La gran pregunta es, ¿cómo se libra una nación de la influencia de un dictador totalitario que le impuso durante 57 años su voluntad personal?
Lo que estamos viendo es una reacción en contra del elitismo moralista — y social- de una casta integrada por intelectuales, burócratas y gente de negocios que desprecia una realidad que no conoce y que, sin embargo, pretende dirigir.
Más que por su retórica y pretensiones, los políticos deben ser evaluados por sus aportes, su capacidad y formación, y por el modo en que planean concretar lo que prometen.
Es hora de que superemos la ficción según la cual el Estado es un ente abstracto encargado de servir el bien común y veamos la realidad como es.
Lo cierto es que el país carece de rumbo, de mirada de futuro, de un horizonte utópico mínimo que una a los chilenos más allá de los partidos cruciales de la selección, la Teletón o la solidaridad ante terremotos y tsunamis.
Ahora con guitarra, el Presidente Trump tiene que abocarse a atacar el principal problema que los norteamericanos tienen: su crónica falta de crecimiento.
La "opinión pública", la famosa opinión políticamente correcta, reflejada, y muchas veces incluso manejada, por la todopoderosa prensa, se escabulló.
La pregunta esencial de una democracia es ¿En qué forma los ciudadanos podemos organizar las instituciones políticas a fin de evitar que los gobernantes malos o incapaces, que llegan al poder, puedan ocasionarnos demasiado daño?
Nuestra bancada juvenil sufre el efecto que la psicología denomina "Dunning-Krugger", que es la incapacidad de una persona de reconocer su propia ignorancia por desconocimiento.
Las palabras anteceden a la acción y expresan de alguna u otra forma el modo en que el mundo está siendo pensado por quienes las pronuncian.
La democracia posibilita ascensos de líderes como Trump al poder, y es justamente el liberalismo -y no el socialismo ni sus variantes- el orden político que se preocupa de fenómenos como este.
Lo central es que aquella revolución con ideal, potencia y ambición ya no existe. Está sin alma y desmoralizada.
Mauricio Rojas dirige la cátedra Adam Smith de la Universidad del Desarrollo y es Senior Fellow de la FPP. Este texto es una versión íntegra del discurso de su lanzamiento.
En la Cuba que conocí, los de Liverpool estaban prohibidos. En rigor, lo estaban en casi todo el mundo comunista, porque constituían “diversionismo ideológico del imperialismo”.
Para las élites de izquierda solo algunos merecen sus alardeos por haber derrotar al duopolio. La democracia, entonces, debe estar reservada a sus círculos de hierro y los ciudadanos comunes y corrientes solo deben limitarse a votarlos.
Sería bueno recordar cuál es la ideología que realmente ha fundado y protegido la igualdad de derechos entre hombres y mujeres: el liberalismo.
Efectivamente los chilenos parecen querer cambios, pero eso no hay que confundirlo con la simple alternancia en el poder local como se está haciendo tras la última elección municipal.
Qué distinto sería el Chile de hoy si el gobierno en vez de inspirarse en el resentimiento pesimista y destructivo de Piketty, lo hubiera hecho en el optimismo constructivo y tolerante de McCloskey.
El socialismo es la filosofía del fracaso y siempre lo será, y, por tanto, era evidente que el gobierno de Bachelet fracasaría.
El Presidente estadounidense que le propinó la estocada final a la Unión Soviética, lo que trajo como consecuencia el desplome y la desaparición del mundo comunista.
«La libertad es un derecho humano fundamental,
sin él no hay vida digna.»