El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en El Líbero, 12.01.2022Siempre me ha costado la opinología política, especialmente la que predice el futuro. La encuentro poco científica, no le creo, no sé. Quizás es porque tiene un sesgo de selección muy fuerte: la gente que se dedica a eso es por lo general muy cantinflera y no tienen ningún pudor en aparecer como futurólogo. Además, muchas veces, el valor de sus opiniones no está en iluminarnos con un análisis sofisticado, en comparar diferentes elecciones, en hacer analogías con otros países, o en la revisión de datos —algo propio de un tipo de cientista político—, sino que se confunde con el periodismo, el reporteo o con las conexiones con el poder —algo interesante, sí, pero diferente—. La peor confusión es cuando opinan solo desde un “voluntarismo”. Me desagrada esa palabra, pero no encuentro otra ahora: opinan sobre lo que quieren que pase antes que con lo que creen que va a pasar. Es cuando el deseo domina al razonamiento, bastante común en el ser humano la verdad.
Algo similar —aunque más radical— me ocurre con la política internacional: esa simplemente no la sigo, o muy poco. Nadie sabe nada de eso —además depender de eventos o voluntades de personas muy impredecibles— y opinan con una seguridad demencial. Lo peor de estos futurólogos, es que gozan de una impunidad bastante chistosa. Nunca jubilan a pesar de que predicen y predicen, y se equivocan y se equivocan. Son mucho peor que los economistas: que Lavín era el próximo Presidente; que la derecha gobernaría por ocho años; que el Frente Amplio estaba desaparecido; que Piñera esto y que Piñera esto otro; etcétera. Expertos en vender humo sin pagar costo alguno. Todo esto, además varía en función de cuestiones como apariciones de virus, Constituyentes que consagran el decrecimiento, atentados de la CAM o estallidos sociales. O ahora con Izkia Siches que aparece diciendo que hay cerrar de nuevo el país o quién sabe, quizás qué piensa de todos los “infelices” que la rodean, como le gusta a ella llamar a la gente.
Digo todo esto para explicitar dos cosas: primero, que al menos intento diferenciar lo que yo quiero de lo que yo creo y, en segundo lugar, que lo que yo quiero esta vez, creo que debería pasar si es que la centroderecha quiere volver alguna vez al poder.
Por más extrañas que hayan sido las elecciones pasadas, los analistas cometen un error al insistir en comparar ese 44,5% de JAK —o el porcentaje de votos de diputados y senadores de la centroderecha—, con el 20,5% de la constituyente: eso está mal porque en la elección de constituyentes se permitió que los independientes tuviesen los beneficios electorales de los partidos políticos sin ser partidos políticos, es decir, sin pagar los costos de ellos: y el resultado fue de la Lista del Pueblo. Sin esa ley “anti-partidos” y, por lo tanto, “anti-democracia representativa”, tendríamos bastantes menos ridiculeces identitarias, menos disfraces y menos guitarras en la Constituyente. Y también menos delirios constitucionales como el decrecimiento, el negacionismo, la verdad histórica, los plebiscitos dirimentes o el poder constituyente originario.
Pero bueno, ese 44% no es un mal resultado para haber tenido un tan mal candidato. Corrijo, un buen candidato, pero para representar ideas de nicho en vez de mayoritarias: representar ideas conservadoras en un mundo moderno. Si no fuese por el enredo de Sichel, JAK habría sacado un porcentaje mínimo, uno que simbolizaría solo lo que lo realmente representa: una sensibilidad difícil de ubicar políticamente, pero una sensibilidad que agrupa a personas conservadoras con otras que creen que Estados Unidos botó las Torres Gemelas; que las vacunas causan daño (en una variante diferente a la sensibilidad de los naturalistas al respecto); que Pinochet es un santo; que George Soros domina el mundo; que hay que defender la religión de manera furiosa y uno que otro nostálgico de las teocracias. Los votantes de la centroderecha apoyaron a Kast luego de que Sichel hiciera el loco en diferentes debates. Fue un fenómeno que, al menos yo, no puedo explicarme: arrasó en primarias para luego, poco a poco, desaparecer. Es verdad que la izquierda, y especialmente la DC, se ensañó con él, pero todo político debería estar preparado para eso. En eso consiste el juego.
Sichel empezó a transmitir mala energía, desconfianza y cometió un error tras otro. Después, JAK quedaba solo frente a un candidato similar, de nicho, —aunque joven y moderno— como Boric, y apoyado por el Partido Comunista, entonces, por más dolor que les causó a muchos, había que apoyarlo. Kast tenía un discurso simple y claro alrededor del rechazo a la violencia, defensa del orden y apoyo a la libre empresa. Eso bastaba, y así voto la sensibilidad de centroderecha. Hubo nulos, pero pocos.
