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Los vicios del feminismo moderno La Tercera. 05.03.2020

Los vicios del feminismo moderno

imagen autor Autor: Bárbara Haas

El 25 de marzo de 1911, en Nueva York, 129 mujeres trabajadoras perdieron la vida mientras exigían sus derechos. Ciento nueve años más tarde seguimos honrando su memoria por haber marcado un antes y un después en la noble lucha por la emancipación femenina. Un trágico evento que, si bien debería inspirarnos a seguir construyendo una sociedad más justa y equitativa, ha servido a un importante sector del feminismo para alimentar resentimientos contra el sexo masculino, justificar conductas violentas y fomentar nuevos separatismos.

Si pudiéramos describir a la primera ola del feminismo, aquello sería, en palabras de Camille Paglia, académica e intelectual estadounidense, “un movimiento que nunca se entregó a la idea de condenar al hombre, sino que aceptaba y admiraba la enormidad de lo que este había realizado y simplemente demandaba una justa oportunidad para demostrar que las mujeres podían igualarlo o incluso superarlo”. La existencia de mujeres valientes y determinadas que reivindicaron la idea de que debemos ser iguales en dignidad y derechos ha sido la base para construir una sociedad civilizada. Desgraciadamente, parte importante del feminismo en nuestros días ha pasado de ser un movimiento que buscaba defender la independencia y realización personal de cada mujer como individuo, a convertirse en un movimiento político con fuertes pretensiones hegemónicas.

Este nuevo feminismo dejó de ver al hombre y la mujer como iguales y posibles complementos -pero nunca enemigos-, para tratarlos como dos polos antagonistas, donde la víctima y el perpetuador son universales, colectivos y con continuidad histórica.

Este nuevo feminismo dejó de ver al hombre y la mujer como iguales y posibles complementos -pero nunca enemigos-, para tratarlos como dos polos antagonistas, donde la víctima y el perpetuador son universales, colectivos y con continuidad histórica. Un movimiento que además se ha adjudicado el deber moral de excomulgar a toda aquella que cometa el pecado del desacuerdo, algo cada vez más común, pues no ha tenido reparos en promover diversas agendas políticas sobre las cuales las propias mujeres poseen opiniones divergentes. ¿Cómo esperamos que el feminismo permee transversalmente en la sociedad cuando excluye a las mismas mujeres por pensar distinto? Probablemente, uno de sus mayores logros ha sido instaurar la idea de que todo aquello que disienta de su retórica sea tachado inmediatamente como antifeminista, o incluso antimujer. Lo anterior trae como consecuencia un entorpecimiento en la forma de entender diversas problemáticas. Como mencionó Mónica Zalaquett durante una entrevista a La Tercera, “las principales víctimas letales del machismo no son las mujeres, sino que los hombres” e insiste que “llegó el momento de que el feminismo incorpore masivamente a los hombres. Porque este es un tema de la sociedad, no de las mujeres”. Sin embargo, lo que vemos es una absoluta invisibilización de sus problemáticas, ignorando que aquello traería beneficios para ambos sexos.

La cultura de la corrección política, la falta de estudio serio sobre el tema, y la excesiva influencia de las redes sociales en la matriz intelectual del feminismo han contribuido a lo que, según Paglia, podríamos caracterizar como “pensamiento de túnel”. Es decir, ser incapaz de abrir la mente para reconocer y analizar, de buena fe, ideas contrarias. La hipervictimización, una actitud agresiva y a la defensiva, así como una fuerte apología al Estado como ente responsable de ofrecer amparo y protección a la mujer, son algunos de los vicios que se han apoderado de este movimiento. Fracturando relaciones sociales, perjudicando y segregando en muchos casos a las mismas mujeres.

El mundo no está conformado exclusivamente por buenos y malos, tampoco es blanco o negro. Suponer lo anterior es una respuesta perezosa para no lidiar con las zonas grises, incómodas y complejas, de nuestra sociedad. Lamentablemente un amplio sector del feminismo moderno ha caído en esta lógica reduccionista, una que desesperadamente necesita mantener viva esta concepción de víctimas y victimarios universales para su propia subsistencia. De no corregir este problema, el futuro se ve poco esperanzador para un movimiento que, más que abogar por la inclusión de todas las mujeres, hace uso indiscriminado de la causa para promover ideas y actitudes que poco o nada tienen que ver con la igualdad.

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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