En lo que nos evoca los peores períodos de nuestra convivencia democrática, como fue el 70-73, el respeto y buenas maneras parecen haberse perdido.
Con sus esfuerzos por minar el sistema económico que ha prevalecido en Chile por más de tres décadas, estos políticos, periodistas e intelectuales son en realidad los peores enemigos de quienes en nuestro país encuentran las oportunidades que el populismo y el socialismo destruyeron en el suyo.
La santificación de los líderes refleja la persistencia de la postura mística que adoptan los ciudadanos ―o mejor dicho feligreses― frente a sus líderes. Peor aún, aquello anula cualquier juicio crítico frente a la acción de los gobernantes, a lo que se les considera,más allá de su limitada humanidad, como ángeles o demonios.
La apología a Fidel Castro pone de manifiesto un doble estándar moral: esa izquierda que es capaz de condenar, con razón, la violación de derechos humanos bajo Pinochet, pero que "entiende", relativiza o justifica la violación de derechos humanos bajo Castro. Para la izquierda hay, por lo tanto, dictaduras malas y "buenas".
¿De verdad creen en el mito de que Cuba tiene un servicio de salud de primera para su población aun cuando los cubanos en el exilio casi sin excepción lo desmienten y diversos observadores internacionales lo han documentado reiteradamente como un fraude?
Uno se pregunta si Bachelet está consciente de que celebra a un militar que condujo con mano de hierro a la isla, que mandó a fusilar a centenares de personas, que condenó a prisión a millares de individuos, que jamás celebró una elección libre, secreta y pluripartidista, y que fue responsable de un exilio que alcanza hoy a más de dos millones de cubanos.
La gran pregunta es, ¿cómo se libra una nación de la influencia de un dictador totalitario que le impuso durante 57 años su voluntad personal?
Lo que estamos viendo es una reacción en contra del elitismo moralista — y social- de una casta integrada por intelectuales, burócratas y gente de negocios que desprecia una realidad que no conoce y que, sin embargo, pretende dirigir.
Más que por su retórica y pretensiones, los políticos deben ser evaluados por sus aportes, su capacidad y formación, y por el modo en que planean concretar lo que prometen.
Es hora de que superemos la ficción según la cual el Estado es un ente abstracto encargado de servir el bien común y veamos la realidad como es.
Lo cierto es que el país carece de rumbo, de mirada de futuro, de un horizonte utópico mínimo que una a los chilenos más allá de los partidos cruciales de la selección, la Teletón o la solidaridad ante terremotos y tsunamis.
Ahora con guitarra, el Presidente Trump tiene que abocarse a atacar el principal problema que los norteamericanos tienen: su crónica falta de crecimiento.
La "opinión pública", la famosa opinión políticamente correcta, reflejada, y muchas veces incluso manejada, por la todopoderosa prensa, se escabulló.
La pregunta esencial de una democracia es ¿En qué forma los ciudadanos podemos organizar las instituciones políticas a fin de evitar que los gobernantes malos o incapaces, que llegan al poder, puedan ocasionarnos demasiado daño?
Nuestra bancada juvenil sufre el efecto que la psicología denomina "Dunning-Krugger", que es la incapacidad de una persona de reconocer su propia ignorancia por desconocimiento.
Las palabras anteceden a la acción y expresan de alguna u otra forma el modo en que el mundo está siendo pensado por quienes las pronuncian.
La democracia posibilita ascensos de líderes como Trump al poder, y es justamente el liberalismo -y no el socialismo ni sus variantes- el orden político que se preocupa de fenómenos como este.
Lo central es que aquella revolución con ideal, potencia y ambición ya no existe. Está sin alma y desmoralizada.
En la Cuba que conocí, los de Liverpool estaban prohibidos. En rigor, lo estaban en casi todo el mundo comunista, porque constituían “diversionismo ideológico del imperialismo”.
Para las élites de izquierda solo algunos merecen sus alardeos por haber derrotar al duopolio. La democracia, entonces, debe estar reservada a sus círculos de hierro y los ciudadanos comunes y corrientes solo deben limitarse a votarlos.
«La libertad no se pierde por
quienes se esmeran en atacarla, sino por quienes
no son capaces de defenderla»