Ya se sabe que Kast perdió por la movilización de miles de jóvenes y mujeres contra él. Esto último es bien increíble: la derecha históricamente ha recibido mucho apoyo desde las mujeres. De hecho, fue por esto que en el pasado los socialistas y la izquierda se oponían al voto femenino: las mujeres eran muy conservadores y votaban conservador. Ojo para los movimientos feministas: tanto históricamente como hoy han sido instrumentalizados. Faltan los datos exactos todavía, ya que el Servel aún no los libera, pero todos los análisis estadísticos confirman esa idea: los jóvenes y mujeres hicieron perder a Kast y la razón creo que es bastante obvia: Kast es un conservador a la antigua, cuyas ideas y proyecto país no representan a la modernidad de Chile ni a los jóvenes que empiezan a votar: no considera cómo éstos se relacionan con la naturaleza y menos acepta como correctas sus aspiraciones de autonomía. A las mujeres sí que las abandonan: Kast les privaría de muchos de sus derechos por la religión que profesa —si de él dependiera—, ya que las mujeres, para él, tienen un rol determinado en la sociedad —y los hombres también, pero históricamente han podido liberarse de él sin necesidad de leyes o grandes cambios culturales—.
Un candidato presidencial con esas ideas simplemente no podía ganar frente a un candidato nuevo y joven. Menos si insistía orgulloso en políticas que incentivaban la exterminación de nuestros bosques —y a pesar de intentar moderarse respecto a sus ideas femeninas—. Boric, por mientras, se moderaba, se ponía chaqueta, se afeitaba y se juntaba con dueños de caballos corraleros. Le faltó caminar con espuelas por Rancagua. Dejó de hablar de compañeras y compañeros, y se dirigió a los chilenos y chilenas, mientras JAK insistió con alabar y agradecer a Dios e hizo gala de su familia, que además de escasa como modelo, ya no es ideal para casi nadie en esta modernidad con otras prioridades.
Boric, al revés, logró camuflar emocionalmente que iba en alianza con un partido político cuya ideología hasta el día de hoy no cree en la libertad de expresión ni en la democracia —y nunca se ha arrepentido de ello—. Hace apenas unos meses los comunistas apoyaron a través de una votación en la Cámara de Diputados, Camila Vallejo incluida, al gobierno de Ortega en Nicaragua. Dictadura actual, sangrienta y todo. Y hace un par de días, el 1 de enero, no celebraron el año nuevo, sino que el cumpleaños del del gobierno de Castro, que había dado “inicio al proceso de construcción del socialismo en Cuba”. Todo esto a los votantes les dio lo mismo, votaron por Boric. Creyeron que su personalidad y carisma serían suficientes para frenar cualquier locura de sus aliados que andan celebrando a gobiernos asesinos y antidemocráticos sin matices. Fue tal el rechazo a Kast y tal la astucia estética-electoral de Boric, que pocos sintieron esa amenaza. El miedo a Kast fue más importante que el miedo al comunismo.
Yo, personalmente, creía más probable cualquier política pública obra del “peligro comunista” que alguna que otra reforma de “regresión conservadora” —pintada falsamente de “fascismo”—. Aunque sea imposible comprobarlo, creo que Kast no habría hecho nada en contra las mujeres o la autonomía de las personas —como sí podría hacer el Partido Comunista a través de sus incansables ejércitos de militantes, influencia y tenacidad política—. Veremos qué pasa. Veremos si coartan la libertad de expresión en pos de “pluralidad”. En obcecación no se quedan. Boric no ganó gracias al Partido Comunista, sino que a pesar de él. Kast nunca habría sacado tanta votación sin el PC al frente; Boric pudo haber perdido frente a Kast. Y ya que estamos imaginativos: creo que Boric con la centroizquierda, y sin el PC, hubiese arrasado en serio.
