Gracias Pelao Vade, gracias Carolina Tohá
Muchas causas nos llevaron a ese callejón sin salida que casi termina por destruir Chile en 2022. Entre ellas, la […]
Publicado en La Segunda, 17.04.2019
Publicado en La Segunda, 17.04.2019 En 2016, un gobierno de izquierda, liderado por la Presidenta Bachelet, presentó un proyecto de ley para que las policías pudiesen controlar a cualquier persona. No importaba si era joven o viejo, tampoco si andaba con un paraguas, un cuchillo o durmiendo en la plaza. Sus congresistas votaron a favor y, después de discusiones y polémicas, se aprobó, aunque sólo para mayores de 18 años.
Hoy, un par de años después, Piñera insiste con este populismo al bajar el límite de edad de 18 a 14 años. Un proyecto que viola derechos básicos, simplemente no funciona y despilfarra recursos. Y la izquierda, oh sorpresa, responde con una alaraca orquestada: «¡populismo y violación de los derechos más básicos de los niños!». Como si ellos nunca hubiesen apoyado la misma idea. Sin pudor. Citan como santa autoridad a la Unicef, a la que sólo nombran hoy y, qué raro, no ayer. Política decadente y deprimente. Igual me llama la atención eso de la edad. Veo a los carabineros preguntándose si el niño que camina frente a ellos tiene 13 o 14 años. Y para qué decir lo difícil de diferenciar una persona de 18 de una de 19.
"La seguridad es un problema y a la izquierda le cuesta enfrentarlo. Lo mismo le pasa a la derecha con las ciudades y la naturaleza".
La seguridad es un problema y a la izquierda le cuesta enfrentarlo. Lo mismo le pasa a la derecha con las ciudades y la naturaleza. Los Chicago Boys inocularon grandes ideas en Chile, pero también un problema: un odio total a la palabra planificación.
Las ciudades hay que planificarlas, por más que les duela esa palabra. Tienen que tener luz natural, servicios y plazas. No se puede dejar al mercado operar. Y con la naturaleza pasa lo mismo. El agua escasea. El paisaje cambia y muchas veces se destruye. La naturaleza hay que protegerla, por más que eso limite el tamaño de algunas empresas. Y la derecha tiene que hacerse cargo de este problema. No sirve de nada negarlo repitiendo como mono iletrado y porfiado que «inhibe el emprendimiento». Y tiene que hacerlo más cerca de la ecología que del ecologismo. Por eso tiene que aprovechar el COP25. Hay que seguir leyendo a Hayek, pero sumando a Hajek. Las carreteras deben tener corredores para que los animales las crucen. Las ciudades no deberían seguir creciendo arriba de los humedales. Y esas carreteras entre interminables bosques de pinos en los que apenas se puede respirar no deberían existir. Ya no se ven quebradas, desparecieron los árboles nativos y apenas cruzan unos pájaros carroñeros. No hay vida. Son desiertos verdes, artificiales, angustiantes y desolados.
Camino al norte desde Santiago se puede una nueva versión de estas forestales. Cruzando la cordillera de la Costa, pasando la cuesta Las Chilcas, hay que mirar a la izquierda: los cerros que veíamos están desapareciendo, sólo se ven paltos. Jenaro Prieto, que vivía ahí mismo, al frente, habría dedicado alguna de sus crónicas a autoridades y palteros de su país imaginario, Tontilandia.
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