El delirio institucional del feminismo de género
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Publicada en El Líbero, 27.09.2024El presidente Boric parece no entender una verdad fundamental: sin inversión, no hay futuro. Mientras su gobierno sigue exigiendo a las empresas un compromiso social, se olvida de crear un ambiente que realmente incentive el desarrollo. El resultado es claro: inversiones millonarias que deberían impulsar a Chile están emigrando a otros países.
«¿Qué mensaje estamos enviando al mundo? ¿Cómo puede Chile competir en el escenario económico global si ni siquiera es capaz de facilitar la concreción de proyectos que son clave para su propio desarrollo?»
Tomemos como ejemplo la reciente decisión de Arauco, que anunció una inversión histórica de 4.600 millones de dólares… pero no en Chile, sino en Brasil. Este movimiento no solo subraya la competitividad del país vecino, sino que expone una cruda realidad: la incapacidad de nuestro gobierno para ofrecer un clima favorable que atraiga inversiones de este calibre. Mientras Chile ofrece más trabas que facilidades, Brasil se lleva el premio, mostrando cómo la voluntad política y un marco regulatorio claro pueden hacer toda la diferencia.
El gobierno de Boric insiste en demandar a las empresas un compromiso con las regiones y el bienestar social, pero no ofrece las garantías necesarias para asegurar que esas mismas empresas encuentren razones para quedarse y crecer en el país. El resultado es un creciente clima de incertidumbre jurídica y fiscal, que aleja a los inversionistas en lugar de atraerlos. Y, como vemos, cuando una empresa del tamaño de Arauco decide mirar hacia afuera, el mensaje es claro y preocupante.
Este problema no se limita a Arauco. Ejemplos sobran: Google tenía planeado construir un data center en Cerrillos, y Colbún, una planta de energía. Proyectos de alto impacto, esenciales para el desarrollo del país, que podrían haber generado miles de empleos y fomentado el crecimiento económico. Sin embargo, ambos chocaron con un muro de burocracia, trabas y falta de claridad en las políticas públicas. Después de años de trámites y aprobaciones, ambos han quedado en la nada, dejando un amargo precedente para futuros inversionistas.
Ante este panorama desolador, es impresentable que el ministro de Hacienda, Mario Marcel, observe con aparente impotencia cómo se pierden millonarias oportunidades de inversión debido a lo que él mismo califica como un exceso de rigor por parte de ciertos funcionarios públicos. Con un comentario casi resignado sobre cómo «a veces hay funcionarios que se les pasa un poco la mano», Marcel parece más un espectador que un actor clave en la política económica del país. En lugar de tomar una posición firme frente a estos descriterios que bloquean proyectos como el de Colbún, que representaba una inversión de 1.400 millones de dólares, el ministro se limita a expresar su malestar sin ofrecer soluciones concretas. Este tipo de actitudes, lejos de resolver el problema, profundizan la sensación de incertidumbre entre los inversionistas, que ven cómo el propio gobierno reconoce sus fallos, pero no actúa con la urgencia que la situación requiere. ¿Hasta cuándo será posible que el país siga perdiendo inversiones clave sin que las autoridades tomen medidas contundentes para corregir estos errores?
¿Qué mensaje estamos enviando al mundo? ¿Cómo puede Chile competir en el escenario económico global si ni siquiera es capaz de facilitar la concreción de proyectos que son clave para su propio desarrollo? En un momento donde las promesas sociales y el bienestar de la población dependen directamente de la capacidad de generar recursos, el país se está quedando sin herramientas para cumplirlas.
El gobierno debe actuar con urgencia. Necesita replantearse su enfoque y ajustar la brújula de sus políticas económicas antes de que sea demasiado tarde. Porque al ritmo actual, no solo estamos espantando a los inversionistas, sino comprometiendo el futuro económico de Chile. Y sin inversión, los sueños de progreso y bienestar social que tanto se predican quedarán solo en palabras vacías.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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