Hoy día, además de un nuevo gobierno que se viene, hay una Convención Constituyente muy conflictiva y llena de opacidad trabajando en una propuesta de nueva Constitución. Ahí puede ocurrir cualquier cosa que perjudique a uno u otro bando. Sin embargo, la centroderecha ya no puede pretender gobernar si sigue insistiendo en discursos conservadores. La sociedad chilena se modernizó: las personas valoran su autonomía y no están dispuesta a escuchar a sacerdotes que dirijan sus vidas. Nadie va aguantar que le digan que no puede salir un domingo con amigos a tomar un schop o con la familia a un restorán porque “está mal”, porque es “un día familiar y para disfrutar en casa”: los chilenos, además de que no quieren órdenes, ya no quieren ni tienen “esa” familia —no hay que olvidar que hace apenas unos años habían diferentes conservadores insistiendo en una ley que hiciera de los domingos un feriado irrenunciable—. No me voy a explayar en las diferentes iniciativas conservadoras que nada tienen que ver con las grandes mayorías a la que la centroderecha política aspiraría a cautivar, pero sí creo que hay que reivindicar la libertad de culto y especificar sus bondades, lo mismo con la familia y la patria, pero todo en su tono. Hay que defenderlas, claramente y sin matices, pero consciente de lo que son: ideas de nichos.
Lo mismo ocurre con la naturaleza: no puede ser que se siga negando que los árboles y los cerros se destruyen cuando se deja totalmente libre al hombre y sus empresas. Entiendo que hoy nadie lo niega, pero hay que poner los puntos sobre las íes: hay que limitar los monocultivos de paltas que cubren faldeos de cerros completos, destruyendo el ecosistema, extinguiendo flores, lagartos y secando valles y quebradas. Nadie dice que haya que matar a la industria paltera, menos yo, pero algo hay que hacer y proponer. Hay que administrar mejor las cuencas de lo diferentes ríos y quebradas. No hay que dejar que esas ideas y defensas queden solo en personas que instrumentalizan esas causas para llegar al poder, ¿o realmente creen que alguien “de izquierda” tiene más sensibilidad o le importa más la naturaleza que alguien “de derecha”? Suena ya algo ridícula esa separación de izquierda y derecha, y por años se ha intentado hacer desaparecer, pero sigue funcionando, y desgraciadamente es la izquierda la que toma esas banderas —simplemente como instrumentalización política—.
Nada hay en el Estado, o digamos en ENAP, Codelco o en una desgracia como la de Chernobyl, que implique una mejor relación con la naturaleza del Estado o de los santos izquierdistas. Con las ciudades, lo mismo: la palabra planificación era una herejía cultural en Chile debido a la influencia de los Chicago Boys, más chicagos que los mismos profesores de Chicago, pero hay que planificar: ordenar la ciudad, su crecimiento y desarrollo, generando lugares amables para vivir, caminar y recrearse, con luz solar y espacios públicos que inviten a vivir, encontrarse y no a encerrase. Hay que además especificar las preocupaciones sociales y reivindicar el Estado subsidario: hablar de las políticas de salud, de manera clara, explicando que no se buscan establecer monopolios, los realmente dañinos para la sociedad, aquellos que obligan y ahogan la mejor manera para combatirlos: las otras opciones ofrecidas e inventadas por la sociedad.
No existe peor monopolio que el otorgado por el Estado, mediante leyes, tanto en los taxis —limitados pero finalmente amenazados ahora por unos celulares—, como en los servicios únicamente estatales, que ahora amenazan con aparecer en la salud, en la educación o en la frívola telefonía. A los monopolios o a los abusos privados se les puede castigar, a los estatales no, es imposible. Así, defender los monopolios otorgados por el Estado o sufrir de urticaria al escuchar la palabra concesión, es reflejar simplemente un resquemor a las personas, a la sociedad civil, a nosotros, los ciudadanos, que no tiene nada de malo que participen de otorgar servicios al resto de sus compatriotas —de hecho, tiene mucho mejores incentivos para hacerlo bien—. No existe razón técnica más que la molestia de ceder poder, de ceder pode a los ciudadanos y perder poder ellos mismos, los políticos. Es así cómo le quitan poder a la sociedad para repartírselo entre ellos. Es cierto que ante malos servicios, es difícil castigar a los privados, pero es cada vez más fácil hacerlo. Pocos se acuerdan de la CTC, pero hagan el ejercicio de ir a reclamar por el servicio de Registro Civil o a la Municipalidad, a ver cómo les va.
Bueno, la centroderecha no puede aspirar a ser hegemonizada por el conservadurismo si aspira a gobernar. El documental sobre los Beatles que está de moda en estos días parte mostrando cómo eran acusados de herejes en Estados Unidos y miles de personas protestaban para que los expulsaran del país. John Lennon, de hecho, años después, iba a ser expulsado por ser un “peligro para la nación”. Esas son las mismas sensibilidades que fanatizan ayer y hoy e histéricas reclaman contra la claudicación de la civilización occidental frente a las vacunas, el matrimonio homosexual o tomar cervezas los domingos. Hace pocos años, acá mismo en Chile, se fueron en contra Iron Maiden y Guns & Roses —a muchos se les olvida—. Incluso intelectuales bastante más lúcidos como Alan Bloom insinuaban que Mick Jagger era un inspirador demoniáco y de ser mala influencia para las nuevas generaciones. ¿Qué se puede hacer con eso más que burlarse y espantar a los votantes?
