incertidumbre que se vivía con la aparición de un nuevo virus, ahora existen muchos más datos sanitarios que plantean serios interrogantes. Suecia decidió no confinar y tiene una mortalidad similar o inferior a la de países que sí confinaron como Francia, Reino Unido, España, Italia o Bélgica. Más aún, en Suecia el tope de muertes se produjo exactamente igual que en el Reino Unido o Alemania, y poco después que Italia, Francia y España. Si el máximo de muertes se produjo en fechas similares en todos estos países, independientemente de la existencia o dureza del confinamiento, y la caída de mortalidad también fue parecida, es difícil defender que aquél haya sido el factor decisivo. De hecho, no existe correlación entre dureza de confinamiento y mortalidad: Argentina, New York o España, tuvieron confinamientos dictatoriales y extremos y también de los mayores números de muertos por millón, mientras que países con confinamientos blandos han tenido una mortalidad inferior, o, por caso, los ocho estados de los EE.UU. que decidieron no confinar a su población han tenido una mortalidad indistinguible de la de estados vecinos con similar densidad de población que sí confinaron.
El acatamiento de medidas tan excepcionales que denegaron libertades básicas de circular, trabajar o practicar el culto no se entienden sino desde el miedo. En los albores de la humanidad ya se utilizaba, para asustar y someter a los congéneres, horrendas imágenes y amenazadores números. Después de todo, somos los únicos seres vivos con la certeza de lo efímero de nuestra existencia y, por lo mismo, pasamos la vida viendo cómo manejar el miedo. En esta ocasión, sin embargo, se unió el establishment del poder: la oposición calló en cómodo silencio y, junto al gobierno, cosieron la palabra “negacionista” en la solapa de quienes simplemente miraban los números. Mientras, los medios aterrorizaron y lo siguen haciendo, al publicitar casos estadísticamente insignificantes, desde el número de muertos diarios por una sola enfermedad, sin ponerlos en el contexto de la tasa diaria de mortalidad normal, hasta los estadísticamente improbables casos graves en población adulta sana o jóvenes, o el contagio por superficies cuya extrema improbabilidad de ocurrencia es ahora vox populi pero que ya se denunciaba hace un año, o las secuelas a largo plazo, muy minoritarias y generalmente leves, el llamado “Covid persistente”, sobre cuya existencia real hay serias dudas, o las reinfecciones severas documentadas sólo en unas docenas de casos a nivel mundial, o las variantes “peligrosas” que se suceden una a otra sin que pase nada que ya no venía pasando.
"Resulta esencial comprender que el confinamiento indiscriminado ha sido una decisión producto de la ignorancia del momento y del pánico político"
La realidad es distinta. El SARS-CoV-2 es un virus respiratorio más, mucho más letal que la gripe, sin duda, pero que sigue pautas comunes a otros virus respiratorios, como por ejemplo la distribución demográfica de su gravedad y letalidad: aproximadamente el 90% de los mayores de 80 años contagiados por Covid sobreviven, el 99% de los de 65-70 años, el 99,9% de los de 45-50 y el 99,99% de los de 30-35. Para edades más jóvenes hacen falta más decimales y se puede redondear al 100%.
Aunque la respuesta de la población ha sido distinta entre países, en Chile se han obedecido todas las medidas, por acientíficas y contradictorias que fueran, con un espíritu tristemente sumiso, sin que hayan surgido las protestas o la resistencia civil que sí se han visto en otras partes. ¿Por qué valora tan poco el chileno su libertad, entregándose a las veleidades de los que mandan y cae fácilmente preso de la propaganda? El éxito rotundo que la campaña para aterrorizar y subyugar a la población ha tenido, nos permite extraer varias lecciones no exclusivas de nuestro país. La primera es que la libertad es menos popular de lo que habitualmente se cree. La segunda es que la población es tremendamente vulnerable al abuso del principio de autoridad, y si un supuesto “experto”, particularmente si está titulado en alguna universidad extranjera, dice una serie de insensateces, se le cree aunque su historial predictivo haya sido lamentable. La tercera lección es que si asustamos lo suficiente a la población y, además, la culpabilizamos, podemos convertirla en un grupo dócil atado por la superstición y el miedo, controlado por la autocensura y por los delatores. El pánico impide pensar, y la culpa manipula con enorme eficacia.
Tras la tragedia, acentuada por la acción gubernamental, es hora de intentar recuperar prudentemente la normalidad, y para ello sería deseable un mayor rigor por parte de medios y autoridades. Los mal llamados “rebrotes” no son recaídas inesperadas. Convivimos con el coronavirus y seguiremos haciéndolo, pero su letalidad ha caído drásticamente, por lo que un aumento de contagios leves o asintomáticos no es necesariamente alarmante, mientras que la evolución del número de hospitalizados graves es un dato más informacional. Tampoco parece lógico tomar como principal unidad de medida el número “oficial” de contagiados, pues es muy difícil conocer el número real: la cifra depende de los tests realizados y los estudios de seroprevalencia han mostrado que sólo se detectan uno de cada diez casos, o incluso menos, por lo que los contagios detectados en una enfermedad que cursa asintomática hasta en un 80% nunca tendrán demasiado significado.
Resulta esencial comprender que el confinamiento indiscriminado, que encierra por igual a sanos y enfermos, a población de riesgo y a la que no lo es, al campo y a la ciudad, a zonas muy afectadas y a zonas donde apenas hay casos, ha sido una decisión producto de la ignorancia del momento y del pánico político. Los gobiernos sencillamente salieron en estampida. Es una medida insostenible en el tiempo y, además, ha resultado un fracaso sanitario, un intolerable atentado de naturaleza casi totalitaria y un desastre económico sin precedentes. Muchos estudios apuntan a que la distancia social, evitar aglomeraciones, el uso de mascarillas en entornos cerrados, concurridos y poco ventilados, la protección de hospitales y residencias, el aislamiento de los enfermos y de sus contactos y, en caso necesario, el de la población de riesgo en focos locales, es epidemiológicamente eficaz y salvaguarda el Estado de Derecho y el funcionamiento del país. Ahora que disponemos de mucha más información, las autoridades deberían aprender la lección y garantizar que nunca más se va a repetir el error, porque esta incertidumbre está lastrando la recuperación y amenaza con convertir la crisis creada por la acción gubernamental en una depresión de inquietantes consecuencias.
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