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La elección en Argentina Publicado en El Líbero, 30.10.2023

La elección en Argentina

El escrutinio de las elecciones argentinas ofrece un panorama interesante que pone de manifiesto hasta qué punto la Argentina es impredecible a la hora de depositar los ciudadanos su voto en las urnas. El peronismo, en un giro histórico, obtuvo un 36% de los sufragios, y superó por siete puntos a su inmediato seguidor a pesar de lo cual marcó su peor desempeño hasta la fecha: respecto a la performance de Alberto Fernández hace cuatro años, Unión por la Patria dejó en el camino más de diez puntos porcentuales.

Si a Sergio Massa lo premió casi el 37 % de los que entraron al cuarto oscuro, hubo un 63% que se inclinó por partidos que poco o nada tienen en común con el peronismo, quien también ha visto mermada su influencia en ambas cámaras del Congreso y en el interior del país con los diez gobernadores electos de Juntos por el Cambio. Por lo tanto, ante el inminente ballotage del 19 de noviembre, el saldo pareciera, a primera vista, favorable.

No obstante, los resultados no destilan un optimismo sin reservas porque resalta la sólida posibilidad de que el kirchnerismo se mantenga en el poder. El actual ministro de Economía y candidato a Presidente emerge como el triunfador del día, no sólo por la cantidad de votos obtenidos, sino por el hecho de haberlo logrado a pesar de llevar las riendas de un Gobierno que ha hundido a la Argentina en la miseria.

Las razones tras el éxito de Massa son más o menos claras. Por un lado, la arraigada dependencia argentina del estatismo, raíz que, una vez echada, difícilmente se extirpa. Una amplia mayoría del país se nutre del seno estatal: empleados públicos, planes sociales, subsidios identitarios, empresas cuyo único sostén es el Estado, autónomos que facturan al Estado, etcétera. Más de 20 millones de individuos que Massa supo cautivar con la articulación de una estrategia anclada en el miedo a los postulados libertarios. En un país clientelista como la Argentina decirle a la gente que si se imponía La Libertad Avanza perderían sus privilegios, subsidios, jubilaciones y derechos adquiridos representó un espectacular acierto electoral.

En sentido parecido salta a la vista la apuesta del ministro de Economía referida a qué tanto valorarían sus seguidores -y, sobre todo, quienes no se habían acercado al cuarto oscuro dos meses atrás- el así llamado «Plan Platita». El dispendio grosero de la hacienda pública le dio unos frutos formidables. El razonamiento opositor de que los beneficiarios del distribucionismo oficial recibirían los premios y votarían en su contra, probó ser falso. En esa Argentina donde la pobreza resulta lacerante, la inseguridad crece sin cesar, faltan cloacas, la salud es paupérrima y la enseñanza pública es similar a la de Uganda o Haití, el distribucionismo puesto en marcha antes de las lecciones contó más que la inflación.

«Cuanto digan Mauricio Macri, Elisa Carrió y demás dirigentes opositores tendrá una incidencia poco significativa. A esta altura, la decisión es de la gente, no de los dirigentes».

Pero no solo el Plan Platita y el hincapié en el miedo a lo desconocido explican lo acontecido el domingo. También es obligado mencionar los errores de la oposición que no cuestionó las PASO, una herramienta de manipulación hábilmente urdida por el kirchnerismo. Este instrumento despertó al aparato oficialista que generó una narrativa y se movió hábilmente usando al poder como si fuera un recurso propio. Entre las PASO y la elección general Bullrich perdió setecientos mil votos -y casi cinco millones desde la elección presidencial de 2019- y Massa ganó tres millones.

