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Criticar a la Iglesia Publicado en La Segunda, 15.11.2017

Criticar a la Iglesia

 Mucha gente se me ha acercado a comentar vehementemente las ironías que he escrito, respecto a los conservadores y la Iglesia, en éste y otros medios. Sin embargo, ¿no es justamente a eso —a críticas— a lo que se expone quien intente llegar o tenga poder? La verdad, se echa de menos un mejor humor, templanza y menor ceguera en bastantes reacciones, más aun en estos tiempos tumultuosos de la Iglesia. No obstante, creo que es interesante referirse a las críticas más templadas —las "con respeto", como diría Julio César (Rodríguez)— y que más se repitieron.

En primer lugar, respecto de mis dichos sobre la posición de la Iglesia y los conservadores frente al voto y trabajo femeninos, se me insistió que habían sido los conservadores quienes habían abogado por el voto de las mujeres. Eso es cierto, pero el punto es que antes no era así y nadie cree en su reversión. Además, el cambio de posición no fue por cuestiones de moral, sino que por instrumentalización política: las mujeres eran en su mayoría conservadoras-católicas y eran entonces votos para ellos (y por algo la izquierda se oponía firmemente). Negar esto y argumentar que los conservadores querían el voto femenino por una revisión antropológica de la mujer sería engañar (se). Algo similar ocurre —incluso hasta el día de hoy— con el trabajo femenino y el rol esperado de la mujer en la sociedad.

"Acusar a alguien de «poco liberal» por calificar a una práctica antigua como retrógrada es no querer argumentar el fondo."

En segundo lugar, se me exigieron pruebas del magisterio de la Iglesia donde se explicitase que los indígenas y negros no tenían alma. Acá me equivoqué, es cierto, y en vez de la "Iglesia" a secas debí haber escrito "los sacerdotes católicos" o "los conquistadores en nombre de la Iglesia". No era la posición oficial de la Iglesia, como tampoco lo es hoy el encubrir los crímenes de los sacerdotes. Menos mal no hablé de otras prácticas pasadas como las condenas de científicos. ¿O me habrían pedido escudriñar y demostrar la existencia de alguna receta explícita de hogueras entre las encíclicas papales?

Finalmente, se me aclaró que mucha gente no les tiene tirria —como yo he sostenido— a quienes defienden el matrimonio homosexual, sino que una genuina y pacífica creencia de que el matrimonio es intrínsecamente heterosexual según una serie de respetables argumentos. Ése era justamente mi punto: hay que discutir sobre el fondo y enfrentar los argumentos. Por el contrario, acusar a alguien de "poco liberal" o de "hegeliano-progresistamarxista" por calificar a una práctica antigua (de la Iglesia o no) como retrógrada es, además de errado, simplemente no querer argumentar el fondo. Es inventar un mono de paja que, repetido a tal nivel de obsesión, se convierte en una especie de descalificación a lo Pato Navia revisited —para continuar con el spanglish—; es, simplemente, una siutiquería.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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