De lado dejo la obvia necesidad de una acción política presente en las diferentes comunas y el levantamiento respectivo de figuras locales. Eso escapa de mi conocimiento y detalle, pero es fundamental. Finalmente, diría dos cosas. Lo primero: creo urgente renovar a los protagonistas y líderes. Nunca dejaré de creer que esta crisis institucional a la que llegamos fue causada, en gran parte, por haber tenido dos presidentes seguidos entrelazados entre sí. Eso significó un estancamiento total de personas, ideas, discursos y el enraizamiento de rencores y amistades entre diferentes políticos que impidieron un flujo sano dentro de las sillas del poder. Eso agravó el abandono que los políticos hicieron de la gente y sus problemas reales con la salud, la educación, las pensiones, la ciudad, el transporte y mucho más. Muchos creen en la necesidad de los “políticos profesionales”. Yo no, y encuentro bueno haber limitado la reelección.
En segundo lugar, diría que se necesitan líderes con carácter. No puede ser que los líderes de sensibilidad liberal se achuchen frente a cualquier crítica del frente. No puede ser que una coalición que pacta con el Partido Comunista apunte con el dedo a quienes hacen migas con José Antonio Kast con superioridad moral y éstos reaccionen timoratos y pusilánimes. Haber apoyado a JAK en esta elección es ser un centrista al lado de cualquier apoyo al Partido Comunista. ¿Se imaginan a JAK celebrando el Golpe de Estado en Chile hoy, 1 de enero, e insistiendo en las bondades de la dictadura de Pinochet, reivindicándola sin matiz alguno?
Empezar con acusar a Kast por apoyar al dictador o al mismo Partido Socialista cuando éste llamaba a la acción armada en Chillán, nos lleva al mundo de nunca acabar. Incluso volver con el mismo Boric, que defendió a Chávez hasta el mismo día en que murió, o con Maduro hasta hace poco, ya no tiene sentido. Ahora gobierna, veremos qué hace. Para qué decir el volver a insistir en su defensa del Frente Autónomo, que mataba y atentaba contra políticos e inocentes en plena democracia chilena. Todo eso sirve de vuelta solo si es apuntan con el dedo. Por mientras, Boric, dice al menos, cambió, pero el Partido Comunista no, y sigue así hasta el día de hoy.
Claudicar frente a una moralina e irracionalidad de quienes apuntan por conversar con JAK mientras están de la mano con el PC no tiene sentido alguno, y no puede ocurrir. Esto en todo caso no ocurre solo en ese bando: es un fenómeno mundial que afecta a todas las ideologías y llega a niveles realmente delirantes, como lo que acaba de ocurrir acá en Chile, durante la elección de la presidencia de la Convención Constituyente, cuando los Convencionales dejaron de apoyar a sus candidatos por simples reacciones de Twitter e Instragram. Eso es una muestra de pusilanimidad que tiene solo una consecuencia si sigue a ese nivel: descalabro social total de nuestro país.
Y, finalmente diría algo más aún: la izquierda, y especialmente la de los últimos cuatro años, ha sido lo que los cientistas políticos llaman “oposición desleal”, algo que ha sido incluso catalogado como el principal mal de las democracias latinoamericanas. Así, acusar de cualquier cosa a un liberal por pactar con JAK no tiene sentido, ya dije, porque están de la mano con los comunistas, pero incluso, viendo su actitud los últimos años, no hay que olvidar cómo validaron la violencia —rompieron el mínimo democrático—, desfondaron el Estado, hicieron una demagogia impudorosa y llenaron al Presidente y a sus ministros con acusaciones constitucionales ridículas, rompiendo lo que cualquier mínimo comportamiento civilizado y democrático. Veremos cómo les devuelven la mano.
¿Se imaginan cómo estarían todos ellos si Kast o incluso Sichel hubiese ganado? Pero bueno, será. ¿Y qué nos queda esperar del próximo gobierno? Se ha escrito mucho acerca del caos económico y sanitario que se nos viene, así que habrá que sentarse a observar atentamente. Los comunistas ya se asoman conflictivos en la Constituyente con los convencionales de que pertenecen a su alianza de gobierno, así que veremos, queda mucho en juego.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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