En particular, en lo que se refiere a Juntos por el Cambio, su desflecamiento comenzó en las PASO y, sin solución de continuidad, se extendió hasta el domingo. No hubo un solo acierto ni nada que pudiese torcer un rumbo equivocado que ha llevado a la alianza cambiemita al borde del abismo. En su seno late, por estas horas, el rupturismo que se veía venir

De parte de Milei, también, la última semana de su campaña fue una suma y compendio de errores que sólo se explican en virtud de que nunca es pertinente ejercer, a la vez, la doble función de candidato y de estratega. Su improvisación contrastó con la profesionalidad del massismo. El conjunto de brasileños que desembarcó en Buenos Aires, a instancias de Lula, para dotar de andadores a Sergio Massa, debería haberle enseñado a Milei que en estos casos hay que escuchar a los que saben.

Aun así, de no haber sido por las expectativas post primarias, Milei hubiera sido otro ganador en esta contienda. Llegó a las primarias abiertas con la esperanza de orillar o traspasar la cota del 20% y, de buenas a primeras, sumó un inesperado 30% de los sufragios que mantuvo en la primera vuelta electoral contra una estructura bipartidista que hace años estaba estancada. Que en sólo dos años haya impuesto una agenda nueva, desplazando el eje del debate político y acaparando la atención en la esfera pública, y logrado pasar de dos a 38 diputados, sentar a ocho senadores en la Cámara Alta, cuando hasta hoy carecía de representantes, haber ganado a simple pluralidad de sufragios en diez provincias -incluidas Santa Fe, Córdoba y Mendoza, nada menos- se corresponde mal con el término derrota. Fue un triunfo importantísimo, cuya dimensión puede agigantarse o desaparecer según cómo sea administrada esa musculatura legislativa, si acaso es derrotado en la segunda vuelta electoral.

En resumen, los contendientes que llegan al ballotage protagonizaron una elección espectacular. Massa logró una remontada épica, vendiendo la noción de que no es el artífice del descalabro que él mismo administra, mientras que Milei mantuvo su electorado en pie contra viento y marea, y sin recursos monetarios.

Así las cosas, en noviembre se enfrentarán dos polos opuestos. Por un lado, Massa, un profesional de la política demagógica sin escrúpulos, quien ha dedicado toda su vida a prepararse para este momento. Massa encarna la ambición desmedida, el ejercicio inmoral del poder y la audacia sin límites, ingredientes esenciales en el corporativismo argentino. Si en esencia el peronismo es un proyecto parasitario de poder, hoy Massa es el medio para que estos parásitos continúen su festín.

Por otro lado está Milei, cuyos principios resuenan con la mayoría de los votantes, aunque no ha demostrado experiencia ni habilidad en el manejo de la cosa pública. Es un hombre que cautiva, casi mesiánicamente, pero que no es visto como un hombre de Estado. Queda claro que el león es un motor fuera de serie en el ámbito electoral, pero al mismo tiempo, es la única figura de peso en su formación. Si logra conectar con esa mayoría de la sociedad que rechaza al kirchnerismo y sus variantes entonces podría alzarse como Presidente. Milei ha obrado magia en la difusión de sus ideales de libertad, es el único político verdaderamente popular en Argentina, la esperanza de la clase trabajadora, el bastión ante los embates de los inadaptados.

A la luz de la naturaleza cambiante del electorado, no está escrito en ningún lado el nombre del futuro Presidente. Sin embargo, pareciera que Sergio Massa tiene más chances que Javier Milei. Es difícil imaginar que sus pisos –37 % contra 30 %– vayan a perforarse. Uno y otro obtendrán más votos dentro de 25 días. La pregunta es cómo votarán quienes acompañaron a Patricia Bullrich y a Juan Schiaretti el domingo. Así como en la primera vuelta decidirían los más de tres millones de personas que se habían ausentado en las PASO, el 19 de noviembre la posibilidad de inclinar la balanza estará en las manos de los cambiemitas y de los peronistas cordobeses. Cuanto digan Mauricio Macri, Elisa Carrió y demás dirigentes opositores tendrá una incidencia poco significativa. A esta altura, la decisión es de la gente, no de los dirigentes.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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