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La soberbia jacobina Publicada en El Líbero, 15.12.2015

La soberbia jacobina

En estos días abundan columnas y declaraciones de miembros de la izquierda dura -los jacobinos- asegurando campantes que la derecha perdió la batalla de las ideas. Hay tres dimensiones en este tipo de triunfalismo que llaman la atención.

La primera es que la visión binaria de los jacobinos los lleva a reducir a dos colores los variados matices del espectro chileno: así para ellos existen sólo izquierdistas y derechistas, pinochetistas y anti-pinochetistas, progresistas y reaccionarios, pueblo y explotadores, buenos y malos. En fin, es una visión maniquea e instrumental de la vida de la que no salen bien parados ni sus aliados demócrata-cristianos ni socialdemócratas. Para ser honestos hay que admitir que no es la derecha quien supuestamente ha estado perdiendo la batalla de las ideas, sino todos aquellos que no comulgan con la izquierda jacobina.

No es sólo la derecha quien ha descuidado la batalla de las ideas en estos decenios de democracia. También han incurrido en este error el centro, la centroderecha, los liberales, y los demócrata-cristianos y socialdemócratas. ¿O alguien conoce a estas alturas cuál es el ideario DC o del PRSD en la marejada de ideas estatistas y refundacionales que arrastra al gobierno de la Nueva Mayoría? Nada trasciende ya lamentablemente del rico aporte teórico de la DC de la época de Maritain, Teilhard de Chardin o del humanismo cristiano, y escasas ideas nos llegan de la tradición no dogmática y tolerante de los radicales históricos, que inspiraron y engrandecieron a ese partido.

Por desgracia no es sólo la derecha la que no ha hecho la pega en la batalla de las ideas, sino también todos los que no adscriben al jacobinismo, populismo, estatismo o colectivismo igualitario. Este sí no ha perdido el tiempo en estas últimas dos décadas en que, desde La Moneda, administró y celebró en parte y hasta hace poco el orden que hoy, empleando otro nombre como alianza y enarbolando otra sensibilidad, combaten con encono.

Hay una segunda dimensión en la afirmación jacobina: confunden el participio con el gerundio. Es una dimensión curiosa, poco dialéctica, viniendo sobre todo de marxistas o neomarxistas, quienes afirman tener una visión abierta y fluida de la realidad. La afirmación jacobina da por terminada la historia: nosotros ganamos, el resto perdió. Fin. Aseveran a coro con Francis Fukuyama el fin de la historia. Lo cierto es que esta batalla de las ideas recién comienza en Chile, y que fue el espíritu refundacional de la Nueva Mayoría lo que despertó a quienes ignoraban desde la indiferencia la batalla de las ideas. La ignoraban, pues creían que bastaba con crecer económicamente y no consideraron que el desarrollo conduce siempre a nuevas demandas y preguntas.

La tercera dimensión en el triunfalismo jacobino dice relación con las dificultades que enfrentan ellos. No son menores: la derrota de sus proyectos en Argentina y Venezuela, la fragilidad que afecta a Nicaragua y Ecuador, el debilitamiento del Foro de Sao Paulo, y el abrazo que busca Raúl Castro con Barack Obama para salvar los restos de una dictadura burocrático-militar de 57 años que aún no resuelve las necesidades básicas de su población, polarizó al país, detonó una emigración perenne y subsiste en gran parte gracias a las remesas que envían cubanos desde Estados Unidos.

No minimizo la capacidad retórica de los jacobinos para rearmarse tras gigantescas derrotas políticas. En 1989, después del desplome de los socialismos reales y, en 1995, tras la desaparición de la URSS, los jacobinos, derrotados en gran parte del planeta, parecían también anulados en Chile. Y sin embargo lograron, a punta de esfuerzo, perseverancia y trabajo tesonero con escolares, estudiantes, sindicatos y organizaciones sociales, influencia decisiva en la actual administración. Su éxito fue notable: convencieron a la campaña de la Nueva Mayoría que la ciudadanía deseaba refundar al país. Al poco andar, las encuestas evidenciaron lo contrario. La voluntad de las mayorías no debe confundirse con la mayoría de quienes salen a manifestar su voluntad a la calle. 

El desarrollo de la historia no está esculpido en piedra, como creen los fatalistas y deterministas históricos. La batalla de las ideas no se libra de una vez y para siempre, como piensan los triunfalistas y lo demuestran tanto las elecciones en Argentina y Venezuela como la agonía del socialismo en Cuba. Hay momentos de inflexión en esa batalla, como lo indican encuestas recientes y la reactivación de institutos y fundaciones no jacobinas en Chile. Para bien o para mal, nada está garantizado, ni el auge ni la destrucción de un país. Los jacobinos se equivocan al ponerle un punto final a la historia. La historia es siempre un libro abierto que van escribiendo las personas.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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