El delirio institucional del feminismo de género
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Publicado en La Segunda, 12.04.2023La patética reacción de Megavisión, echando a una periodista por un simple lapsus, es un espejo de lo que ocurre con la política: un espectáculo sin principios. Sigamos entonces en la industria del espectáculo: entre tanto psuedoarrepentimiento de los demagogos que nos gobiernan, ya estaría bueno que legislen en favor de algo que —en teoría— los representa: la noche, la juerga, la fiesta. Eso hasta los ayudaría a pacificar algunas esquinas de nuestras ciudades —en el mediano plazo, al menos—. Para tener más de seis o siete millones de habitantes, Santiago debe ser una de las ciudades más fomes del planeta, y esto es proporcional al resto de las ciudades de Chile. Si Santiago tuviese más vida, barrios bohemios podrían ser algo más seguros.
«Los demagogos piden una “tregua”. ¿Tregua de qué? Por mientras, que liberen estas regulaciones que salvaguardan “la moral y las buenas costumbres”».
Después de que estos demagogos, como oposición, ningunearon a Carabineros, era obvio que necesitábamos apoyarlos. Y después de ver cómo los atacaban con bombas molotov, era obvio que necesitábamos perfeccionar las leyes que les permitiesen disparar a quienes los amenacen de muerte o intenten atropellarlos. Pero, la verdad, además de más parques y más luces, necesitamos también más tiendas, más bares y más restoranes. Más vida. No puede ser, por ejemplo, que en el mismísimo barrio Bellavista se hayan construido dos muros completos de oscuridad, como los del desproporcionado edificio de la Universidad San Sebastián, que se convierten ipso facto en pasadizos-paraísos de oportunidad. Para evitar algo así se necesita regulación sensata. Luces, comercio. Urbanismo. No puede ser tampoco que las patentes de alcohol sean acotadas al nivel que están hoy, y para eso se necesita —de nuevo—, desregulación sensata. ¿Por qué un restorán necesita una patente para que los comensales se larguen a bailar? Que regulen su aislación, nada más. No voy a ser yo quien lidere el bailoteo, pero ya tenemos casi un millón de caribeños. ¿Y por qué ese mismo restorán necesita otro permiso, tramitado y escaso, para vender vino, pisco o cerveza? Que no les vendan alcohol a los niños no más —¡casi no los dejaron entrar a restoranes con la nueva ley!—. ¿Por qué un cine no puede vender un whisky o un Araucano? Si los dueños de cines pudiesen vender alcohol, habría más cines, independientemente del amor por el cine de los chilenos. Es inentendible que en Santiago existan apenas el Biógrafo y algún otro proyecto, como Sala K, sobreviviendo apenas.
Los demagogos piden una «tregua». ¿Tregua de qué? Por mientras, que liberen estas regulaciones que salvaguardan «la moral y las buenas costumbres». Muchos nunca olvidaremos el vergonzoso escándalo de los sillazos en el Movistar Arena, para la Copa Davis de 2000. Ahí regalaban la cerveza. Quizá solo habría que ponerle un precio —y alto—, como a los «vientres de alquiler» y a las drogas, que también habría que legalizar, para que este caos se empiece a acabar.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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