El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en La Tercera, 14.11.2019La imagen de personas que se ven instadas a bailar para poder pasar entre medio de la muchedumbre que protesta y bloquea una calle o puente, como lo vi días atrás en Valdivia, se ha hecho frecuente en redes sociales y televisión. La prensa, que a estas alturas considera cualquier cosa como festiva, ha descrito esto como algo más bien simpático. Y si bien la mayoría de las personas accede con cierta gracia a mover el cuerpo al son del griterío de la multitud, rompiendo así su timidez frente a un improvisado público, el tema esconde algo más profundo y sutilmente contradictorio con lo que es la democracia en sí.
La democracia moderna se desarrolla como una vindicación individual que comprendía que de los sujetos debía ser considerada sin depender de su adhesión o pertenencia a un grupo determinado. La democracia se basa en el libre examen, es decir, en la facultad que tiene cada persona para evaluar y juzgar, sin importar si sus posturas son las de los más o los menos. De ahí, de esa expresión máxima de autonomía, proviene la fórmula democrática de un hombre un voto, que es el elemento esencial para equilibrar la pluralidad de opiniones, que con todos sus matices, existe en una sociedad.
Que un grupo constriña a un individuo a bailar es más una expresión de la conducta de manada y de nuestras tendencias gregarias, antes que un ejemplo del alto espíritu democrático de las masas y de su respeto a la autonomía de los individuos. Muchos dirán que estos actos son simples humoradas en medio de las manifestaciones, pero en términos estrictos ¿qué pasaría si alguien se niega a cumplir lo que el grupo desea? De seguro, no lo dejarán pasar y probablemente la masa incurrirá en insultos o agresiones.
Del únete al baile podríamos estar pasando al únete al baile, obligatoriamente.
Es decir, pasaríamos a presenciar algo similar a lo que ocurría durante los llamados autos de fe medievales donde las personas, ante la multitud enardecida, asumía su herejía. De ahí a los amedrentamientos en nombre de la revolución, como los que eran visibles en la Revolución Cultural china, hay un paso sin duda peligroso. Muchos dirán que se exagera al colocar atención a estos fenómenos, pero es en función de este tipo de acciones que las sociedades pueden entrar no solo en un espiral del silencio sino también en dinámicas totalitarias. Del únete al baile podríamos estar pasando al únete al baile, obligatoriamente.
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