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Barras bravas Publicado en El Líbero, 08.09.2018

Barras bravas

Existen barras bravas para todos los gustos. Las hay de derecha y de izquierda, creyentes y ateos, humanistas y matemáticos, políticos y académicos. Lo cierto es que estos grupos proliferan en las redes sociales y han hecho del “trolleo” su principal herramienta. No son capaces de discutir con altura de miras, pues cada comentario que vaya en la línea contraria de su pensamiento es recibido como un insulto, pues son profundamente intolerantes. Si algo caracteriza a estos “hinchas” es que no cambian de opinión, ni siquiera cuando la evidencia es concluyente. O mejor dicho, no están dispuestos a ceder frente a un buen argumento.

Hoy es imposible realizar un juicio crítico de la historia reciente de Chile. Si la opinión vertida cuestiona en algo el gobierno de la Unidad Popular, el MIR o la figura de Allende, serás apuntado como un fascista. Hace poco tiempo una afamada académica cometió el “pecado” de diferenciar a Pinochet de Hitler –evidentemente distintos- y la respuesta de la barra brava no se hizo esperar. Si por el caso contrario, existiera una reflexión crítica sobre la dictadura o Pinochet, otra barra brava intentará tildarte de cuantos motes se le ocurra para luego acusarte de “vende patria” o “comunista”. Basta con recordar las reacciones que hace unos años hubo cuando un parlamentario de la UDI se desmarcó del régimen.

A estos barristas no les importa la verdad, sino mantener su postura. Con ésta construye su identidad, una que no se erige sobre una reflexión profunda, sino en algo tan primitivo como la pertenencia a un grupo. No le importa tener una sociedad con libertad, sino una donde sólo exista una forma de expresión: la suya. El problema no está en que tengan ideologías, sino que están dispuestos a negar realidades con tal de mantener la coherencia de su pensamiento.

Si algo nos ha demostrado la historia es que la política es mucho más compleja que los cuentos. La contraposición entre “buenos” y “malos” sólo nos lleva a perpetuar un modelo de reflexión pública donde no somos capaces de admitir errores en los dirigentes propios ni virtudes en los ajenos. Eso tiene una consecuencia que es imposible de cuantificar, pero de repercusiones nefastas: nos alejamos de la verdad.

No hay nada menos políticamente correcto que la realidad. Tanto la historia como la naturaleza humana poseen luces y sombras, pero las barras bravas no quieren aceptarlo. Son quienes apuntaron con el dedo a Galileo Galilei, a Hannah Arendt o Alexander Solzhenitsyn por contradecir con datos verdades construidas sobre el error.

¿Estamos dispuestas a alejarnos del conocimiento para dejar felices a estos fanáticos? Los verdaderos cuestionamientos, las buenas reflexiones y las opiniones fundadas siempre implicarán incomodarlos. Lo demás son relaciones públicas.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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