Una derrota para el progresismo global
Pocos en Chile parecen dimensionar el duro impacto ideológico que, para la izquierda occidental, tiene el hecho de que los chilenos hayamos rechazado la propuesta constitucional de la izquierda extrema el pasado 4 de septiembre. Lo cierto es que, desde el principio, el proceso revolucionario chileno embriagó las mentes de lo más granado de la élite progresista europea y americana, esas que jamás pagan los costos por promover a tiranos, charlatanes y demagogos en el tercer mundo.
Ya en octubre de 2020, la representante americana Alexandria Ocasio-Cortez, figura de la línea más radical del Partido Demócrata, celebró con entusiasmo los resultados del referéndum inicial, donde el 78% de los votantes aprobaron la idea de crear una nueva Constitución que se suponía sería más “diversa e inclusiva”. En diciembre de 2021, celebridades como Vigo Mortensen, Peter Gabriel, Sting, Danny Glover y Roger Waters dieron su apoyo al candidato presidencial Gabriel Boric, autodenominado “marxista”, que ganó las elecciones prometiendo liderar el cambio constitucional de Chile. Mientras Waters argumentó que la victoria de Boric en las elecciones era un tema de “vida o muerte”, Sting y Gabriel lo apoyaron en los siguientes términos en una declaración conjunta: “Exhortamos a todos los chilenos mayores y especialmente a los jóvenes a salir a votar. Y voten por la esperanza y un futuro en el que los derechos humanos estén al frente y al centro en una nueva Constitución”.
“El proceso revolucionario chileno embriagó las mentes de lo más granado de la élite progresista europea y americana, esas que jamás pagan los costos por promover a tiranos, charlatanes y demagogos en el tercer mundo”.
Con un tono similar, después de las elecciones, el Primer Ministro canadiense e ícono de la cultura de la cancelación, Justin Trudeau, describió a Boric como una “voz progresista con una agenda emocionante”. Pero la agenda revolucionaria de Boric y la izquierda antidemocrática que lo respalda también obtuvo el apoyo del premio Nobel de Economía y viejo admirador de la dictadura castrista Joseph Stiglitz, así como del filósofo marxista esloveno Slavoj Žižek. Según Stiglitz, Boric terminaría con el “neoliberalismo”, lo que traería consigo una nueva era de prosperidad para Chile, algo de lo que ya estamos gozando. La revista Time, incluso, nombró a Boric como una de las 100 personas más influyentes en 2022. El perfil, escrito por el mismo Stiglitz, argumentaba que Boric estaba convirtiendo a Chile, nada más y nada menos, que en “el laboratorio social, económico y político del mundo una vez más”. En la misma línea, Žižek argumentó que el programa de extrema izquierda de Boric estaba ofreciendo una nueva visión política que garantizaría un futuro estable, no solo para Chile, sino para el mundo entero. Stiglitz y Žižek, por cierto, no estaban solos en su visión de Chile como un experimento progresista que podría servir como modelo a seguir para el resto del mundo.
Poco antes del referéndum del 4 de septiembre, el actor Mark Ruffalo declaró que “el mundo mira a Chile como un modelo para abordar el cambio climático y la necesidad de una mayor democracia”. Los colegas de Ruffalo, Pedro Pascal y Susan Sarandon, también expresaron su apoyo al proyecto de Constitución de la izquierda extrema como si el futuro de la humanidad dependiera de su ratificación. “Estamos mirando a Chile... por el bien de todos”, tuiteó Sarandon en respuesta a un tuit de la activista feminista Rania Batrice, según la cual Chile estaba “brindando una hoja de ruta para el resto del mundo”.
De manera similar, en una carta abierta, la profesora del University College London Mariana Mazzucato, los economistas Thomas Piketty, Ha Joon Chang y docenas de otros destacados intelectuales de izquierda declararon que la nueva Constitución favorecida por Boric establecía “un nuevo estándar global en su respuesta a las crisis climáticas, cambio climático, inseguridad económica y desarrollo sostenible”. También agregaron que “el enfoque de género en la Constitución marca un gran paso adelante en el modelo económico de desarrollo”. El grupo Progressive International (PI), incluso, lanzó una plataforma donde personas notables podían registrarse para apoyar la Convención Constitucional de Chile. Entre los firmantes más emblemáticos se encontraban Noam Chomsky, Rashida Tlaib, Silvia Federici y Jeremy Corbyn. El propósito de la plataforma era “felicitar” a la Convención Constituyente de Chile “por la finalización de una nueva Constitución Política” que “inspiraría a personas de todo el mundo”. Según PI, el nuevo documento venía a reemplazar la “Constitución neoliberal” de Augusto Pinochet por una que posibilitaría una nueva financiación de una “república feminista, ecologista y plurinacional”. Dándose a sí mismos una relevancia histórica, los firmantes aseguraron estar luchando en contra de las “fuerzas reaccionarias” que se oponen al derecho de Chile a la “refundación” en líneas feministas, indígenas y ecologistas.
Miembros relevantes del Partido Socialdemócrata de Alemania también apoyaron la revolución. Días antes del referéndum, Martin Schulz, expresidente del Parlamento Europeo (2012-2017), tuiteó que estaba “conmovido por los grandes avances en derechos sociales, medio ambiente e igualdad de género en la propuesta de nueva Constitución”, y agregó que establece “un nuevo estándar para el progresismo del siglo XXI”. Nils Schmid, diputado en el Bundestag, celebró que “con la introducción de la democracia igualitaria y los derechos fundamentales correspondientes, la Constitución sería ejemplar para todos los demás Estados del mundo, especialmente para Europa”.
Así las cosas, el contundente rechazo por 62% del proyecto revolucionario de la izquierda, que dejó a esta sin siquiera una victoria moral para mostrar, pues perdieron entre los más pobres e indígenas por un margen mayor que el promedio, no puede entenderse simplemente como un capítulo más de nuestra historia doméstica. Sus implicancias ideológicas y políticas alcanzan a todo Occidente y constituyen, una vez más, una derrota simbólica formidable de la izquierda extrema y elitista de parte de los chilenos comunes y corrientes que valoran su libertad.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.