Para el Gobierno, moderación y para la oposición, unidad
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Publicado en La Tercera, 03.04.2020Los economistas saben que, en un mundo con escasez, toda decisión conlleva un costo de oportunidad. Las decisiones que tomamos siempre reflejan disyuntivas. Elegir escribir un ensayo por sobre ir al teatro, por ejemplo, tiene un costo: el no haber visto una maravillosa obra teatral. Lamentablemente, como sociedad y en materias de salud pública no podemos tampoco escapar de dichas disyuntivas o trade-offs. De esta manera —y por más triste que parezca—, aplanar la curva de contagio del virus implica ineludiblemente asumir un costo de oportunidad respecto a la economía, el empleo y la producción. Esto es lo que se podría llamar como “la paradoja de las curvas”, o la disyuntiva ineludible entre aplanar la curva de contagio del Covid-19 y exacerbar la curva de contagio o shock macroeconómico.
La disyuntiva ineludible entre aplanar la curva de contagio del Covid-19 y exacerbar la curva de contagio o shock macroeconómico.
Es indudable que la pandemia del Covid-19 se traducirá en un shock económico de proporciones mayores. La mayoría de los países del mundo han enfocado sus esfuerzos en aplanar la curva de contagio, conteniendo la cantidad de infectados por día, y así evitar un colapso total de los sistemas de salud. Esta política pública sanitaria es deseable, en cuanto ayuda a retrasar la velocidad con la cual el virus se propaga y así poder tratar los casos más urgentes con mayores recursos. Pero esta decisión tiene sin duda costos enormes para la economía. Para lograr esto, los gobiernos recomiendan mantener las distancias sociales, cuarentenas y evitar los contactos con el resto de los ciudadanos. No obstante, tal necesaria política tiene consecuencias negativas: aplanar la curva de contagio necesariamente conlleva a exacerbar la curva macroeconómica de recesión. Dicho en simple, si todos mantenemos distancias sociales y respetamos cuarentenas en nuestras casas por semanas o incluso meses, debemos a su vez cerrar escuelas, universidades, centros comerciales y negocios varios. Así, una gran fracción de la población productiva cesa todas sus actividades de sopetón, apagando la economía de forma inmediata. Vaya la paradoja: la respuesta sensata, desde una perspectiva de salud pública, lleva a que la economía se apague y colapse casi en su totalidad.
Mientras más rápido tratamos de aplanar la curva de contagio —a través de cuarentenas o lockdown (obligatorias o voluntarias) y evitamos trabajar desde nuestras oficinas rehusando casi todas las interacciones económicas— más estamos exacerbando la curva de contagio macroeconómico; implosionando la economía y deteriorando todo su tejido productivo. Esta paradoja de las dos curvas presenta un desafío económico y práctico único en su especie para los economistas y para la política pública: ¿cómo tratamos de apagar y suspender toda actividad económica de forma lenta y paulatina y simultáneamente, sin reducirla de sopetón, cosa que la economía en su totalidad no se nos muera en el intento? Esta disyuntiva de las curvas es el experimento de política pública más importante de las últimas décadas. Probablemente, incluso mucho más compleja e importante que la política macroeconómica durante la crisis financiera.
La opción de implementar cuarentenas obligatorias y cerrar todos los negocios denominados “no esenciales” durante meses es simplemente un suicidio económico nacional.
La economía y su ecosistema productivo parecieran ser mucho más parecidos a un complejo reactor nuclear, más que a una simple ampolleta de luz que se puede apagar y prender a voluntad. Apagar toda la economía y, lo que es más importante, volver a reactivarla de forma saludable, es más parecido a tratar de apagar y reiniciar un reactor nuclear. Debe hacerse con calma, cautela y siempre asegurándose de que bastantes piezas del tejido productivo puedan sobrevivir intactas a los apagones. Si apagamos la economía entera de sopetón, nuestro reactor nuclear o productivo implosionará en su totalidad, lo que generaría una crisis económica y social de proporciones nunca vistas. Pero, si logramos apagar de forma lenta, racionalizada y sectorizada distintas actividades comerciales, la economía no debería colapsar.
Cerrar toda actividad económica inmediatamente e implementar cuarentenas por semanas es un mazazo brutal para la economía. Es difícil que dicha política pública sea sustentable por más de tres semanas. Prolongar esta situación de lockdown solo exacerbará la curva macroeconómica de recesión: muchas empresas, pymes y micronegocios quebrarán, miles de compatriotas perderán sus empleos y, finalmente, no existirá ni ecosistema económico, ni tejido productivo que quedarán en pie para poder comenzar de nuevo y hacer resurgir el crecimiento económico. Es necesario, hoy más que nunca, un plan de acción industrial para coordinar la reapertura, en el corto plazo, de distintos sectores de la economía de una manera que dicho proceso sea además seguro, sectorizado y compatible con combatir el virus y su propagación. El gobierno y los privados deberían estar trabajando en conjunto para poder dilucidar cómo operar y reabrir parcialmente ciertos negocios en el corto plazo, de manera de que estos puedan seguir siendo viables económicamente y además seguros contra el virus. La opción de implementar cuarentenas obligatorias y cerrar todos los negocios denominados “no esenciales” durante meses es simplemente un suicidio económico nacional que podría ser incluso hasta más dañino en el largo plazo que la enfermedad del Covid-19.
Hasta ahora, en nuestras discusiones se habían mantenido separados los problemas de salud pública y los problemas económicos. Esto, lamentablemente, ya no es una opción y debemos empezar a enfrentar de forma seria y sin prejuicios el desafío de política pública que nos impone la llamada disyuntiva de las curvas. Cerrar la economía en su totalidad es una medida de salud pública que conlleva costos sociales y económicos extremos y que merece por lo tanto ser reevaluada o rediseñada. No obstante, el desafío económico y moral ya está claro y la insoslayable disyuntiva de las curvas ya es una realidad. Queda solo esperar que nuestros políticos y economistas estén a la altura de este desafío único en la historia de la humanidad y poder así apagar paulatinamente la economía sin que nos transformemos en Chernóbil.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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